Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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La interculturalidad, una forma de participar en la creación divina

Osservatore Romano 30.05.2023 Arturo Sosa Traducido por: Jpic-jp.org

La injusticia estructural que caracteriza las relaciones sociopolíticas actuales parece ser una herencia que la época histórica anterior deja a la que comienza. En este cambio de época estamos asistiendo a situaciones, como la pandemia del coronavirus, que afectan a toda la humanidad y revelan claramente la extensión y profundidad de la injusticia estructural.

Siguen creciendo las brechas sociales, la pobreza, las migraciones forzadas y otras calamidades. Parece imposible detener la degradación ambiental causada por los modelos de producción y los estilos de vida lujosos generados por el capitalismo de consumo globalizado. Los conflictos armados siguen aumentando incluso allí donde parecía que se habían encontrado alternativas para resolverlos. La política mundial no ha madurado lo suficiente para gobernar el mundo en el interés común de la humanidad.

Este marco sociopolítico global en el que nos movemos ya ha sido definido como punto de referencia ineludible para las reflexiones que compartimos: hacer del "encuentro" la dimensión esencial y permanente de las culturas en las que nos movemos.

Ya hemos recordado cómo la injusticia estructural genera situaciones de desencuentro. El reto de la misión que hemos recibido es dar pasos efectivos hacia la fraternidad y la paz. Por ello, desarrollar la dimensión del encuentro en las culturas que dan sentido a nuestras vidas se convierte en una exigencia fundamental para avanzar. El encuentro es esa dimensión de las culturas que sirve de herramienta y ayuda para superar la injusticia, transformar la sociedad y lograr la reconciliación con las personas, los pueblos y con el entorno natural en el que se desarrolla nuestra vida.

Prefiero hablar de culturas en plural para destacar una de las mayores riquezas de la humanidad: la diversidad cultural. La diversidad cultural representa una de las formas más extraordinarias de participar en la creación que nace en Dios y de su Palabra. A través de sus culturas, los seres humanos son con-creadores. La diversidad cultural es para el ser humano lo que la biodiversidad es para la naturaleza; es, por tanto, un tesoro que hay que reconocer, defender, preservar y promover. A través de las culturas, las personas y los pueblos dan sentido a sus vidas y les encuentran sentido. La Constitución Apostólica del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes ofrece una descripción clara de lo que se entiende por la palabra cultura, reafirmando así la realidad y la importancia del pluralismo cultural en el pasado, el presente y el futuro de la humanidad.

En el mundo actual, las experiencias y los espacios multiculturales existen en tensión con la tendencia que favorece la homogeneidad cultural, una tendencia promovida porque apoya la dinámica del mercado, la estructura dominante de las relaciones de producción y consumo.

El multiculturalismo reconoce, por el contrario, la diversidad cultural como riqueza humana, fomenta la coexistencia entre diferentes culturas y promueve su preservación. El multiculturalismo es una experiencia compleja y fructífera compartida entre seres humanos culturalmente diversos. Al mismo tiempo, refleja la inevitable tensión entre las raíces locales de cada ser humano o grupo social y la visión universal que tiende a generar la identidad global y la ciudadanía universal.

La misión que hemos recibido de trabajar por la reconciliación de todas las cosas en Cristo nos impide, sin embargo, de contentarnos con el multiculturalismo. Nos enfrenta al reto de la interculturalidad, que conduce a un intercambio enriquecedor entre todos los pueblos y grupos sociales que se encuentran y comparten sus culturas. El crecimiento constante de los flujos migratorios en el mundo revela las profundas heridas existentes, pero también ofrece oportunidades para intercambios culturales a gran escala. Podemos ver en esta realidad un importante signo de los tiempos que nos invita a profundizar en la dimensión del encuentro. Es un viaje que nos lleva a sentirnos miembros de toda la humanidad, verdaderos ciudadanos del mundo.

