Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Las virtudes de los políticos según Luigi Sturzo

In Terris 12.11.2022 Mons. Michele Pennisi Traducido por: Jpic-jp.org

La diferencia básica entre pecado y delito es que el primero es un concepto moral-religioso, el segundo político-jurídico. El pecador debe dar cuenta a su Dios. El delincuente, por su parte, es responsable ante la ley y el juez y, en un sentido más amplio, ante la comunidad perjudicada por su delito. Luigi Sturzo nació el 26 de noviembre de 1871 en Sicilia y murió en Roma en 1959. Fue sacerdote católico y político, figura destacada del Partido Popular.

Un delito es un comportamiento humano voluntario, una acción prohibida por el ordenamiento jurídico de un Estado, a la que se impone una pena. Para que una conducta se considere delito, no sólo tiene que ser contraria a la ley. Deben concurrir varias circunstancias: la voluntariedad de la conducta; la existencia del elemento psicológico, dolo o culpa; el nexo causal entre la conducta activa y la producción del hecho dañoso; la inexistencia de condiciones que harían lícita una conducta formalmente ilícita (por ejemplo, la legítima defensa).

El pecado pertenece a la esfera religiosa. El Catecismo de la Iglesia Católica dice: "El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la recta conciencia; es una transgresión en el orden del verdadero amor, hacia Dios y hacia el prójimo, por un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza humana y atenta contra la solidaridad humana. Es una ofensa a Dios".

Para que haya pecado se requieren tres condiciones: materia grave, plena conciencia de la inteligencia, consentimiento deliberado de la voluntad libre de condicionamientos. La moralidad es el deseo y la tensión continua hacia el bien y no se escandaliza de la fragilidad propia y ajena porque brota de la gratitud por la experiencia del amor gratuito. La misión de la Iglesia no es la de una agencia humanitaria que reparte licencias de moralidad, sino la de denunciar proféticamente el mal y ser evangélicamente misericordiosa con los pecadores a los que pide continuamente la conversión del corazón y del comportamiento.

A este respecto, la actitud de Jesús es emblemática: a los fariseos que le habían llevado a una mujer adúltera, les dice 'el que esté libre de pecado que tire la primera piedra' y a la mujer le dice 'vete y desde ahora no peques más'.

La Iglesia pide a las personas comprometidas en política que sus acciones estén al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común, superando el dualismo entre fe y vida. Se trata de vivir de acuerdo con la propia conciencia iluminada por la fe, que lleva a concebir el compromiso político como un acto de amor gratuito al servicio de la comunidad.

Hablar de crimen y pecado en la práctica política presupone hablar de la relación entre legalidad y moralidad, entre ley y justicia. El respeto a la ley no es un mero acto formal, sino una acción personal que encuentra su horizonte en la virtud de la justicia. Se respeta la ley, se observa la legalidad no por miedo al castigo, sino por sed de justicia y realización del bien común.

Que la cuestión moral se sitúe en el centro de atención de la política es positivo en la medida en que pone en tela de juicio la perjudicial separación entre ética y política, sostenida por quienes teorizan que todas las experiencias de la vida humana (política, ciencia, economía, derecho) son completamente autónomas de la moral.

En la concepción cristiana de la vida, lo bueno y lo justo son dimensiones inalienables de la acción, por lo que la vida está sujeta a criterios morales. La moralidad de los políticos es un hecho esencial para devolver su valor ideal al compromiso político y transformarlo en verdadera "caridad política".

Hay que preguntarse, sin embargo, si la "cuestión moral" planteada por los Catones improvisados no es un garrote para destruir o deslegitimar a los adversarios políticos, y si los intereses económicos y la explotación electoral no se ocultan hipócritamente detrás de campañas moralistas. “La hipocresía", recordaba Chesterton, "es el homenaje que el vicio rinde a la virtud. La moral no se puede parcelar. El fariseísmo moralista se apoya en la asignación de principio moral sólo a lo que uno puede demostrarse en medida de observar y malo todo lo que los demás hacen, filtrando los mosquitos y tragándose los camellos, como dice Jesús en el Evangelio.

El moralismo puede degenerar en fariseísmo en la medida en que es la persona la que establece el criterio del bien y del mal por el que generalmente se absuelve a sí misma y condena a los demás, olvidando la admonición evangélica de quitarse primero la viga de los propios ojos antes de pretender quitar la paja de los ajenos. Es la actitud de los que creen que tienen las manos limpias, pero no se dan cuenta de que tienen el corazón sucio.

Don Luigi Sturzo, que se dedicó personalmente a la política como concejal municipal y provincial, pro alcalde durante 15 años y secretario del PPI, dijo que la política es un arte que sólo unos pocos artistas son capaces de ejercer, mientras que otros se contentan con ser de ella artesanos y muchos se reducen a ser comerciantes políticos.

No dejó de dar también algunas sugerencias prácticas a quienes quieren aprender el arte y evitar el oficio. Entre las virtudes de los políticos cita la franqueza, la sinceridad, la firmeza para saber decir no, la humildad de la que brota el sentido de los límites, el no apego al dinero y a la fama, la competencia, la planificación política. Sturzo afirma el carácter absoluto de los valores morales, pero también insiste en la impoliticidad de la inmoralidad política. Para él, la economía y la política, sin moralidad, son siempre antieconómicas e impolíticas.

