La huella de carbono resultante de la fabricación de un vehículo nuevo, especialmente un carro eléctrico alimentado por batería, es muy alta. Incluso si se obtienen beneficios reales en términos de emisiones de carbono al utilizar vehículos modernos, todavía hay que recorrer muchos kilómetros para superar el impacto inicial de su fabricación. Por tanto, conservar y utilizar maquinaria antigua y en buen estado suele ser una opción mucho mejor para limitar las emisiones. Obviamente, este no es el enfoque que defienden los fabricantes de carros y los gobiernos. Menos aún el de las autoridades locales y los ayuntamientos, que se empeñan en echar de sus calles y carreteras a los vehículos viejos y a sus modestos propietarios... en nombre de la ecología.
La emergencia ecológica nos obliga a repensar nuestra movilidad, el único sector en el que las emisiones nunca han dejado de crecer. Desde hace varios años, los poderes públicos multiplican las directivas que incitan a abandonar los carros de combustión en favor de los vehículos eléctricos. Los recientes anuncios de los Gobiernos de que tienen la intención de generalizar el acceso a los carros eléctricos mediante subvenciones masivas significan que muchos hogares podrán comprarlos por unos cien euros al mes.
Se han introducido varias zonas de movilidad de bajas emisiones que restringen el acceso a los vehículos que superan un determinado umbral de emisiones de gases contaminantes, en varias ciudades: París, Lyon y Grenoble, por ejemplo. Con la ley « clima y resiliencia » adoptada en 2021, todas las zonas urbanas de más de 150.000 habitantes en Francia se verán afectadas de aquí a 2024.
En estas zonas, sólo podrán circular los carros que cumplan las normas ecológicas más recientes (eléctricos o híbridos). Asistimos, pues, a una depuración a gran escala del parque automovilístico, reflejo de una visión cuando menos encantada con la movilidad eléctrica que es presentada como salvadora. Esta visión hace recaer el problema de la contaminación atmosférica en los usuarios de carros que, por ser demasiado viejos, ya no cumplen los requisitos actuales en materia de emisiones contaminantes, es decir, los que tienen motores de combustión interna fabricados antes de 2010.
Nuestra tesis doctoral en sociología realizada entre 2017 y 2022, cuyo objetivo es comprender la propiedad y el uso de los carros de más de 20 años en la era moderna, revela que los imperativos de la sostenibilidad no son ajenos a este tipo de movilidad. En la cuarentena de entrevistas realizadas, el análisis de la prensa especializada y los momentos más informales de jugueteo y discusión en garajes o en reuniones de aficionados al automóvil que sirvieron de base a esta tesis, es posible incluso vislumbrar, en algunos usuarios, ya sean urbanos o rurales, fuertes compromisos con una determinada idea de ecología.
Aprovechar lo que ya existe
La gran mayoría de los usuarios de carros viejos expresan una retórica de la reutilización que se opone a la producción y el consumo masivos. Se trata de promover una ecología que dé prioridad al uso de instrumentos funcionales (o reparables) frente al uso de instrumentos nuevos. En su discurso, esta ecología de la reutilización se presenta realista porque es más accesible económicamente y corresponde a un estilo de vida sobrio cuya pericia ya existe en las clases trabajadoras que lo desarrollan a diario.
Barato de comprar y de mantener, el carro de ocasión antiguo es también respetuoso con el medio ambiente porque el coste ecológico de su producción ya ha sido asimilado. “No es fácil explicar a nuestros queridos ecologistas que mantener y hacer funcionar un coche ‘viejo’ en lugar de fabricar uno nuevo ahorra hectolitros de agua, kilos de acero, caucho y plástico, etcétera. Ese es todo el problema de fijarse sólo en los gases que salen por el tubo de escape, en lugar de analizar todo el ciclo de vida, desde la fabricación pasando por el uso y hasta el reciclado" (Richard, revista Youngtimers nº 79).
Cuidar y redefinir lo sostenible
Como cualquier objeto técnico, un carro necesita un mantenimiento para durar, y un carro viejo requiere una atención constante, sobre todo al estado de sus componentes de seguridad.
Hoy en día, un gran número de concesionarios de automóviles ya no están equipados para trabajar en vehículos sin sistemas de diagnóstico electrónico, y los mecánicos ya no están formados para trabajar en cadenas cinemáticas comercialmente obsoletas. Como consecuencia, el mantenimiento es en gran medida responsabilidad de los propietarios, que desarrollan un apego por el carro que cuidan, así como un conocimiento detallado que les permite pensar que el carro está en buenas condiciones.
