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El sueño americano, ¿qué RIP?

EEUU 24.10.2013 El Economista (Edición impresa) Traducido por: Jpic-jp.org Un economista hace preguntas provocativas sobre el futuro de “sueño americano”

¿Podría Estados Unidos sobrevivir una vez que termine el “sueño americano”? Es esta una idea inconcebible, se dicen los líderes políticos de diestra e izquierda. Y sin embargo es lo que anuncia un nuevo libro “Se terminó lo del promedio”, del economista Tyler Cowen. Cowen no es nuevo en lo referente a controversia. En 2011 provocó un remesón en Washington con su “El gran estancamiento”, en el cual argumentaba que Estados Unidos está terminando de recoger los frutos al alcance de las manos de una tierra libre, trabajo para todos y nuevas tecnologías. Su nuevo libro sugiere que acabamos tan solo de percibir los efectos quebrantadores de la automatización y del poder de los ordenadores cada vez más baratos.

El describe un futuro esencialmente despojado de empleos de baja calidad y de una prosperidad sin límites. Cowen opina que tan solo una élite de un 10-15 % de norteamericanos tendrá en el futuro la suficiente inteligencia y capacidad de autodisciplina para dominar la tecnología y sacar provecho de ella; disfrutarán de grandes riquezas y de vidas estimulantes. Los otros soportarán salarios estancados o devaluados ya que los empleadores evaluarán sus  resultados con “una precisión obsesiva”. Algunos prosperarán solo como proveedores de servicios a los ricos; otros pocos se abrirán camino en medio de la élite (la educación on line es barata y niveladora), favoreciendo la idea de una híper – meritocracia en el trabajo, lo que “hará más fácil no hacer caso de aquellos que se quedan en la vereda del camino”.

La visión de Cowen no es ni optimista ni ambigua. En el futuro que describe, será difícil ocultar errores y mediocridad: por ejemplo, la utilización masiva de los sistemas de evaluación va a identificar los médicos mediocres y aquellos pacientes que se niegan a tomar los remedios o que son de una manera u otra difíciles de manejar. Los jóvenes lucharán en un mercado del trabajo que recompensa la responsabilidad más que las capacidades. Por los ingresos reducidos, muchos norteamericanos irán a parar a esas periferias de bajo costo, sobrepobladas y resecas por el sol, que son la pesadilla de las típicas ciudades norteamericanas acostumbradas a bio-mercados y pistas para bicicletas. Muchos serán los que aceptarán servicios públicos de bajo nivel con el fin de pagar impuestos reducidos.

Todo esto puede parecer algo desalentador, pero refleja reales tendencias mundiales: el 60 % de los empleadores ya verifican la capacidad crediticia de los candidatos a un empleo; el desempleo de los jóvenes nunca fue tan elevado y los emigrantes han estado inundando durante años zonas de bajos impuestos y servicios como Texas.

Los partidos de izquierda están convencidos que la desigualdad es la receta para los disturbios. Cowen no lo piensa así.

Los pobres estarán tan absorbidos en los videojuegos que no tendrán tiempo para encender las verdaderas bombas molotov. La población habrá envejecido y será bastante conservadora, según él. Entre los abandonados económicamente a la vera del camino habrá muchos partidos a la Tea-Party. Los subsidios para los pobres serán reducidos, mientras que las compensaciones para los ancianos seguirán. Cowen no se preocupa de un proteccionismo ya que, según él, la mayor parte de empleos que pudieran partir al extranjero ya lo han hecho. Él hace notar que los últimos años de los ‘60, época de graves desordenes sociales, ha sido la edad de oro de la igualdad de ingreso, mientras ciertos periodos históricos de graves desigualdades económicas, incluyendo la época medieval, fueron por el contrario muy estables.

Incluso si sólo una parte de la visión de Sr. Cowen fuera a realizarse, es demasiado definida sobre la política de polarización. Las tensiones intergeneracionales, que alimentaron los desordenes sociales de los años ’60, volverían con renovada agresividad, esta vez bajo la forma de rivalidades para asegurase los escasos recursos económicos.

