Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Hagan esto en mi memoria

Newark, NJ. USA 18.04.2019 Gian Paolo Pezzi, mccj Traducido por: Jpic-jp.org

Cuando terminó, dijo: les he dado un ejemplo; lo que yo hice háganlo ustedes también. 'Hagan esto en memoria mía?, significa hagan también ustedes lo que hice yo.

La Pascua, la Navidad, los aniversarios, son momentos en los que espontáneamente volvemos a los recuerdos: de eventos, de personas, de experiencias pasadas que han marcado nuestras vidas, permanecen en nosotros y vuelven a surgir como la primavera después de cada invierno, como el amanecer después de cada noche oscura, iluminando no solo el presente, sino dando también sentido a lo que vivimos en el pasado y a lo que esperamos para el futuro.

En 2018 he celebrado 50 años de ordenación sacerdotal y el próximo 6 de octubre recordaré los 50 años de mi primera salida hacia África, un evento este que tenía sus raíces en un pasado lejano revivido este año, cuando el 737 de Sudán Airlines despegaba de la pista de Wau en el Sur Sudán para devolverme a Juba, la capital.

Miraba el horizonte que se ensanchaba, los árboles de mango, las acacias, los raros arbustos que brotaban de una arena gris y rojiza, las pequeñas chozas de barro y paja que tomaban el lugar de las casuchas con techos de zinc a penas el avión abandonaba el espacio aéreo de la ciudad. Una tierra sin límites definidos fluía atrás y una nube de recuerdos venía a mi encuentro.

Wau! Había escuchado ese nombre en 1957, cuando mi párroco me orientó hacia los Misioneros Combonianos. Un padre, recientemente de regreso a Italia desde Sudán, tenía que enseñarnos la geografía europea. En realidad, pasaba su tiempo hablando de su misión, de las tribus Shiluk, Dinka, Nuer, Bari, Acholi y de las ciudades de Juba, Rumbek, Malakal, Kondokoro y Wau. Estos nombres nos resultaron más familiares que las capitales europeas y los ríos españoles y franceses. Guiados por su imaginación, seguíamos a leones y elefantes, antílopes y gacelas en la sabana africana.

Luego, un inesperado evento destrozó nuestros sueños juveniles. En 1959, la mayoría de los misioneros fueron expulsados ​​de Sudán por el gobierno islámico de Jartum, la capital. Lo que luego pasó es historia, una historia de sufrimiento y lágrimas, de renacimientos y esperanzas: algunos de esos misioneros encontraron su muerte en el Congo, su nueva misión, durante la revuelta Simba; los grupos étnicos de Sudán del sur, cristianos y animistas, se rebelaron contra Jartum, cada vez más dominados por el extremismo islámico y árabe; una larga guerra puso hierro y fuego al sur del país destruyendo selvas y fauna. Cuando los grupos rebeldes se unieron, renació la esperanza y el 9 de julio de 2011, un nuevo país vio su independencia con el nombre de Sudán del Sur.

La alegría de un futuro pacífico pronto dio lugar a los conflictos y luchas por el poder y la riqueza, en la que ahora estaba también el petróleo. Las revueltas tribales provocaron guerras abiertas, guerrillas, rebeliones, reuniones por acuerdos de paz, suspensión de los combates, diálogos nacionales e internacionales. La producción de petróleo, ubicada en el sur, se estancó vaciando las cajas del estado: las fuerzas en el poder se entregaron entonces a una despiadada corrupción y los militares a los abusos más desenfrenados, con implicaciones también internacionales. Desde el sur de Sudán, el oleoducto se dirige hacia el norte, para que el petróleo sea comercializado a través del Mar Rojo, y esto enriquecería también las cajas del Sudán, la parte norte del país que ha conservado su antiguo nombre. Para sobrevivir y mantenerse leal al ejército, al gobierno corrupto de El Bashir, presidente del Sudán árabe, en el poder desde 35 años, con una condena de la Corte Internacional de Justicia por crímenes contra la humanidad, no quedaba nada más que aumentar los impuestos, cortar los programas sociales, disparando incluso el precio del pan, condenando al hambre a la población. Y esto llevó a la revolución, noticia de estos días. ¿Cuáles serán las consecuencias para el Sudán nuevamente en manos de los militares y para el Sudán del Sur si quienes firmaron los acuerdos de paz y de comercio ya no están en el poder?

