El resurgimiento de este concepto refleja una frustración persistente ante las desigualdades incrustadas en el orden mundial.
En los últimos años, la idea de que el orden político y económico global divide al mundo en dos bloques desiguales ha vuelto al centro del escenario internacional. En diciembre de 2022, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó nuevamente una resolución titulada “Hacia un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI)”, pidiendo revivir la agenda del NOEI de los años setenta. La votación, dividida entre apoyos y rechazos, reflejó casi exactamente la Línea Brandt que separa el Norte del Sur global: Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur, Israel, Nueva Zelanda, Australia y Europa votaron en contra, mientras que el resto del mundo votó a favor, con la única excepción de la abstención de Turquía.
El aumento de la popularidad del término “Sur global” refleja quejas renovadas contra el orden internacional y la necesidad, por parte de quienes se encuentran actualmente marginados, de unirse para transformarlo. En la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2024, el presidente de Ghana, Nana Akufo-Addo, describió una inestabilidad inherente al orden mundial, provocada por “una situación en la que el llamado Sur global, del que forma parte África, siempre termina en el lado equivocado de la balanza en cuanto al acceso a los recursos globales”. En la Cumbre del G77 y China, en septiembre de 2023, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel retomó décadas de retórica del Movimiento de Países No Alineados (MPNA), del G77 y del NOEI, declarando que “después de todo este tiempo en que el Norte ha organizado el mundo según sus intereses, ahora le toca al Sur cambiar las reglas del juego”.
En septiembre de 2023, en un discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva señaló que “el 10 % más rico de la población mundial es responsable de casi la mitad de todo el carbono liberado en la atmósfera” y, sin embargo, “son las poblaciones vulnerables del Sur global las que más sufren las pérdidas y los daños causados por el cambio climático”. Refiriéndose al conflicto en Gaza, el presidente colombiano Gustavo Petro afirmó: “Alemania... Francia, la Unión Europea, el Reino Unido, y sobre todo los Estados Unidos de América... aceptan que se lancen bombas sobre personas porque están enviando un mensaje al conjunto de la humanidad: lo que le pasa a Palestina le puede pasar a cualquiera si se atreve a hacer cambios sin su permiso”. Las causas políticas que defiende hoy el Sur global han cambiado, pero los agravios fundamentales siguen siendo los mismos.
Ha vuelto el no alineamiento
Además, los líderes del Sur global están demostrando una renovada disposición y capacidad para contradecir los deseos de Occidente. Desde América Latina hasta África, el no alineamiento ha resurgido como doctrina de política exterior, dificultando que Occidente construya un consenso global sobre temas como la guerra en Ucrania.
Pensemos en el grupo BRICS, compuesto originalmente por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que en 2024 incorporó a cuatro nuevos miembros (Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos), dando lugar a BRICS+. Aunque sus esfuerzos todavía son incipientes, el grupo BRICS ha intentado reducir el dominio de Estados Unidos sobre el sistema financiero internacional, alejándose del dólar y del sistema de pagos SWIFT, al tiempo que establece nuevas instituciones financieras internacionales como el Nuevo Banco de Desarrollo.
Con su ampliación, el grupo se está posicionando como un posible contrapeso al G7 y otros foros occidentales. Los países del Sur global también están acudiendo a instancias internacionales para exigir cuentas al Norte global, como lo demuestran los casos presentados por Sudáfrica y Nicaragua ante la Corte Internacional de Justicia por la guerra entre Israel y Hamás.
Si este resurgimiento del Sur global expresa el deseo de un nuevo intento por construir un orden global más equitativo –intento que ya fracasó en los años 80–, ¿qué ha cambiado desde entonces? Entre 1990 y 2020, un indicador clave de la desigualdad (el coeficiente de Gini global) descendió, señalando una reducción de las desigualdades económicas entre países. Naciones como India, Indonesia y Brasil, tradicionalmente clasificadas dentro del Sur global, han ganado suficiente peso económico y político como para convertirse en potencias regionales o incluso globales, compitiendo entre sí y desafiando la idea de un Sur global unificado y sin poder. También han evitado las instituciones multilaterales centradas en Occidente, optando por agrupaciones alternativas como los BRICS, mientras encuentran formas de cooperar con el Norte global a través de foros como el G20.
Para muchos gobiernos del Sur global, esta mejora económica y política ha acelerado –y no frenado– su deseo de un nuevo alineamiento, ya que el aumento del poder no ha venido acompañado de un aumento del privilegio.
Además, no todos los países en desarrollo han experimentado este empoderamiento económico y político. Mientras que algunos países que se identifican como parte del Sur global han logrado incrementos notables en su riqueza y poder político, muchos otros no lo han hecho, quedando atrapados en condiciones de bajos ingresos y sin acceso a una influencia multilateral significativa. Por ejemplo, el PIB per cápita anual de Burundi, de 259 dólares, equivale apenas al 3,9 % del PIB per cápita de Colombia, y solo al 0,34 % del de Estados Unidos. Algunos países, como India, han incrementado considerablemente su influencia mundial, mientras que otros siguen siendo relativamente marginados.
Asimismo, aunque muchos países del Sur global comparten una retórica común sobre el orden internacional, existen divergencias en las posiciones adoptadas por cada uno. India y China son miembros de los BRICS, pero son rivales geopolíticos intensos que compiten por el liderazgo del Sur global. Algunos analistas incluso hablan de un “Sur del Sur global”, un subconjunto de países más pequeños y pobres subordinados a potencias como China e India, reproduciendo dentro del propio Sur global la misma dinámica Norte-Sur.
Ante esta diversidad, las invocaciones al Sur global deberían centrarse en un hilo conductor constante: desde su origen, la idea buscaba conectar experiencias diversas a través de una queja común –una economía política global que perpetúa dinámicas coloniales y refuerza jerarquías– y abogar por un nuevo orden mundial que respete la autodeterminación.
Ver, A Closer Look at the Global South
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