Don Luigi Sturzo no se detuvo en denuncias genéricas y abstractas, sino que intervino a menudo y puntualmente en algunos nudos cruciales de la historia de su país con análisis despiadados que no carecen de actualidad. He aquí lo que escribió en 1958, con ochenta y siete años, sobre la moralización de la vida pública: "¡Una palabra 'moralizar la vida pública'! ¿Dónde y cuándo la política se ha mantenido en la línea de la moralidad? Ni ayer, ni hoy, ni por nosotros, ni por nuestros vecinos, ni por países lejanos. Sin embargo, ésta es la aspiración popular: justicia, honradez, manos limpias, equidad. ¿Qué es la concepción del Estado de Derecho sino la de un Estado en el que la ley sustituye a la arbitrariedad; la observancia de la ley suprime el abuso, la malversación y el abuso no quedan impunes? El Estado no inmuniza el mal ni lo convierte en bien; el Estado hace que los ciudadanos sufran los efectos malignos de las acciones deshonestas de sus administradores, gobernantes y funcionarios, mientras que produce efectos beneficiosos con una política sabia y una administración honesta. Si calado en la mente de los ciudadanos la idea de que es necesario un soborno o un porcentaje para que el intermediario consiga cerrar un trato, hay que concluir que las historias que circulan de boca en boca no son todas inventadas. Y concluyó: "¡Limpieza! Limpieza moral, política y administrativa, - sólo así los partidos podrán presentarse dignamente ante el electorado para obtener votos; nunca haciendo favores a categorías y grupos; nunca con promesas personales de puestos y ascensos; sino sólo en nombre de los intereses de la comunidad nacional, de la Patria en definitiva, sí porque la moralización de la vida pública es el mejor servicio que se puede hacer a la Patria" (enero de 1958).

La corrupción y el clientelismo son fenómenos que han existido siempre, que se acentúan sobre todo en momentos de grave decadencia civil y en fases de cambio social y cultural, pero desde hace algunas décadas en Italia, como en otros países (Es suficiente mirar lo que està pasando en las instituciones europeas), han adquirido proporciones cuantitativas y características cualitativas sin precedentes. La red de clientelismo y corrupción se ha extendido de la esfera de la vida pública a la del trabajo, la profesión, el comercio, e incluso ha tocado la vida privada y las relaciones interpersonales.

Lo que debe impresionar y alarmar es el estado generalizado de aquiescencia y resignación pasiva ante fenómenos moralmente graves. Por un lado, los ciudadanos se escandalizan de las manifestaciones de corrupción de la clase política, pero por otro contribuyen a alimentarlas recurriendo sistemáticamente al clientelismo cuando se trata de hacer valer sus propios intereses, incluso a costa de los de los demás.

Faltan "anticuerpos" contra las conductas ilícitas. Hoy en día, cada vez hay más personas que desconocen el sentido de la culpa y predican que "transgredir es bueno", para descubrir después que también fatiga.

Para las posiciones más extremas del relativismo ético, no hay distinción entre el bien y el mal. Las últimas consecuencias de esta postura que conduce al nihilismo las expresa Camus: "Si nada se cree, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es posible y nada importa. No hay nada ni a favor ni en contra, asesinar está bien o mal al mismo tiempo. Uno puede encender los hornos crematorios, igual que puede dedicarse a curar leprosos. La malicia o la virtud son a capricho de cada uno" (L'homme en révolte).

El filósofo Thomas Hobbes escribió: "Antes de los pactos y las leyes, no había justicia ni injusticia; y la naturaleza del bien y del mal no era más común en los hombres que en las bestias" (De Homine) y "Las reglas del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, son leyes vivas; y así, lo que el legislador prescribe debe considerarse bueno; lo que prohíbe debe considerarse malo" (Leviatán).

En 1764, en su obra "De los delitos y las penas", el jurista y filósofo milanés Cesare Beccaria, siguiendo el pensamiento precursor de Thomas Hobbes (que ya había declarado un siglo antes que "si los delitos son pecados, no todos los pecados son delitos"), introdujo la distinción entre "pecado" y "delito".

El "delito" consiste en un daño causado a toda la comunidad, de modo que el responsable de tal acto merece ser juzgado por la Sociedad en los modos y formas establecidos por ella. El "pecado", en cambio, es una ofensa a Dios, de modo que su autor merece (al menos para quienes son creyentes) ser juzgado (castigado o perdonado) sólo por Dios y sus representantes.

El orden jurídico no coincide pura y simplemente con el orden moral. El ámbito del derecho no abarca todo el ámbito de la moral. El ordenamiento jurídico se refiere principalmente al aspecto objetivo, material. El orden moral considera principalmente la intención y el propósito de quienes actúan sin descuidar el acto externo.

PS. Esto no implica que todas las leyes sean justas, sino que una ley injusta debe ser rectificada por los órganos que la sociedad se ha dado. Pero, ¿y si son precisamente estos órganos los que están corrompidos?

Ver, Le virtù dei politici secondo don Luigi Sturzo

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Los comentarios de nuestros lectores (1)

Dario P 06.05.2023 poi arrivo il compromesso storico...e la cadde' la prima pietra..la politica di oggi non ha confini..solo peccati..