Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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¿Puede funcionar la democracia en África?

Africa - Revista 06.02.2022 Alberto Salza Traducido por: Jpic-jp.org

Sólo 7 de los 37 países que proclamaron su independencia a fines de la década del 1960 tenían arreglos institucionales que podrían considerarse democráticos. En su mayoría eran antiguas colonias británicas con sistemas parlamentarios similares a los de la antigua madre-patria. En otros nueve países (incluidos Congo-Kinshasa, Ghana y Kenia) los primeros líderes posteriores a la independencia habían llegado al poder en elecciones multipartidistas, aunque en contextos que carecían de los estándares mínimos de una democracia. Menos de la mitad de los líderes del África subsahariana en el momento de la independencia tenían algún tipo de legitimidad electoral. Hoy, el 43% de los estados africanos se consideran democráticos, sólo 4 países, Eritrea, eSwatini, Somalia y Sudán del Sur, no celebran elecciones periódicas. Entre 1960 y 1990, los cambios de liderazgo electoral fueron extremadamente raros: 6 casos de sucesión electoral y 3 de alternancia en el gobierno. Desde la década de 1990, la mayoría de los regímenes políticos se han abierto al multipartidismo. Tanto el número de elecciones como el de alternancias han crecido con el “récord” de 21 alternancias en la década actual. Esta apertura ha tenido un impacto en la dinámica política y también en los niveles de desarrollo de los países subsaharianos. Un estudio de datos del Africa Leadership Change Project muestra que los regímenes con el mayor número de elecciones multipartidistas y alternancias de gobierno tienen mayores tasas de crecimiento económico, mejor bienestar, administraciones estatales más sólidas y menores niveles de corrupción que los regímenes menos abiertos a cambios políticos (Ver África: ¿Cuánta democracia al sur del Sahara? por Alessandro Pellegata - Ispi). Un antropólogo se pregunta entonces sobre el impacto y la eficacia del "gobierno del pueblo" en el continente. ¿La "democracia" hecha de elecciones, partidos, parlamentos, importados, a veces impuestos por Occidente, ha dado los resultados deseados?

La democracia es una forma de lenguaje: si no lo se conoce, requiere traducción, de otra manera no se entiendes nada y se termina como aquel sargento de las fuerzas especiales estadounidenses que en Ogden, en la frontera entre Etiopía y Somalia, me confesó: “Pensaba estar aquí para exportar la democracia, no para ser parte de ella”. Y tenía razón, sobre todo en lo que se refiere a la democracia en África: la prueba que hay la democracia no es que el pueblo vote, cueste lo que cueste, sino que el pueblo gobierne.

No es que en Atenas...

Como demostración de cuán importante es el lenguaje de la democracia, miramos la palabra "gobierno" que es ambigua: deriva de la raíz latina "timón". Quien manda, tiene la barra. ¿Quién da la ruta? ¿Quién está a cargo del barco? ¿Confiaríamos en alguien que dijera ‘déjame conducir’? ¿Sabe a dónde vamos? Los Luluwa del Congo y los Mossi de Burkina Faso, demostrando cómo existe una base común de pensamiento en África (a menudo negada por los expertos en relativismo), afirman: "Para que haya un lider se necesitan hombres y los hombres necesitan un líder". La democracia es una forma de poder, no un piadoso deseo de compartir, y por tanto no escapa a esta ley.

Hasta la colonización, las formas de poder en el África subsahariana histórica y geográficamente siguieron la tendencia de la densidad de población. El grupo de bosquimanos que me acogió en el Kalahari vivía en un territorio con menos de un habitante por kilómetro cuadrado; la comunidad de cazadores-recolectores no tenía jefe, las decisiones las tomaban las familias y, si alguien no estaba de acuerdo, se iba a otra parte.

La expansión de la agricultura, incrementada con la tecnología del hierro entre las poblaciones de habla bantú a partir de Camerún, se basó inicialmente en pequeños núcleos densamente poblados en medio de bosques y sabanas deforestadas, dirigidos por una persona de autoridad. Posteriormente, el sistema de poder se extendió a una red de chefferies (cacicazgos), centros de igual densidad y extensión territorial. Estos dominios se caracterizaron por la desigualdad, con el poder central más o menos distribuido entre las clases sociales. Nada que ver con la democracia; sin embargo, debe recordarse que hasta la democracia ateniense involucraba solo al 10% de la población: los terratenientes varones.

La autoridad de los ancianos.

En territorios favorables como la región de los Grandes Lagos, la historia africana conoce la formación posterior de reinos e imperios con el aumento de la población y la fusión de dominios. Las palabras "reino" e "imperio" - asonancias del equivalente indoeuropeo -, son reconocibles por su orientación monocrática, aunque compensada por mecanismos reguladores como los consejos de ancianos (etimología de "senado") o las intrincadas reglamentaciones que interfería con el linaje patrilineal. Por ejemplo, en el sur de África, el tío materno ejercía una gran influencia sobre el rey y sus decisiones.

Además, el rey era una especie de director gerente que redistribuía la riqueza como dividendos a sus súbditos (accionistas), demostrando que en África lo que importa es la comunidad, no el individuo.

