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La hueca herencia de Obama

Pambazuka 17.11.2016 Margaret Kimberley Traducido por: jpic-jp.org

El ejemplo más obvio de la falta de consistencia de Obama es su relación con los negros estadounidenses. Su desdén y desprecio por la gente que más lo amaba era evidente para cualquiera que prestara atención. Obama ganó haciéndose aceptable a la gente blanca mientras aprovechaba de un inmerecido orgullo negro.

El legado de Obama está en pedazos y eso es una buena noticia. La victoria de Donald Trump no fue sólo una victoria sobre Hilary Clinton sino también sobre las políticas del Partido Demócrata que silenciaron a sus adeptos. Durante años los demócratas estuvieron convencidos de que el único medio de mantener a raya a los republicanos era caminando junto con los líderes del partido sin contestar. Si los demócratas querían ampliar los acuerdos comerciales aunque dejaran sin empleos muchos trabajadores, que así fuese. Los que marcharon en contra de la invasión de Iraq doblaron sus tiendas cuando los demócratas se convirtieron en el partido de guerras sin fin. Cuando Obama promovió la austeridad y los "grandes regateos" con los republicanos, no abrieron boca. Incluso la organización Black Lives Matter (La vida de los negros cuenta) se negó a señalar que el Departamento de Justicia de Obama dejaba impunes a policías asesinos.

Barack Obama no fue nada más que un inconsistente. Mientras los demócratas bajaban a las calles en protesta en contra del presidente electo, Obama declaraba que Trump, que él mismo había definido "incompetente" no es un ideólogo, sino un "pragmático". Nadie debe sorprenderse de ese tono conciliador. Obama nunca tuvo problemas con los republicanos. Pueden haberlo obstaculizado pero él siempre estaba feliz de complacerlos porque en realidad no se oponía a sus políticas.

El ejemplo más obvio de la falta de consistencia de Obama es su relación con los negros americanos. Su desdén y desprecio por la gente que más lo amaba era evidente para cualquiera que prestara atención. Las bromas acerca del "primo Pookie" y los padres que sirven pollo frito de desayuno debían haber sido entendidas como tiradas racistas porque lo eran. Pero el deseo de ver una cara negra en un lugar prominente es demasiado radicado aunque sea perjudicial.

Obama ganó haciéndose aceptable a la gente blanca mientras aprovechaba de un inmerecido orgullo negro. Hillary Clinton sería hoy el presidente electo si los nuevos votantes que adquirieron el derecho a partir del 2008 hubieran sido fieles al Partido Demócrata. Su lealtad, al contrario, era para la imagen de Barack Obama como presidente. Su alegría se limitaba a verlo estrechar la mano a la reina de Inglaterra junto con su primera dama o desembarcar de la Air Force One (la aeronave presidencial) pavoneándose al dar autógrafos. Ver a Barack y a Michelle anfitriones de una cena de estado fue suficiente para que los corazones negros se desmayaran. Las iniciativas políticas no deben entrometerse en las fiestas de los enamorados.

El resultado final de este amor no correspondido y superficial fueron seis millones de votos menos para Hilary Clinton en 2016 que para Obama en 2012. El primo apócrifo Pookie se quedó en casa y nadie debe sentirse sorprendido. No hay ningún secreto para hacer que los votantes se comprometan. Solo se comprometen si sus expectativas se cumplen. Haz algo para los que votan y ellos te devolverán en la cabina de voto.

Incluso la impopular y poco apasionante Hilary Clinton podría haber ganado en Michigan si la gente de Flint hubiera recibido la ayuda federal que tanto necesitaba. La agencia de protección ambiental de Obama no sólo permitió que esa ciudad siguiera con agua contaminada sino que el mismo Obama se presentó para una fotografía de ocasión y no hizo nada más para los que sufrían. Bebió un vaso de agua, posó para las cámaras y se regresó a Washington. Y la gente de Flint sigue viviendo en condiciones que los estadounidenses llaman de "Tercer Mundo".

La reacción a la victoria de Trump debería ir más allá de las protestas políticas que los demócratas ahora tienen poco poder de contrastar. Este tiempo es una oportunidad para una auto critica y mea culpa muy necesarias. Millones de personas hicieron mucho más que aceptar la política del Partido Demócrata. Han apoyado decisiones que habrían rechazado si hubiesen sido propuestas por un republicano o un demócrata blanco. Estaban de lado de por Muhammad Gadafi cuando los republicanos estaban en la presidencia pero desviaron su mirada de su asesinato porque fue comisionado por un demócrata. Incluso votaron por la persona que se alardeó de la muerte. Los votantes demócratas deben preguntarse por qué no dijeron nada cuando su partido promovió acuerdos comerciales en contra de sus intereses. En última instancia fue esa aquiescencia que llevó a la derrota por mano de Trump.

El dominio con el que el equipo de Obama maneja la propaganda era legendaria pero en el día del juicio apareció el vacío que habían construido. Los medios de comunicación actuaron como emborronadores de cuartillas bajo el dictado de la Casa Blanca y declararon que Rusia era un estado enemigo y que su presidente era el Hitler del siglo XXI. Ahora es Donald Trump, la estrella de televisión que se ha auto-promovido, quien declara su disposición a dialogar con su homólogo ruso. Es el tipo de comportamiento que en tiempos pasados los demócratas valoraban. Los presidentes demócratas Jimmy Carter y Bill Clinton comenzaron la tradición de conseguir que los demócratas apoyaran lo que no les convenía. Obama perfeccionó el arte que finalmente llevó a la debacle. Por cierto, él no será el último en engañar a los fieles seguidores de su partido pero en 2016 los demócratas vendieron sus almas para quedarse sin nada. La derrota produce la más fuerte sensación de vacío.

* La columna “Freedom Rider” (literalmente Jinete de libertad) de Margaret Kimberley aparece semanalmente en Black Agenda Report, en donde es redactora y columnista.

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