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El lado siniestro de la ayuda a África

27.04.2014 Ellena Savage  - Eureka Street Traducido por: Jpic-jp.org La gente no ignora a los que tienen hambre, entonces ¿por qué deberíamos ignorar a los que tienen frío? El frio también mata a la gente. Y unos cantantes pop se unen en coro para animar a los africanos a donar calentadores a los pobres noruegos.

Hace unos años, con mi hermano hicimos un viaje por el oeste de Sumatra. Era mi primera visita a un país en desarrollo y la isla donde pasamos la mayoría de nuestro tiempo había sido devastada unos años atrás  por un terremoto.

Al igual que muchos lugares que han sido afectados por el desastre, la corrupción y la pobreza, había abundancia de contradicciones: niños inteligentes y felices, gallinas vagabundeando, escenas religiosas gozosas y también la prisa desesperada en busca de un trabajo remunerado en una economía de “efectivo”, en busca de servicios básicos de saneamiento y de protección social contra las enfermedades.

En un paseo por los campos de arroz, llegamos a una granja donde unos niños descalzos se volcaban de una puerta hacia el patio. Mientras contestaba con un signo de mano a sus gritos de saludo ¡Señor! ¡Señor!, volvió a mi memoria una imagen que había visto cuando era una pequeña niña.

Estaba todavía en la escuela primaria, cuando el representante de una agencia humanitaria vino a una de nuestras asambleas para decirnos que niños como nosotros en el extranjero se estaban muriendo, pero que nosotros podríamos salvarlos si queríamos.

Me llevé a casa un poco de su material, supuestamente diseñado para recoger las donaciones de las personas que realmente tienen el dinero, es decir los padres. Pero la imagen de un folleto me perturbó: un pequeño niño, alrededor mi edad, estaba sentado en el porche de una pobre casa en madera con el piso en tierra, y a su lado había un bebé.

Los niños no parecían ni heridos ni muertos de hambre, pero se veían perturbados y su triste historia estaba escrita a lado de la foto. Me sentí devastada: lloré por sus vidas desesperadas y sobre lo inútil que yo era para ayudarlos.

Este era por supuesto el objetivo: hacer que los niños australianos se hicieran conscientes de sus privilegios económicos y de la existencia de los programas humanitarios. Me pregunto sin embargo si la influencia de ese material no va negativamente más allá, en hacernos creer en la debilidad de los demás y en la superioridad de nuestra fuerza y de nuestras buenas intenciones.

También en Sumatra, habría podido encontrar niños así: la casa era pobre, los padres ausentes por trabajo y los indicios materiales de la pobreza eran evidentes. Sin embargo, se trataba de de niños alegres que jugaban y asumían sus vidas de niños. Por cierto algunas personas en Sumatra se benefician de los diversos tipos de ayuda, pero no se pasan la vida bajo la lente escrutadora de la simpatía occidental. ¡Ellos tienen sus vidas, como todos!

Hay en Internet una campaña despiadada contra esa vanidad moral de la cultura humanitaria y es un cuestionamiento directo de esas imágenes. Se llama Radi-Aid, una ayuda africana para salvar Noruega de su mala suerte. “La gente no ignora quienes tienen hambre, entonces ¿por qué deberíamos ignorar los que tienen frío? El frío también mata a la gente”, grita el presentador. Y unos cantantes pop se unen en coro para animar a donar calentadores a los pobres noruegos.

La campaña es una sátira sin fisuras que se necesitan tan solo unos minutos para darse cuenta de lo que está pasando y está dirigida a criticar esas imágenes condescendientes de la gente en los países en desarrollo. El sitio web pregunta: “Si decimos África, ¿en qué pensamos? En el hambre, la pobreza, el crimen o en el SIDA? No es extraño ya que es sobre todo de esto que hablan las campañas de recaudación de fondos y los medios de comunicación”.

Esto trae a la mente un conocido artículo de una edición 2005 de Granta: “Cómo escribir sobre África”​, de Binyavanga Wainaina. Escribe: “Nunca ponga la foto de un africano bien portante en la portada o dentro de su libro, a menos que este africano no haya ganado el Premio Nobel. Un AK-47, costillas salientes, pechos desnudos: esto se debe utilizar. Si tiene que incluir un africano, asegúrese que sea Masai o Zulú o que tenga un vestido Dugón”.

Esta caracterización à doble sentido de África -tan homogéneamente presentada que hace parecer a África como si fuera un solo país y no el segundo más grande y más poblado continente que componen 54 estados soberanos- hace que nos preguntemos si puede ser útil la ayuda que, a largo plazo, humilla a las personas. Estas son imágenes que vienen de las viejas relaciones coloniales de poder.

China, que es cada vez más dependiente de los recursos africanos, se ha dado la directiva de presentar una imagen más completa y más positivas de las poblaciones africanas. Claro, lo hace  buscando obtener relaciones comerciales mutuamente beneficiosas. Pero al menos esto contribuye a relaciones económicas más humanas y menos explotadoras.

También vale la pena recordar que si la cultura humanitaria habitual depende de una idea de sufrimiento pasivo, nuestros hábitos consumistas implican esta pobreza. La distribución mundial del trabajo significa que la pobreza material de los otros beneficia a la riqueza material nuestra.

De alguna parte aparece aquí porque es necesario que el sufrimiento humano sea documentado y que las historias de aquellos que sufren sean escuchadas. Es sin embargo tremendamente injusto que los esfuerzos humanitarios del mundo no puedan evitar que un desastre climático se convierta en una catástrofe humanitaria. Entonces, ¿cómo tratar de entender estas historias sin caracterizarlas como cuentos de victimas? Sólo haciéndolo con humor y respeto y, cuando es posible, riéndonos los unos y los otros de nuestros prejuicios. Todos los tenemos.

http://www.africafornorway.no/

 

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