Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación

La Justicia en el Mundo

30.01.2014 World Synod of Catholic Bishops Extracto del documento Justicia en el mundo, para recordar en la jornada mundial de la justicia que se celebrará el próximo 20 de febrero.

La justicia en el mundo

(Sínodo Mundial de Obispos, Roma 1971)

 

Introducción

Reunidos de todas las partes del mundo, en comunión con todos los creyentes en Cristo y con toda la familia humana, y abriendo el corazón al Espíritu renovador de todas las cosas, nos hemos preguntado a nosotros mismos sobre la misión del pueblo de Dios en la promoción de la justicia en el mundo.

Escrutando los “signos de los tiempos” y tratando de descubrir el sentido de la historia en su desenvolvimiento, (…) escuchando el clamor de quienes sufren violencia y se ven oprimidos por sistemas y mecanismos injustos; y escuchando también los interrogantes de un mundo que con su perversidad contradice el plan del Creador, tenemos conciencia unánime de la vocación de la Iglesia a estar presente en el corazón del mundo predicando la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos. (…)

La acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación opresiva.

 

I.- La justicia social y la sociedad mundial

El mundo en que vive y obra la Iglesia es presa de una temible contradicción. Las fuerzas que trabajan por la venida de una sociedad mundial unificada nunca habían aparecido tan fuertes y activas; tienen su raíz en la conciencia de la plena igualdad fundamental y de la dignidad humana de todos los hombres. Siendo éstos miembros de la misma familia humana, están mutua e indisolublemente vinculados entre sí en el único destino de todo el mundo, compartiendo su responsabilidad.(…)

Por otra parte, los hombres comienzan a percibir una dimensión nueva y más radical de la unidad, porque se dan cuenta de que los recursos -como los preciosísimos tesoros del aire y del agua, imprescindibles para la vida, y la limitada y frágil “biosfera” de todo el conjunto de los seres vivientes- no son infinitos, sino que, por el contrario, deben ser cuidados y protegidos como un patrimonio único de toda la humanidad.

La contradicción está en que, dentro de esta perspectiva de unidad, el ímpetu de las divisiones y los antagonismos parecen aumentar hoy su fuerza. Las viejas divisiones entre naciones e imperios, entre razas y clases, poseen ahora nuevos instrumentos técnicos de destrucción. (…). Contemporáneamente surgen nuevas divisiones (…), si no se sale al paso y no es superado por la acción social y política, el influjo de la nueva organización industrial y tecnológica favorecerá la concentración de las riquezas, del poder, de la capacidad de tomar decisiones, en un pequeño grupo de dirigentes, público o privado. (…)

La esperanza que ha animado al género humano en los últimos veinticinco años, es decir, que el progreso económico supondría tanta abundancia de bienes como para permitir a los pobres nutrirse al menos con las migajas caídas de la mesa, ha resultado vana en las regiones poco desarrolladas y entre quienes se ven reducidos a la pobreza en las regiones más ricas (…).

Por otro lado, la demanda de recursos y de energías por parte de las naciones más ricas -capitalistas o socialistas-, así como los efectos de su uso en la atmósfera o en el mar, son tales que los elementos esenciales de la vida terrestre, cuales son el aire y el agua, serían irreparablemente destruidos, si los altos niveles de consumo y contaminación se extendiesen a toda la humanidad en continuo crecimiento. (…)

Este anhelo (a la justicia) no podrá satisfacer los deseos de nuestro tiempo, si no tiene en cuenta los obstáculos objetivos que oponen las estructuras sociales a la conversión de los corazones o también a la realización del ideal de la caridad. Por el contrario, exige que sea superada la condición general de marginación social, que desaparezcan las vallas o los círculos viciosos convertidos en sistema y opuestos a la promoción colectiva al fruto de una adecuada remuneración del trabajo de producción, reforzando la condición de desigualdad para un posible acceso a los bienes y a los servicios sociales, debido a lo cual queda excluida de ellos una gran parte de los habitantes. Si las naciones y regiones “en vías de desarrollo” no llegan a la liberación desarrollándose a sí mismas, existe el peligro de que las condiciones de vida, creadas principalmente por el dominio colonial, puedan convertirse en una nueva forma de colonialismo, en el que las naciones en desarrollo serán víctimas del juego de las fuerzas económicas internacionales. (…)

Mientras reafirmamos el derecho de los pueblos a conservar la propia identidad vemos cada vez más claramente que despersonaliza a las naciones, solamente por querer mantener sagradas costumbres históricas y venerables modos de vivir. Pero si se acepta la modernización con la intención de hacerla servir al bien de la nación, los hombres podrán crear una cultura que constituirá una verdadera heredad propia, a modo de una verdadera memoria social, activa y plasmadora de una auténtica personalidad creadora en el concierto de las naciones.