"¡Cuido mi coche! Para que siga teniendo buen aspecto y para seguir conduciéndolo. Me gustaría usarlo hasta el final. Mira un rato, ¡he conducido un Golf como éste durante 300.000 kilómetros! Mi coche puede vivir otros 30 años" (Larry, 64 años, conduce un Volkswagen Golf 3 de 1993).
Rechazo de una transición ecológica sospechosa de greenwashing
Negarse a pasa a un carro más nuevo también refleja escepticismo sobre las intenciones ecológicas de los fabricantes. Se sospecha que los carros actuales, sobre todo los eléctricos, son mucho más contaminantes de lo que parecen, sobre todo porque su producción requiere la extracción de metales preciosos como el litio y el cobalto la extraccion de metales preciosos como el litio y el cobalto.
Sus equipos electrónicos y digitales también son objeto de sospecha cuando se trata de evaluar su obsolescencia. También aquí se critica la lógica de la sustitución anticipada y, con ella, la estrategia de dejar rápidamente obsoleto cada modelo sustituyéndolo por otro u ofreciendo una versión renovada. "Por su durabilidad, acaban antes en el basurero que un carro viejo. No están diseñados para durar, no... ¡el objetivo es consumir! ¡Antes hacíamos carros robustos! El Saab 900 es un carro robusto. ¿Y eso por qué? Porque antes no pensábamos con esta mentalidad consumista" (Yannis, 40 años, director de empresa, conduce un Saab 900 de 1985).
Romper con el frenesí y conducir "menos pero mejor”
En comparación con los coches más recientes, los de más de 15 años son menos cómodos y menos seguros, y exigen una mayor atención del conductor, que tiene que estar más en alerta y anticiparse.
También son más exigentes a quien está al volante, ya que requieren más de los cinco sentidos. Por ejemplo, no tienen control de crucero, asistencia al frenado de emergencia ni dirección asistida, lo que dificulta especialmente las maniobras. Como están en el extremo opuesto del espectro de la eficiencia, estos carros son el instrumento ideal para mantener a raya el deseo de acelerarlo todo que caracteriza nuestra época, sumergiéndose en formas "suaves" de movilidad que evocan una sensación imaginaria de viaje, impregnada de lentitud y contemplación. "A mis padres les gusta esto. Ahorran tiempo, tienen la cajita para pasar por el peaje y luego lo descuentan todo de la cuenta. ¡Me parece espantoso! ¡Es espantoso! Crees que es fácil, pero al final van aún más rápido" (Lucas, 22 años, estudiante de filosofía reconvertido en carpintero tradicional, conduce un Renault 4 de 1982).
Mantener a raya los carros
Más que los bienes y un sistema económico, es todo el sistema de movilidad que se quiere mantener a raya. Para muchos usuarios, mantener el papel central del carro en la planificación del territorio y de la movilidad cotidiana sería una falta de ambición frente a los retos ecológicos actuales.
Muchos usuarios de coches antiguos reclaman una revisión ambiciosa del sistema de movilidad que dé protagonismo a las formas alternativas de movilidad y que, en particular, tome en serio la bicicleta como medio de transporte eficiente. Todos dicen que prescindirían del carro a diario si pudieran. "No soy nostálgico. Creo que, en esa sociedad de antes, la de la conquista, nos equivocamos. Se olvidó la finitud de las cosas, igual que hoy olvidamos que hay perspectivas. Perspectiva es la bicicleta, por ejemplo. Con la bicicleta, vamos a sitios donde ya no va el coche, nos libramos de los atascos, eso es todò”. (Fabrice, de 47 años, conduce varios Citroën de los años 70 a 2000).
El componente de un estilo de vida sobrio
Para algunas personas, conducir un coche viejo es, por tanto, una forma de vivir su movilidad de un modo más sobrio, privilegiando la calidad (del trayecto, del objeto...) frente a una forma de exceso. "Creo que hemos ido demasiado lejos en ciertas cosas, que también vamos demasiado lejos en relación con el planeta, la contaminación y todo eso. No quiero entrar en eso, quiero más. Uno de mis sueños sería ser autosuficiente energéticamente. Así que hay algo ecológico en mi enfoque... ¡Sí, ecológico!” (Bruno, 56 años, conduce un Renault 4 de 1986).
Esta ética de la sobriedad suele estar en el origen de un estilo de vida más frugal, y presupone una actitud reflexiva ante nuestros actos y sus consecuencias. Aunque la conversión de todos al "carro viejo" no represente un válido proyecto de transición ecológica, la relación de estos usuarios con su movilidad nos invita, no obstante, a dejar de tomarnos la carretera a la ligera.
Al contrario, nos insta a cuestionar la banalidad de nuestro recurso al automóvil para pensar en una forma más ilustrada de automovilismo.
Véase, Et si l’écologie, c’était plutôt de rouler avec nos vieilles voitures
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