Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Evangelizar, con rostro y corazón indígena, a la manera de Jesús

Lima 01.03.2015 Recogido por Juan Pablo Pezzi, Mccj La escasez del clero secular y el hecho que tienen como opción la primera evangelización entre los pueblos originarios, hizo que en México, los combonianos en los años 1970-71 se hicieran cargo de varias parroquias y vicarias entre los Pueblos Indígenas, los Chinantecos.

El gran desafío era aprender la lengua y profundizar en el conocimiento de la historia y la cultura de este Pueblo. Muy pronto las principales preocupaciones de los misioneros fueron la primera evangelización, la formación de catequistas y de ministros extraordinarios de la Eucaristía, los diáconos permanentes, el  seguimiento de los grupos: tercera edad, de oración y demás. Esto implicaba también la visita regular a las comunidades del campo, la presencia en la Escuela de Teología para laicos en Tuxtepec, Oaxaca, y abrir paso a otras comunidades, en particular para la formación cristiana y promoción de la mujer.

Actualmente los combonianos siguen entre los indígenas Na savi, y otros de origen Nahuatl aunque la mayoría de estos ya no hablen este idioma. Los Pueblos indígenas son profundamente religiosos: mantienen un sinfín de servicios: cantores, sacristanes, músicos y danzas; tienen mitos, ritos y símbolos: la flor, la vela, el sahumerio, el agua bendita, la cruz; y usos y costumbres: tradiciones y organizaciones propias, mandas, hermandades, mayordomías, topiles, etc.

El rito principal sin embargo es el xochitlialis que consiste en pedir permiso a  Dios y a la Madre Tierra en el campo para sembrar, en un manantial para agradecer y pedir que haya agua abundante, en el cerro cuando se abre caminos, o en un terreno donde se construye una capilla o una casa.

La Madre Tierra es percibida como una realidad viva que queda herida cuando se abren en ella caminos, campos, sendas aradas. Los problemas sociales que tocan a la tierra como los latifundios, los conflictos entre ejidatarios y propietarios, las invasiones de tierras, las minerías, los jornaleros mal pagados, la tala de arboles, las minas a cielo abierto, toman así una dimensión cultural y religiosa.

La falta de tierras por expropiación o por venta, no causa solamente ausencia de fuentes de empleo, que a su vez provoca emigración y abandono de la familia sino también de perdida de identidad cultural y religiosa; de esta manera se abre paso al retorno de la brujería, de la superstición y del sincretismo.

Al modelo económico neoliberal poco le importan los pueblos, las personas, los valores humanos, la cultura o la experiencia religiosa: se completa de esta manera la destrucción de la identidad de estos pueblos. Entre ellos la política tiene poca credibilidad pero divide la gente, porque tiene cara de ser un buen negocio fundado sobre el egoísmo, el nepotismo, la manipulación y la intimidación donde prima el desconocimiento de los derechos y una gran desorganización social. No extraña que crezca la violencia social e intrafamiliar física y sexual, baje la autoestima, crezca la desesperanza, el odio y el rencor que traen como consecuencia el alcoholismo, la drogadicción, los asesinatos, los secuestros.

Las respuestas a estas realidades socio-culturales y religiosas obligan a los misioneros a una evangelización integral, liberadora, con rostro y corazón indígena, que parta de la identidad del pueblo y a la manera de Jesús logre dignificar la vida del pueblo. Esto implica también promover la agricultura tradicional y orgánica porque está en sintonía con la cultura indígena; crear condiciones para la inculturación de la liturgia partiendo de la identidad indígena, de sus ritos, mitos, símbolos asumidos en su profundo significado; rescatar los derechos de los pueblos indígenas es el eje del trabajo para la justicia y la paz. 

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