Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Un nuevo mundo posible: buscar el Reino en el mundo de hoy

Newark 23.03.2018 Gian Paolo Pezzi, mccj Traducido por: Jpic-jp.org

La primavera de cada dos años está marcada para las celebraciones del Foro Social Mundial (FSM), este año en su 16ª edición. Iniciado en contraposición al Foro Económico Mundial en 2001 en Porto Alegre (Brasil), regresa a Brasil después de Túnez y Montreal, a Salvador Bahía para ser más precisos.

Esta elección no se debe a las marcadas y bellas características culturales e históricas de esta ciudad aún impregnada de recuerdos coloniales y afro brasileños, sino a motivaciones políticas. Y esto en contraste con la supuesta postura apolítica y arreligiosa proclamada en la Carta de los principios rectores de lo que, desafortunadamente, sigue siendo la única plataforma libre de movimientos e ideas. El lema inspirador, "Otro mundo es posible", ha estado casi ausente. Los eventos de los ex presidentes Lula y Dilma y el difícil momento político en Brasil han, por el contrario, dominado el FSM del 2018.

El Partido de los Trabajadores -el de Lula y Dilma- es un partido de izquierda y ha gobernado durante 13 años. Durante este tiempo ha habido una mayor distribución de la riqueza y una reducción de la brecha entre pobres y ricos, pero con el gran límite de crear desarrollo con el saqueo y la explotación de materias primas y sin, o casi, ninguna inversión productiva. Fue la aplicación del llamado Pacto del Extractivismo Latinoamericano, seguido también por Chávez en Venezuela (con los resultados que todos conocen), en Ecuador (con un presidente refugiado en Suiza por cargos de corrupción) y en Bolivia (donde Evo Morales se aferra al poder oligárquico de los cocaleros).

En 2016, hubo lo que se recuerda como el "golpe blanco". Dilma, la presidenta, fue reemplazada sin ningún tipo de consulta popular, por su vicepresidente, Temer. En estos dos años, Lula, Dilma y algunos representantes del gobierno Lula han sido denunciados por actos de corrupción en los que el presidente Temer está también extrañamente involucrado. El gobierno actual está desmantelando las políticas sociales construidas en los últimos 13 años, Temer "disfruta de un consenso" que no va más allá del 3%, la militarización de algunas áreas (como Río) recuerda los tiempos de la dictadura, el debate político se centra en la seguridad, mientras que los asesinados de opositores políticos se repiten impunemente. Es el caso, precisamente durante el FSM, de la concejal municipal de Río, Ma­ri­elle Franco del Partido opositor Socialismo y Libertad.

En octubre, habrá elecciones presidenciales, Lula, que actualmente tiene un 42% de consenso, se puede presentar por una condena en segunda instancia que el pueblo brasileño considera sin ningún fundamento legal. Como resultado, hoy Brasil es un país políticamente dividido, fragmentado económicamente, con una conferencia episcopal ambigua en muchos asuntos. Y el FSM, con sus muchos eventos positivos y con el ambiente de fiesta y bienvenida habituales, ha sufrido por la pérdida de su memoria histórica y de su capacidad crítica.

La teología de la liberación siempre ha sido el alma inspiradora con una presencia, a veces oculta, pero siempre fructífera del FSM por su fuerza de resistencia, creación y transformación. El lema del FSM 2018 "Resistir es crear, resistir es transformarse" es de ello un eco. Y ciertamente se inspira a los mensajes del Papa Francisco a los movimientos populares. Católicos y cristianos de otras iglesias y muchas personas justas, aunque no religiosas, recuerdan la elección del Papa Francisco como un día especial: el FSM de este año se llevó a cabo del 13 al 17 de marzo y era el 13 de marzo de 2013 cuando el Cardenal Bergoglio fue elegido.

A partir de ese día, la prioridad fue unir la fe con el compromiso social y político y hoy se habla de " espiritualidad política liberadora". El contexto, sin embargo, es poco inspirador en América Latina como en muchas otras partes del mundo: la pobreza y la desigualdad aumentan, la finanza aprieta la economía real, los recursos se concentra en unas pocas manos, el mercado se ha convertido en un absoluto y todo poderoso dios, que todo lo puede y que  todas las instituciones veneran. Las consecuencias son un aumento exponencial del racismo, especialmente hacia los inmigrantes, indios y negros; el empeoramiento de las condiciones de vida de millones de personas; la persecución y, en algunas partes del mundo, el asesinato de líderes sociales de la oposición.

La Iglesia tiene una deuda histórica con los pobres, porque con una cierta teología ha legitimado la esclavitud, la pobreza, la guerra, y el colonialismo, alejándose del Evangelio de Jesús. Esta deuda pide a la Iglesia humildad, conciencia de la propia debilidad, solicitud de perdón. Pero no es suficiente. Hoy se trata de reorientar los paradigmas de la reflexión, revisando los "lugares teológicos" centrales de nuestra fe, liberando el mensaje de Cristo de las incrustaciones filosóficas e teológicas, hijas de ideologías más que de la revelación. El lenguaje, el análisis, una cierta expresión dogmática de la fe frenan e incluso a veces impiden la aceptación de la Buena Nueva de Jesús. La línea del "sacrificio reparador", recuerda, como ejemplo Marcelo Barros, rezuma una mentalidad de violencia, mientras que la línea del "martirio liberador" nos devolvería al amor mutuo y la gratuidad. La idea de un pecado de origen que reúna a todos bajo una vaga esclavitud del mal no puede ser el fundamento de la espiritualidad cristiana: qué tienen en común los pigmeos del Congo con los norteamericanos ?  Debemos preguntarnos sobre la relación entre la comunión eucarística y nuestro compromiso con la historia; revisar el concepto de creación como un hecho del pasado cuando Jesús en el Evangelio nos habla de un Dios que siempre trabaja en el mundo hoy y dirige nuestra mirada hacia el futuro cuando Dios será todo en todos y en todo, según la expresión de San Pablo; reconsiderar la resurrección que no está vinculada especialmente a una tumba material, sino más bien al proyecto "unificar a los hijos de Dios que están dispersos", como dice San Juan (11, 52).

Si el FSM puede verse incluso como un movimiento eclesial porque el Reino de Dios está siempre más allá y es otro por la misma Iglesia, hay en el FSM una falta de espiritualidad que sea capaz de acompañar esta experiencia y que la teología de la liberación parece hoy incapaz de insuflar. Hoy se necesita descubrir que la misericordia y la alegría son experiencias necesarias para abrir nuevos espacios a la vida cristiana y a la vida social, y experimentar "la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida" (LS n° 16). Marielle Franco fue vista como el símbolo de la juventud cívica y de Iglesia capaz de salir de los intereses personales ilusorios y arriesgar la vida para que el sueño de otro "mundo posible" se haga realidad. Tal vez incluso el comité organizador del FSM y también la teología de la liberación deberían aprender de Marielle: abandonar opciones ideológicas para enfocarse en construir ese "Nuevo Mundo Posible" que es la búsqueda del bien común, de todos, y es el sueño del Reino del Padre para el mundo de hoy.

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