El encuentro intercultural va más allá de lo que hemos llamado multiculturalismo. Este último reconoce la existencia de muchísimas culturas en la historia de la humanidad y en la vasta geografía en la que han vivido los pueblos, y fomenta la coexistencia pacífica entre ellas. El encuentro intercultural busca, además, tender puentes y promover un intercambio fluido entre todas las culturas en un proceso complejo que implica confirmar y enriquecer la propia identidad al tiempo que se enriquece la de los demás.

El encuentro siempre corre el riesgo de provocar conflictos. De hecho, la interculturalidad no es simplemente un "encuentro entre culturas" que evite la necesidad de adquirir una visión crítica de la propia cultura, ni permita contentarse con el mero respeto de la diversidad cultural, como si de algún modo fuera posible producir un ámbito o espacio meta cultural o supra cultural.

Buscamos el encuentro entre personas de distintas culturas como medio de enriquecimiento mutuo. La interculturalidad enriquece a quienes participan en este proceso, y es posible porque todas las culturas tienen la dimensión del encuentro. El encuentro intercultural es "un intercambio mutuo entre culturas que conduce a la transformación y al enriquecimiento de las personas implicadas" (Cf. Stanislaus, L. - Ueffing, M., Interculturalidad, Estella, ed. Verbo Divino 2017, p. 23). Se trata

por lo tanto, de un encuentro participativo e interactivo en el contexto histórico, social, económico y político en el que tiene lugar. A través del encuentro intercultural, las culturas se desarrollan más dinámicamente, experimentando cambios internos que las llevan a crecer en la dimensión universal de la humanidad.

En Hermanos todos, el Papa Francisco describe el encuentro del samaritano con el herido abandonado al borde del camino para mostrar cómo se crea la fraternidad. El samaritano no está atrapado en un modo de vivir su cultura que le impida tender la mano al encuentro de la persona ajena que necesita su ayuda. Al contrario, la dimensión del encuentro le abre los ojos a las necesidades humanas sin hacer distinciones. La dimensión cultural del encuentro permite ocuparse de otras personas, otras culturas y otros pueblos heridos. Hace posible abrazarlos y ofrecer todos los medios para curar heridas, tender puentes y fomentar la fraternidad.

El deseo de paz ha estado presente en las culturas humanas a lo largo de sus largas historias llenas de violencia y guerras. Ahora, en medio de una "tercera guerra mundial por pedazos", como la describe el Papa Francisco, aspiramos a una paz duradera que vaya más allá del silencio de las armas.

Esta paz exige la justicia social. Mientras no cambie la estructura socioeconómica que alimenta la pobreza y sostiene las escandalosas diferencias entre unos pueblos y otros, entre unos pocos muy ricos y las mayorías pobres; mientras no desaparezcan las justificaciones fundamentalistas religiosas y las cortinas de humo ideológicas, no acabará la violencia, ni el flujo de migraciones forzadas ni el tráfico de seres humanos. Tampoco cesarán las agresiones contra el entorno natural, aunque amenacen la vida en el planeta Tierra.

La paz exige que recorramos juntos el complejo camino de la reconciliación que nos lleva del trágico desencuentro y de relaciones humanas rotas al verdadero encuentro fraterno. La paz exige que caminemos juntos en la misma dirección para crear las condiciones del diálogo. Implica procesos personales y grupales de acompañamiento que son a la vez complejos por naturaleza y asincrónicos; es decir, que avanzan a ritmos diferentes y sólo pueden armonizarse mediante la presencia paciente e incondicional de quienes los acompañan.

Los encuentros interculturales son posibles cuando hay colaboración entre muchas personas, no sólo de diferentes culturas, sino también de características diferentes y competencias complementarias. Colaborar significa compartir la responsabilidad del proceso y, por tanto, es un requisito previo para los encuentros interculturales.

Participar en el encuentro intercultural significa aumentar y perfeccionar la capacidad de diálogo, que es una dimensión fundamental del proceso. El diálogo debe ser tanto intercultural como intra cultural. Las resistencias y los obstáculos están a la vista.

Véase, Interculturalità, un modo per partecipare alla creazione divina - L'Osservatore Romano 

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