Quiero empezar compartiéndote un testimonio que me persigue en estos días. El Padre Fulvio Cristoforetti fue mi vicerrector en el 1ro y 2do año de secundaria en Carraia (Lucca). Hacía ya algunos años que había llegado a Uganda cuando, en 1983, durante la guerra civil, cayó en una emboscada de guerrilleros. Fue herido gravemente por cinco balas una en una pierna, otra en un brazo, otra en el glúteo, una en el cóccix y una en la cabeza.
Atraídos por los disparos llegan unos militares del ejército regular: lo reconocen, lo cargan en una tabla y con su paso pesado lo transportan corriendo al puesto de control más cercano, donde, ya destruido por el dolor y casi desangrado, lo entregan a los civiles. Un anciano catequista improvisa una camilla con palos y tiras de neumáticos: corren contra el tiempo, ligeros con sus pies desnudos en la hierba de la sabana. Encuentran un camión militar, lo ponen en la plataforma desnuda y arrancan como locos saltando sobre zanjas y piedras hasta la misión de Kasaala, mientras dolores desgarradores le consumen hasta el desmayo. Acostado en un colchón, es ahora con el camión de la misión que sale para Kampala junto a otro misionero. Ya han pasado cinco horas desde el atentado y deciden parar en el primer hospital en la periferia de la capital.
La enfermera encargada de rayos X lo mira asombrada: Nunca una radiografía a un cadáver, exclama; y el médico de turno: Llévenlo a los Combonianos, que le den la extrema unción y lo entierren ellos. El director del hospital, una religiosa irlandesa, sin embargo se impone: Tú preparas el quirófano y tú hazle las radiografías inmediatamente. Se dirige al padre que lo acompaña y le pide, Busca donantes y que sean sanos; no tenemos tiempo para los análisis de sangre. Todo en 15 minutos. Para el p. Fulvio empieza un nuevo calvario; muchas horas diarias de quirófano durante diez días; pedazos de hueso en gangrena que hay que sacar, tendones que hay que reanudar, músculos para reconstruir, heridas que hay que limpiar.
Contra todas las esperanzas y las expectativas sobrevive. Es enviado a Italia y se recupera. Después de un año vuelve a su misión: encuentra a los que le dispararon y los perdona, a quienes lo han ayudado y los agradece, y sigue con su trabajo. Sin embargo, algo no va bien; tal vez un virus africano. Análisis repetidos revelan que con la sangre donada en un acto de amor les han transmitido el sida. Empieza un nuevo Vía Crucis: entra y sale de los hospitales, alternando su obra misionera; acepta someterse a experimentos y cuidados nuevos, en Uganda y en Italia, siempre feliz, en paz y con la sonrisa en los labios. Llegará a celebrar los cincuenta años de sacerdocio: él en una cama de hospital ya devastado por la enfermedad, mientras en su pueblo celebran una misa solemne de agradecimiento.
Los que lo encuentran y conocen su historia se preguntan dónde encuentra tanta fuerza y tanta serenidad. El p. Fulvio responde indirectamente hablando de la pasión de Cristo. Perforado, un recipiente deja salir lo que tiene adentro. Así es el corazón. El de Cristo Traspasado emana una palabra: es sólo una cuestión de amor. Su himno favorito: Salve Cruz, única esperanza. Y bromea con su nombre, No me llamen Fulvio Cristo “foretti”, sino Cristo “perforado”.
Mi cuaresma este año ha sido toda una carrera. Terminar de preparar el seminario sobre el acaparamiento de tierras; viajar a Perú y dictarlo en 10 días intensos que contaron 140 horas académicas; una escapada al lago Titicaca para descubrir que las famosas islas flotantes son pobladas por aymaras que hace siglos huyeron de la invasión incaica; visitar las Chulpas, las tumbas de los nobles incas y ver cómo también en la muerte los que se creen más ricos y poderosos pretende estúpidamente privilegios de arte y belleza; volver a Newark y preparar apuradamente un nuevo viaje: una breve escala en Italia para renovar la licencia de manejar y arreglar otras cuestiones; llegar a Túnez unos pocos días después del atentado perpetrado por IS para estar presente en el Foro Social Mundial; en medio del Fórum, encuentros entre los miembros de la Familia Comboniana y con muchas organizaciones mundiales, para hacer ese Otro mundo posible ya que el actual lo estamos destruyendo; también nosotros dimos nuestro aporte con encuentros sobre el diálogo religioso, la trata de personas, el cambio climático, intentando transmitir los valores del Reino. Regreso a Italia por dos días, para dar el pensamiento final en el Vía Crucis-Espectáculo por las calles de mi pueblo y luego un largo viaje que me hace llegar a tiempo para participar bajo la lluvia en la Marcha-Vía Crucis por las calles de Newark, en defensa de los inmigrantes.
Tendido frente al altar en postura de humildad, concelebrando la ceremonia del Viernes Santo, me puse a pensar: ¿También mi vida, como la del p. Fulvio es sólo una cuestión de amor? Él era un misionero al estilo antiguo, que se dedicaba a la catequesis, las confesiones, las eucaristías. Hoy la misión está asumiendo características distintas. La fe es llamada a permear política, sociedad, economía y la pasión de Cristo se refleja en la de los pobres que los poderosos aplastan como hicieron con Jesús. Como no logran acusarlo de otras cosas, incluso con testigos falsos, el sumo sacerdote le pregunta: ¿Eres tú el hijo de Dios? Y lo acusa de blasfemia. La motivación religiosa sirve sólo a cubrir razones políticas, de prestigio y de poder, porque sacerdotes, jefes judíos y romanos quieren a toda costa defender sus privilegios contra un anuncio que hace de la religión una fuerza de cambio, de igualdad y de justicia. Y Jesús acepta morir para reunir no sólo a los hijos perdidos de Israel, sino a los hijos de todas las naciones en un único Pueblo, el de los hijos de Dios.
Claro, estaba pensando en aquella postura de humildad, aunque sumergido en un tipo diferente de misión sería hermoso tener una vida íntegra, un corazón limpio, motivaciones simples y profundas como el p. Fulvio porque, en el fondo, en todo caso y en todo lugar lo que vale es que todo sea sólo una cuestión de amor.
Luego pensé: rompiendo la roca que pretende mantenerlo esclavo en la muerte, Cristo resucitado nos dice que adónde no llegan nuestros límites, llega la fuerza de la vida y del amor que el Padre nos tiene a todos. Y ésta es nuestra esperanza.
Deseos de resurrección.
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