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‘Oppenheimer' nos recuerda algunos absolutos morales cruciales

Catholic Herald 24.07.2023 Anthony McCarthy Traducido por: Jpic-jp.org

El 6 de agosto de 1945, el presidente Truman, cuando le dijeron que la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima había sido aún más "llamativa" que la bomba experimentada en Nuevo México, declaró al capitán Frank Graham: "Esto es lo más grande de la historia".

En junio de ese año, Henry Stimson, Secretario de Estado de Guerra de EE.UU. y asesor clave en el uso de esta nueva arma, registró un intercambio con Truman: "Tenía un poco de miedo de que antes de que pudiéramos prepararla, la Fuerza Aérea pudiera tener Japón tan completamente bombardeado que la nueva arma no tuviera un contexto correcto para mostrar su fuerza", a lo que el presidente "se rio y dijo que lo entendía".

En Potsdam, en julio de 1945, Winston Churchill y Clement Attlee habían accedido a la decisión de Truman de utilizar la Bomba. Alrededor de 80.000 personas murieron instantáneamente en Hiroshima, y otras decenas de miles murieron por las radiaciones.

Hiroshima no era un centro militar y carecía de grandes industrias bélicas. Los que la atacaron se aseguraron de que el punto de mira fuera el centro de la ciudad y no las afueras, desmintiendo así la anotación del diario de Truman: "El objetivo será puramente militar".

Doce años después, la filósofa católica Elizabeth Anscombe escribió un panfleto titulado Mr Truman’s Degree, en el que se oponía firmemente a que la Universidad de Oxford concediera un título honorífico al ex presidente. Anscombe defendía la opinión católica tradicional de que las intenciones son de gran importancia a la hora de juzgar si los actos son buenos o malos y que hay algunas opciones que deben ser moralmente excluidas en sí mismas.  

La justificación moral esgrimida por Truman y sus partidarios fue que bombardear Hiroshima y Nagasaki evitó una mayor pérdida de vidas al poner fin a la guerra rápidamente. Sin embargo, este crudo razonamiento consecuencialista ignora el hecho de que todas nuestras intenciones, no sólo las últimas, son moralmente significativas.

Anscombe da por sentado que matar a un inocente como medio para alcanzar un fin es siempre un asesinato.  Escribe: "Lo que se requiere para que las personas que van a ser atacadas no sean inocentes en el sentido pertinente es que ellas mismas estén participando en procedimientos objetivamente injustos que el atacante tiene derecho a temer; o -el caso más común- que le estén atacando injustamente", donde "lo que alguien está haciendo" se refiere tanto al papel de alguien como a lo que está efectivamente haciendo.

Los habitantes de Hiroshima y Nagasaki eran claramente inocentes en este sentido. Y la intención clara e inmediata de los pilotos de los bombarderos y de quienes ordenaron el bombardeo era aniquilar a un gran número de japoneses como medio para su objetivo ulterior de lograr la rendición de Japón.

Incluso si dejamos de un lado las dudas muy reales sobre si la demanda de rendición incondicional era justa y si la Bomba era necesaria para conseguirla, la cuestión de la intención es moralmente crucial.

Las intenciones importan: ayudan a formar nuestro carácter de un modo especial y duradero. Y eso incluye no sólo nuestras intenciones finales, sino todos los medios que elegimos para alcanzarlas. No siempre se pueden evitar los efectos secundarios negativos: todos los provocamos con muchas de nuestras acciones. Sin embargo, la intención de provocar ciertos efectos negativos puede y debe evitarse. De hecho, la mayoría de nosotros creemos que hay una diferencia entre los crímenes de guerra, como atacar a civiles, y aceptar auténticos "daños colaterales", aunque incluso éstos deben ser siempre proporcionales a un objetivo legítimo de guerra justa (Si guerra justa existe). La intención de matar civiles (o poblaciones indiferenciadas) como medio para conseguir un fin nunca será moralmente aceptable.

Pero, ¿qué decir de la disuasión nuclear a la luz de estas consideraciones? Si nunca es aceptable optar por bombardear a inocentes, ¿podemos tener la intención condicional de hacerlo como parte de una estrategia de disuasión? 

Seguramente no: tener la intención condicional de hacer algo malo no es más aceptable moralmente que tener la firme intención de hacer lo malo pase lo que pase.

¿Y si la disuasión nuclear es simplemente un bluf y, por tanto, no implica ninguna intención moralmente mala por parte de los líderes mundiales? No hay ninguna razón para creer que los líderes mundiales van de bluf en bluf, pero, en cualquier caso, como John Finnis y otros han señalado, para que el sistema de disuasión funcione, un gran número de personas tendrá que tener intenciones condicionales reales de llevar a cabo la orden, aunque sea como último recurso. Por lo tanto, incluso un líder que va de bluf tendrá la intención de que al menos algunos de sus subordinados tengan la intención condicional de realizar ese acto intrínsecamente malvado. Se sabe que los presidentes de Estados Unidos y los primeros ministros del Reino Unido se adhieren a un sistema que exige tales intenciones.

Con el estreno de la película Oppenheimer y el aniversario el mes de agosto del holocausto nuclear perpetrado en Hiroshima y Nagasaki, merece la pena recordar las críticas autorizadas a tales acciones.  El documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, reafirmando enseñanzas anteriores, condenaba de manera prominente tales actos, afirmando: "Todo acto de guerra dirigido indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas áreas junto con su población es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, y merece una condena inequívoca y sin vacilaciones".

Centrarse en la intención es centrarse en el corazón humano, un enfoque que algunos prefieren evitar cuando piensan en la ética. El Papa Pío XI, escribiendo al final de la Primera Guerra Mundial, hizo en Ubi arcano Dei consilio un comentario clarividente, todavía relevante hoy: "Nadie puede dejar de ver que ni a los individuos ni a la sociedad ni al pueblo ha llegado la verdadera paz después de esta desastrosa guerra. Sigue faltando la fecunda tranquilidad que todos anhelan. Se firmó la paz entre los beligerantes, pero se escribió en documentos públicos, no en los corazones de los hombres. El espíritu de guerra sigue reinando allí, causando un daño cada vez mayor a la sociedad".

Véase, ‘Oppenheimer’ reminds us of some crucial moral absolutes

Foto. Hiroshima – Mas de 70 % de las construcciones de la ciudad fueron destruido. © Bettman Archive - Getty Images

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Los comentarios de nuestros lectores (1)

Margaret Henderson 10.10.2023 The only thought I can add to any of the articles is what George (her Russian hasband) learned from his father who was a soldier in the Soviet army fighting against the Japanese in China. His father told him that the Japanese surrendered in great numbers as the Russians advanced. Indeed, the Japanese machine gunners were chained by their officers to rocks/heavy machinery etc so that they could not run away. He felt very strongly that the entire Japanese army was about to collapse BEFORE the nuclear bombs.