La Edad Media conoció una cierta estabilidad social en parte porque los campesinos no podían votar; un electorado moderno insatisfecho, por el contrario, sería fácil presa de demagogos que en la calle venden soluciones simplicistas, desde la xenofobia hasta ahogar con impuestos a los ricos, o a unas políticas delincuenciales endurecidas que pueden convertirse en autodestructivas. Y sin embargo el punto eje de Cowen es plausible: cambios gigantescos están en marcha, y pueden llegar a ser imparables.
Los políticos son reacios a admitir todo esto.

Barack Obama llama al desnivel en las riquezas de Estados Unidos “nuestro gran asunto pendiente”, describiendo de esta manera los pródromos de una crisis de desigualdad que se viene constituyendo desde hace décadas. Piensen en la tecnología, dijo a su público, y como esto ha reducido el numero de los agentes de viaje, de los empleados de banco y otros empleos típicos de la clase media. Al mismo tiempo, las competencias globales han reducido el poder negociador de los trabajadores. La gente –se lamenta el presidente Obama- ha “perdido la confianza en la capacidad del gobierno para encontrar soluciones”.

Entonces Obama ha dejado entender que la depravación política es el verdadero culpable. Y acusa los intereses firmemente enraizados de haber trabajado durante años para propagar “una gran falsedad”: la intervención del gobierno es siempre dañina o es una manera de estrujar dólares fiscales de una clase media para regalarlos a pobres que no los merecen. La política podría convertirse en “un juego de suma cero donde unos cuantos se la pasan bien, mientras que familias enteras de todos los grupos étnicos luchan para sacar provecho de un pastel económico que se encoge al verlo”.

Los republicanos son de igual modo tal como él partidistas. El senador Marco Rubio de la Florida, un hijo de inmigrantes cubanos, se complace en decir que de no haber nacido en los Estados Unidos de la posguerra, en una era de alta movilidad social, él probablemente sería hoy un engreído camarero. En una Conferencia sobre “La Defensa del sueño americano”,  el 30 de agosto acusó a Obama de asfixiar las oportunidades económicas con la pesadilla de un gobierno inflado y sobrecargado de deudas, con impuestos de “lucha de clases”, con una siempre renovada y sofocante regulación y demasiado generosa asistencia social. Mientras muchos trabajan más duro que nunca y logran apenas mantenerse a flote, gruñe Rubio,  “algunos” evitan encontrar  trabajo porque pueden obtener la misma cantidad de dinero de los subsidios del gobierno.

Resumiendo, ambos lados no se cansan de explicar como el otro está destruyendo el sueño americano, pero a ninguno de los dos se le ocurre explicar, de manera convincente, como reanimarlo.

 ¿Y qué, Tyler, nada de revolución?

A la pregunta sobre los límites de su poder, Obama murmura entre dientes de un “hacer retroceder las tendencias” que “exprimen la clase media norteamericana”, y no de afrontar decididamente la cuestión por completo. Esto, sostiene, es mejor que “acelerar las tendencias” como hace la derecha republicana.

Por su parte, los líderes republicanos replantean su querida receta de una reducción del aparato estatal, rebautizándola con el nombre de plan para salvar el sueño americano. Los recortes fiscales y la desregulación, según ellos, provocarían un auge de las inversiones en el sector privado.

En realidad, las conexiones entre inversiones y políticas gubernamentales son raras veces tan directas y, aunque lo fueran, un tal auge de inversiones podría dar pocos o ningún resultado en sacar la clase media del estancamiento salarial.
Muchos votantes recuerdan aquel tiempo cuando el duro trabajo aseguraba la recompensa de una  seguridad económica. Esto, en verdad, no era cierto en los años ‘50 y ‘60 para los negros y las mujeres; sin embargo el interrogante queda: ¿Y si Cowen tuviese razón? ¿Y si el 85%  de los de abajo de hoy fueran condenados a quedarse allí para siempre? En un país que se sustenta sobre la esperanza, lo que se requeriría sería algo como un nuevo contrato social.

Los políticos no pueden seguir todo el tiempo eludiendo el rompecabezas de Cowen.

Fuente: http://www.economist.com/news/united-states/21586581-economist-asks-provocative-questions-about-future-social-mobility-american

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