Joaquín Roy, profesor y director de la cátedra Jean Monnet y EU Center de la Universidad de Miami, escribió el 4 de noviembre de 2020, El Problema no es Trump. Trump ha recibido más votos populares que cualquier presidente electo del pasado, aunque no más que Joe Biden, por supuesto. Física, simbólica y emocionalmente, ya se inició el movimiento para derrocar su imagen de la pantalla política y mediática. Vale la pena, entonces, recordar lo que escribió Faggioli sobre el derrocamiento de estatuas materiales hace apenas unos meses.
Derribar la estatua de un personaje histórico es un acto político. También lo es construir una. Por cierto, remover monumentos no es más violento que instalarlos. Para aquellos que deseen comprender el momento presente, el punto principal no es la "ley y el orden" o el "decoro urbano". El problema es qué queremos hacer con nuestro pasado.
Algunas estatuas merecen ser derribadas. Pero no es necesariamente la forma más constructiva de construir un futuro diferente. Algunas estatuas merecen ser derribadas y removidas porque su valor simbólico ha sido vaciado por un replanteamiento político e histórico-gráfico de un pasado trágico. En Italia, muchos monumentos del régimen Fascista fueron eliminados mucho antes de que fuera posible enseñar la historia de los regímenes autoritarios del siglo XX. También hay otros ejemplos. En la Europa del Este poscomunista, las estatuas de la era Soviética a menudo se trasladaban a museos y parques para ser parte de una re-significación del arte político.
Pero nuestro problema es diferente. El derrocamiento actual de estatuas en el hemisferio occidental (en los Estados Unidos, el Reino Unido y partes de Europa occidental) no es simplemente signo de un cambio de régimen político, sino de una crisis de civilización.
La cultura Europea y el Cristianismo han sido llamados al banquillo de los acusados. Por supuesto que no son inocentes: el colonialismo, la esclavitud, el genocidio, la opresión cultural y la supremacía blanca han causado muchas víctimas. ¿Hay culturas o religiones que sean totalmente inocentes?
Walter Benjamin, el filósofo judío alemán que murió en 1940 mientras huía de los nazis, escribió que "no hay ningún documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie". A lo que interpreto, significa, que destruir estatuas no es necesariamente la forma más constructiva de elaborar un pasado trágico y construir un futuro diferente. Somos responsables del pasado y destruir estatuas no resolverá el problema de esa responsabilidad. También podría llevar a la suposición de que aquellos de nosotros que destruimos monumentos del pasado estamos "en el lado correcto de la historia", algo que raya en la complacencia. Quizás el lenguaje de “estar en el lado correcto” funcione en política, pero intelectual y moralmente raya en el autoengaño.
Lo que necesitamos es una lucha por la justicia y la redención de las víctimas a través de una acción también política. Pero esto es imposible sin un sentido histórico. Destruir estatuas hace que la historia parezca un drama. En cambio, debería verse como una tragedia, donde “trágico” significa vernos no solo en solidaridad con las víctimas, sino también como parte de ese pasado.
Lo que se necesita, sobre todo de quienes tienen vocación profesional para ello, es un discernimiento de espíritus. Destruir es más rápido que re-significar los monumentos del pasado. A veces, la re-significación no es posible o, por el contrario, conduciría a más violencia y opresión. En otros casos, la iconoclastia contra las obras de arte es un obstáculo a la posibilidad de comprender el pasado: las obras de arte son seres vivos, nunca cerrados ni terminados, ya que están siempre sujetos a nuevas interpretaciones y estudios.
La historia no puede revertirse, pero tampoco está terminada. Como ha señalado Terry Eagleton en su libro Hope without Optimism (Esperanza sin optimismo), somos responsables del pasado, así como del presente y el futuro: "El significado de los eventos pasados radica en última instancia en la tutela del presente".
El punto de vista de las víctimas debe ser el punto de partida: “No se puede resucitar a los muertos; pero hay una forma trágica de esperanza que permite revestirlos de un nuevo significado, interpretarlos de otra manera, entretejidos en una narrativa que ellos mismos no podrían haber predicho”.
Esta tutela del presente no puede limitarse a una narrativa política, sino que debe profundizar en una visión teológica de la historia: “la posibilidad de un mundo compartido por encima de los abismos de la diferencia”, en palabras del teólogo Rowan Williams. Lo que no es evidente hoy es la capacidad de vernos a nosotros mismos como parte de la historia, no solo en la política, sino también en el mundo intelectual católico contemporáneo, donde las disciplinas históricas se han vuelto totalmente marginadas.
Este no es solo el ruego de un historiador, sino también una preocupación general por esta pérdida del sentido de la historia. Permítanme ofrecer dos ejemplos. El primero concierne el problema de la tradición teológica: ¿vamos a sacar de las grandes colecciones de fuentes Patrologia Graeca y Patrologia Latina a todos los Padres de la Iglesia que tuvieran opiniones antijudías o sexistas? ¿O, más bien, los vamos a leer de forma más contextual para aprender cómo la comprensión del Evangelio crece en la historia?
El segundo ejemplo: la nueva fase de la crisis de abuso sexual (después de 2018) ha iniciado una nueva ronda de investigaciones. Creo que los católicos todavía están en búsqueda de una hermenéutica de la historia necesaria para entender la crisis del abuso sexual de una manera que ayude a construir y corregir su tradición teológica y magisterial. El riesgo es que la Iglesia se limite a derrocar-literal o figurativamente- algunos de los monumentos de su pasado, incluidas doctrinas, instituciones y líderes eclesiásticos.
Los alemanes, por supuesto, tienen una palabra para esto: Vergangenheitsbewältigung, o "trabajar ahondando en el pasado". Quitar estatuas puede ser, en el mejor de los casos, solo una parte de un camino mucho más largo y difícil por delante. Los monumentos derribados pueden crear obstáculos o pueden ser piedras fundamentales.
Ver el original We need to do more than topple (some) statues
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