Pasar de los recuerdos a las expectativas para vivir el presente es un deber, sí, ¿pero, cómo?

Me encuentro pensando en Jesús, el hombre. Había subido a Jerusalén para beber allí, con sus discípulos, el vino del nuevo Reino y, en cambio, se encontró con lo que había calculado como un posible riesgo: su muerte. Jesús no se desmorona por su fracaso, no lo reprocha a sus discípulos. Sabe hasta quién lo va a traicionar y, como una oveja llevada al matadero, no se resiste: lo que pretendes hacer, hágalo rápidamente, le dice a Judas, y Judas sale en la noche, en las tinieblas del mundo. Jesús no pierde tampoco su fe y dice a sus discípulos: Ya no beberé más el fruto de la vida hasta el día que lo beba, vino nuevo en el reino de Dios. Llegará el momento, cuando el Reino de Dios será establecido. Por esta razón, Jesús toma el pan y dice: Este es mi cuerpo. No es el pan sin levadura de la esclavitud en Egipto, ni el pan que los padres comían en el desierto, separados de otros pueblos. Es el pan que viene del cielo. El pan de cada día que piden al Padre y que él dona a todos. Este pan ahora se convierte en mi cuerpo entregado por ustedes y que ustedes comerán por la paz y la salvación de todo el mundo. Luego toma la copa y dice: Esta es mi sangre, no la sangre del antiguo pacto que ni sus padres ni ustedes respetaron. Es la sangre de un pacto eterno que vivirán en mi nombre. Caifás, que era sumo sacerdote ese año, lo profetizó: Jesús moriría no solo por la nación, sino también para dar unidad a los hijos de Dios dispersos por el mundo.

Lucas agrega una palabra: hagan esto en mi memoria. ¿Qué se debe hacer en memoria de Jesús? ¿El ritual que él acaba de hacer? El evangelista Juan en su relato de la última cena no menciona la institución de la Eucaristía. En cambio, dice: Jesús dándose cuenta de que su tiempo había llegado, amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final. Se levantó de la mesa y lavó los pies de los discípulos. Cuando terminó, dijo: les he dado un ejemplo; lo que yo hice háganlo ustedes también.

Hagan esto en memoria mía, significa hagan también ustedes lo que hice yo. La Eucaristía que comenzamos en la Iglesia termina cuando lavamos los pies a nuestros hermanos y hermanas en el mundo. El rito eucarístico termina con la invitación a llevar la paz y el amor del Señor resucitado a todos. Toda eucaristía concluye cuando los pobres, los que sufren, los moribundos reciben el cuerpo de Cristo, comparten su fuerza, paz, amor y gloria: y al hacerlo, traen el Reino de Dios a la tierra.

En Wau estuve con Mateo, un amigo que a la edad de cincuenta años dejó su puesto como profesor en la Politécnica di Milán para pasar su vida en Sudán del Sur. En el cementerio de Wau vi las tumbas de una docena de Misioneros Combonianos, algunos muertos a la edad de 29, 32, 36 años. Entre ellos el hermano Giosuè de Cass, que pasó su vida entre los leprosos y el leproso murió. Celebré la Eucaristía en los campos de los desplazados, vi los desastres de la guerra, percibí que la paz en Sudán del Sur es soñada como una esperanza, tal vez más lejana ahora que en Sudán, en el norte cercano, hay la revolución.

¡Cuántos signos! Me hablan de una tumba que hubo en Getsemaní, pero también me recuerdan una voz que todavía resuena en esa tumba desde entones vacía: ¡quien están buscando no está aquí! Vayan a Galilea, allá lo verás. Allá, en las fronteras de Galilea, donde se cruzan los asuntos humanos, tierra de paganos y de indiferentes, tierra sin el Dios de Israel. Allí, donde se enfrentan las realidades humanas, los recuerdos del pasado, las esperanzas del futuro que en la fe vivimos en el presente.

¡Feliz Pascua de resurrección a todos entonces!

Foto. La crux recuerdo del primer misionero de Suda Sudan, Angel Vinco (1853) a Kondokoro

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