Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Las Bienaventuranzas, “carnet de identidad del cristiano”

Newark 13.05.2018 Jpic-jp-org Traducido por: Jpic-jp.org

Papa Francisco ha publicado una exhortación apostólica sobre el llamado a la santidad en el mundo actual”. ¿Tiene este documento algo que decir sobre el compromiso para la Justicia y la Paz? En realidad parece que este sea el contexto que el Papa tiene bajos su mirada desde el comienzo: “Alegraos y regocijaos, dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa” (GE n° 1).

El Señor ofrece “la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados”, no a los individuos aislados, sino a todo un Pueblo, ya que “No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo” (GE n° 6). La santidad, “consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él” e implica reproducir “en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor” (GE n° 20). Por eso, el aporte del genio femenino se hace esencial y es interesante, anota el Papa, que precisamente “en épocas en que las mujeres fueron más relegadas”, su fascinación – Francisco menciona a Hildegarda de Bingen, Brígida, Catalina de Siena, Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux – “provocó nuevos dinamismos espirituales e importantes reformas en la Iglesia (GE n° 6).

Profundizando en el tema, el Papa afirma “no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer”, por lo que “tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino”. Santidad es por ende “el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos” (GE n° 25), porque “no es que la vida tenga una misión, sino que es misión” (GE n° 27). El ejemplo más bello es Josefina Bakhita, “secuestrada y vendida como esclava” a los siete años, “llegó a comprender la profunda verdad de que Dios, y no el hombre, es el verdadero Señor de todo ser humano, de toda vida humana” (GE n° 32).

Dos tentaciones se interponen en el camino de la santidad y del compromiso por la Justicia y la Paz, el gnosticismo y el pelagianismo. El primero es “la tentación de convertir la experiencia cristiana en un conjunto de elucubraciones mentales que terminan alejándonos de la frescura del Evangelio” (GE n° 46), el segundo, la tentación de confiar únicamente “en sus propias fuerza”, sentirse superiores a los demás, seguros “de que todo se puede con la voluntad humana, como si ella fuera algo puro, perfecto, omnipotente” (GE n° 49). Necesitamos «consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad” (GE n° 55). Hay todavía cristianos que persiguen “la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial” (GE n° 57). Jesús por el contrario indica el camino que “permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano” “o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos. Porque en cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios” (GE n° 61). La santidad entonces es la búsqueda del Reino y el compromiso para la Justicia y la Paz.

“Puede haber muchas teorías sobre lo que es la santidad”, insiste el Papa, pero ¿por qué no “volver a las palabras de Jesús y recoger su modo de transmitir la verdad”? Jesús explicó qué es ser santos, cuando nos dejó las bienaventuranzas, “carnet de identidad del cristiano” (GE 63).

Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. El rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona. Las riquezas no aseguran nada. ¡Al contrario! Lucas no habla de una pobreza de espíritu sino de ser pobres a secas, e invita a una existencia austera y despojada para poder compartir la vida de los más necesitados, la vida que llevaron los Apóstoles y Jesús, que siendo rico se hizo pobre. “Ser pobre en el corazón, esto es santidad” (GE n° 67-70).

Felices los mansos, porque heredarán la tierra”. El nuestro es mundo de enemistad, donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás por sus ideas, por sus costumbres, y hasta por su forma de hablar o de vestir: un mundo del orgullo y de la vanidad, donde cada uno se cree con el derecho de alzarse por encima de los otros. Jesús nos llama ad aprender de él “manso y humilde de corazón”. Si vivimos tensos, engreídos, terminamos cansados y agotados: miramos los límites y los defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos superiores, echándonos la mano, evitando desgastar energías en lamentos inútiles. Aun defendiendo nuestra fe y nuestras convicciones, hagámoslo con mansedumbre. La mansedumbre es otra expresión de la pobreza. Los mansos poseerán la tierra, es decir, verán cumplidas en sus vidas las promesas de Dios. “Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad”. (GE n° 71-74).

“Felices los que lloran, porque ellos serán consolados”. El mundo propone entretenimiento, disfrute, distracción, diversión: no quiere llorar, mira hacia otra parte cuando hay problemas de enfermedad o de dolor en la familia o a su alrededor, prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas, esconderlas. Quien mira las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Y tiene la valentía de compartir el sufrimiento ajeno, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. “Saber llorar con los demás, esto es santidad” (GE n° 75-76).

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados”. Hay quienes con intensidad desean la justicia y la buscan con un anhelo fuerte. Estos serán saciados, ya que tarde o temprano la justicia llega, no la justicia que el mundo busca tantas veces manchada por intereses mezquinos, manipulada para un lado o para otro. ¡Cuánta gente sufre por las injusticias, mientras otros se quedan observando y desisten de luchar por la verdadera justicia u optan por subirse al carro del vencedor! Eso no tiene nada que ver con el hambre y la sed de justicia que Jesús elogia. La justicia se hace cuando cada uno es justo en sus propias decisiones y se expresa buscando la justicia para los pobres y débiles. “Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad” (GE n° 77-79).

Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. La misericordia tiene dos aspectos: es dar, ayudar, servir a los otros, y también perdonar, comprender. “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (Mateo). Dar y perdonar es reproducir en nuestras vidas un pequeño reflejo de la perfección de Dios, que da y perdona sobreabundantemente. Lucas no dice sed perfectos sino sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonado. Si afinamos el oído, posiblemente escucharemos algunas veces el reproche: ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? “Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad” (GE n° 80-82).

“Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. Quien tiene un corazón sencillo, puro, sin suciedad sabe amar y no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo. “El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”. No hay amor sin obras de amor, pero el Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón, ya que “si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría”. En el corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven. Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios. “Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad” (GE n° 83-86).

“Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Los pacíficos son fuente de paz, construyen paz y amistad social. Jesús les hace una promesa: “Ellos serán llamados hijos de Dios”. Dios exhorta a buscar la paz junto con todos, porque “el fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz”. Esta paz que no excluye a nadie sino que integra también a los que son algo extraños, a las personas difíciles y complicadas, a los que reclaman atención, a los que son diferentes, a quienes están muy golpeados por la vida. Es duro y requiere una gran amplitud de mente y de corazón, ya que esta paz non es “un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz”, ni de un proyecto “de unos pocos para unos pocos”. Es “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”. Ser artesanos de la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza. “Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad” (GE n° 87-89).

“Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. El camino del Evangelio va a contracorriente, convierte en seres que cuestionan a la sociedad con su vida, personas que molestan. ¡Cuánta gente es perseguida y ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia! Las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra de la justicia. En una sociedad alienada, atrapada en una trama política, mediática, económica, cultural e incluso religiosa que impide un auténtico desarrollo humano y social, se vuelve difícil vivir las bienaventuranzas, llegando incluso a ser algo mal visto, sospechado, ridiculizado. Las persecuciones son entonces inevitables. Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades. “Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad” (GE n° 90-94). Aquí para leer todo el documento de Papa Francisco

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Los comentarios de nuestros lectores (2)

Comunidad Buen Pastor 01.06.2018 Gracias al Papa Francisco por esta riqueza al mostrarnos un nuevo estilo de vivencia de las Bienaventuranzas
Antoine Kasusi 19.06.2019 Merci pour le travail realisé.