Los pastores tienen su propia historia. Tuvieron que (y aún deben) moverse en busca de recursos impredecibles y de bajo rendimiento (hierba y agua). El amplio nomadismo resultante no puede soportar una forma centralizada de poder: las decisiones deben tomarse en el lugar y cuando la variabilidad atmosférica y vegetal lo dicte. Como resultado, los pastores se dotaron de formas de "gobierno" aparentemente democráticas. En realidad es una gerontocracia donde gana el “siempre se ha hecho así” y la innovación no tiene vida. Aquí se gobierna con la autoridad (mejor: autoridad moral) y no con el poder: los ancianos utilizan la maldición como única institución legal para obligar a los jóvenes a seguir sus decisiones.

El poder de la palabra

He participado en cientos de asambleas entre los pastores de Kenia, Etiopía y Somalia. Es una experiencia demente. Cualquiera, entre los hombres adultos, puede hablar y abogar por cualquier causa. En general, son cosas serias, por lo que cada uno debe contribuir al debate con la retórica adecuada. A veces se trata de un centenar de ancianos, muy prolijos por imperativo cultural. El problema, democráticamente hablando, es que no se vota: las decisiones no se toman por mayoría sino por unanimidad. Se pasan horas y horas agazapados bajo una acacia (si la hay) tratando de convencer a los reticentes. En la práctica, aquellos con habilidades retóricas y de mando (demostradas en las cazas) son reconocidos como líderes temporales para ser consultados en momentos críticos. Las papeletas no están previstas: al final te convencen por agotamiento.

En 2005-06 me enviaron a Ogden con una misión imposible: organizar una asociación de derechos humanos entre pastores somalíes, gente que ama los kalashnikov, cree en la yihad, infibula a las niñas y cree que las mujeres tienen un derecho fundamental: obedecer a su marido (el único respuesta recibida a la pregunta). Sin embargo, al leer la Constitución (¿qué más podía hacer?) pude ingresar al sistema de administración de la autoridad local. Es una forma de eu-cracia ("buen gobierno") donde no es la cantidad (votos) lo que prevalece, sino la calidad de la gente. Esto se expresa sobre todo en la palabra: los pastores somalíes me decían que se guian por la poesía, no por la necesidad. ¿Tomar la palabra? Cierto, la democracia, como cualquier otro poder, no viene como un regalo, hay que tomarlo. Para cerrar el círculo, aprendí de los somalíes y sus pastorales que, para hablar, hay que "mantener el palo recto": este es el origen del término "derecho".

La ciencia de lo peor

Sobre estas instituciones comunitarias vino la colonización (sujetos de raza inferior), seguida de la democratización (individuos todos iguales), sin solución de continuidad, sin formas de aprendizaje, sin cambios culturales, sin protección de los valores comunitarios. Y fue el desastre de la democracia impuesta como sistema y no como proceso.

Los gobernantes africanos, por otra parte, hacen todo lo posible para enturbiar las aguas. Según Edem Kodjo, ex primer ministro togolés hasta 2006, “el espíritu africano se caracteriza por una concepción de la existencia dominada por la idea de un poder creativo, trascendente y contrario a la agitación social. Esto reduce el espíritu de iniciativa hacia todo lo que se desconoce”. Así se explicaría divinamente la permanencia de los tiranos democráticos de África. Alternativamente, existiría la creciente ideología de que "la democracia no es africana". El crecimiento económico de China, en ausencia de derechos y democracia real, es visto en África como un modelo cultural y económicamente viable, por lo que: "Primero el desarrollo, luego la democracia". Un antropólogo keniano me explicó: “Aplicamos la kakonomia, la ciencia de lo peor (del griego kakós, malo). Es una teoría de la motivación humana que trata de explicar por qué a veces es racional preferir lo peor a lo mejor”.

Así no funciona

La superposición de la democracia de inspiración colonial al poder local constituye la base del continuo rebote de la responsabilidad y la rendición de cuentas ("accountability"): la premisa es que en Occidente hemos llegado a considerar la democracia como un mero hecho de elecciones más o menos exitosas. En África, el mecanismo de “un hombre, un voto” no funciona, ya que se razona y opera sobre una base comunitaria. Entre los Mossi me encontré tratando más a menudo con el nema (el rey tradicional) que con el prefecto del gobierno.

Ha habido muchos intentos de gobernanza híbrida, desde el gobierno indirecto de los colonialistas británicos para la justicia básica, hasta la actual Somaliland, donde los consejos de alto nivel se sientan junto al gobierno central, mientras que los empresarios proporcionan carreteras y seguridad (es una manera de hablar). A este punto, sin embargo, nunca se sabe quien deba ejercer el poder cotidiano y dar cuenta a la gente. La democracia en estilo africano, además de producir tiranos a vida y miseria, ha creado en gran medida las condiciones que han abierto espacios a movimientos fundamentalistas como los de Boko Haram (“nada de libros”), o de al-Shabaab (“los jóvenes”, en lucha contra los decantados “ancianos”). La pulverización del poder tradicional no ha traído la democracia: en África ha destruido el tejido conectivo de las comunidades.

Ver La democrazia funziona in Africa?

Foto. Los pastores borana de Etiopia meridional para vivir en paz y evitar conflictos y contenciosos discuten sus problema hasta logran un acuerdo unánime. Sin jefes, administran la justicia con sabiduría y cementan la sociedad. Sin embargo discriminan a las mujeres (Bruno Zanzottera / Parallelozero).
 

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Los comentarios de nuestros lectores (1)

Bernard Farine 07.03.2022 Texte intéressant mais pas toujours facile. Il accepte d'intégrer la complexité contrairement à beaucoup d'analystes qui se précipitent dans la simplification au détriment du réel.