El dramático riesgo de acostumbrarse a la guerra. Y el correspondiente riesgo de confinar la paz al mundo de las utopías, mientras que la paz se ha hecho aún más necesaria
En los últimos años, el mundo asiste a un fenómeno preocupante: el hábito de la guerra. Las campañas psicológicas de masas, destinadas a presentar la catástrofe como un horizonte normal, están convirtiendo el conflicto en una rutina de la política internacional. Las guerras modernas, como las actuales, ya no están sujetas al control popular, sino dominadas por autócratas, dictadores e intereses económicos.
Los medios de comunicación y la anestesia moral
Los medios de comunicación, en lugar de ser una ola de reflexión crítica, a menudo se limitan a describir quién gana, quién pierde, quién avanza o retrocede. Los muertos, los heridos, las ciudades destruidas se convierten en fríos números, alejados de la realidad humana. Esta representación contribuye a vaciar la guerra de su significado de dolor y destrucción. Los reportajes sobre la guerra en Ucrania o Gaza, a menudo desprovistos de patetismo, reducen la masacre a una crónica.
Sin embargo, no todos los periodistas se ajustan a esta tendencia. Algunos siguen ilustrando los hechos de la guerra con honestidad intelectual, permitiendo a los lectores construirse una opinión y así poder hacer una valoración ética, no sólo política o económica.
El papel de la política y los medios de comunicación en el miedo
Cuando los políticos europeos hablan de amenaza de agresión, de guerra nuclear como si fuera inminente, cientos de miles de ciudadanos se sienten atemorizados y buscan consuelo. Es comprensible. ¡Tal vez podamos ejercer un poco de malicia y sospechar que detrás de estas palabras se esconde una manipulación política! Cada vez que se enciende la radio o la televisión, el mensaje es claro: ármate, prepárate para lo peor. Pero, ¿es esto realmente necesario, o se trata de una estrategia para justificar opciones peligrosas? Esta es la pregunta que me angustia.
El Papa Francisco y la alarma moral
El Papa Francisco no tiene ninguna duda: el mundo está inmerso en una campaña psicológica que normaliza la guerra e insta a la gente a aceptar el desastre como algo inevitable. Sus encíclicas instan a los católicos y a todas las personas de buena voluntad a rechazar esta manipulación, a no aceptar la corrección política que borra la realidad de la guerra como crimen contra la humanidad.
La paz: un concepto por redescubrir
El tema de la paz está ahora confinado a los márgenes del debate público y los que siguen creyendo en ella son acusados de ingenuos o utópicos. Ahora se hace hincapié en la guerra, en el rearme, y esto tiene dos consecuencias muy graves.
La primera es que la palabra «paz» ha sido vaciada de su significado político, generativo y humano, reducida a un mero intervalo entre conflictos. La guerra y no la paz se ha convertido en el elemento «natural» de la vida social y de la condición humana y, por tanto, se acepta como inerradicable.
La segunda consecuencia es que los esfuerzos políticos, sociales y religiosos se han centrado en limitar y legitimar los actos de guerra, en disuadir y regular los conflictos, en lugar de prevenirlos.
Un punto de inflexión necesario
La paz debe volver al centro del discurso político y social. Es la exigencia de la mayoría de los ciudadanos, cansados de ver cómo el mundo se precipita en un abismo de violencia y destrucción.
Es hora de negarse a que la idea de la guerra «justa» y del conflicto bélico sea la razón dominante. En un mundo que parece haber perdido la brújula moral, la paz no es una utopía, sino una necesidad. Y todos tenemos el deber de luchar para hacerla posible.
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