 

Injusticias sin voz

Estamos viendo en el mundo una serie de injusticias que constituyen el núcleo de los problemas de nuestro tiempo y cuya solución requiere fatigas y responsabilidades en todos los niveles de la sociedad, incluso en relación a esa sociedad mundial hacia la que caminamos. Por tanto, debemos estar preparados a asumir nuevas responsabilidades y nuevos deberes en todos los campos de la actividad humana y particularmente en el ámbito de la sociedad mundial, si de verdad se quiere poner en práctica la justicia. (…)

Así sucede, por ejemplo, en el caso de los emigrantes, que no pocas veces se ven obligados a abandonar su patria para buscar trabajo, pero ante cuyos ojos se cierran frecuentemente las puertas por razones de discriminación; o también, cuando se les permite entrar, se ven obligados tantas veces a una vida insegura o tratados de manera inhumana.(…) Hay que deplorar de manera especial la condición de miles y miles de refugiados de cualquier grupo o pueblo, que surgen persecución -en ocasiones de manera ya institucionalizada- por su origen racial o étnico o por razones de tribu.

En muchas regiones se lesiona gravemente la justicia con respecto a aquéllos que padecen persecución por la fe o se ven sometidos constantemente, y de mil modos, por parte de los partidos políticos o de los poderes públicos a la acción de un ateísmo opresivo o a la privación de la libertad religiosa. (…)

La contestación contra el aborto legal, contra la imposición de métodos anticonceptivos y las presiones contra la guerra son formas significativas de reivindicación del derecho a la vida.

Además, la conciencia de nuestro tiempo exige la verdad en los sistemas de comunicación social, lo cual incluye también el derecho a la imagen objetiva difundida por los mismos medios y la posibilidad de corregir su manipulación.

Hay que poner también de relieve que el derecho, sobre todo de los niños y de los jóvenes, a la educación, a condiciones de vida y a medios de comunicación moralmente sanos, está amenazado nuevamente en nuestros días.

La acción de la familia en la vida social es reconocida rara e insuficientemente por las instituciones estatales.

No hay que olvidar el creciente número de personas que frecuentemente son abandonadas por la familia y la comunidad: los ancianos, los huérfanos, los enfermos y toda clase de marginados. (…)

 

La justicia salvífica de Dios por Cristo

En el Antiguo Testamento Dios se nos revela a sí mismo como el liberador de los oprimidos y el defensor de los pobres, exigiendo a los hombres la fe en Él y la justicia para con el prójimo. Sólo en la observación de los deberes de justicia se reconoce verdaderamente al Dios liberador de los oprimidos.

Cristo, con su acción y su doctrina, unió indisolublemente la relación del hombre con Dios y con los demás hombres. (…) De esta manera, Cristo mismo se hizo solidario con estos sus “pequeños hermanos”, hasta llegar a afirmar: “Cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeñuelos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). (…)

El amor cristiano al prójimo y la justicia no se pueden separar. Porque el amor implica una exigencia absoluta de justicia, es decir, el reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo. La justicia a su vez alcanza su plenitud interior solamente en el amor. (…)

La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente requiere que nos empeñemos en la liberación integral del hombre ya desde ahora, en su existencia terrena. En efecto, si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no manifiesta su eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente obtendrá credibilidad entre los hombres de nuestro tiempo. (…)

No pertenece de por sí a la Iglesia, …, ofrecer soluciones concretas en el campo social, económico y político para la justicia en el mundo. Pero su misión implica la defensa y la promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana.           Los miembros de la Iglesia, como miembros de la sociedad civil, tienen el derecho y la obligación de buscar el bien común como los demás ciudadanos. (…)

 

III.- la práctica de la justicia

Muchos cristianos se sienten impulsados a dar auténticos “testimonios” de justicia mediante diversas formas de acción en favor de ella, inspirándose en la caridad según la gracia que han recibido de Dios. Para algunos de ellos esta acción tiene lugar en el ámbito de los conflictos sociales y políticos, en los cuales los cristianos dan testimonio del Evangelio, demostrando que en la historia hay fuentes de desarrollo distintas de la lucha, es decir, el amor y el derecho.(…)

Han de ser respetados los derechos dentro de la Iglesia. De cualquier modo en que uno esté asociado a la Iglesia, nadie debe ser privado de los derechos comunes.(…)

Insistimos igualmente para que las mujeres tengan su propia parte de responsabilidad y de participación en la vida comunitaria de la sociedad y también de la Iglesia.(…)

La Iglesia reconoce a todos el derecho a una conveniente libertad de expresión y de pensamiento, lo cual supone también el derecho a que uno sea escuchado en espíritu de diálogo que mantenga una legítima variedad dentro de la Iglesia.(…)

Por lo que se refiere a los bienes temporales, cualquiera que sea su uso, nunca ha de ser tal que haga ambiguo el testimonio evangélico, que la Iglesia está obligada a ofrecer. El mantenimiento de ciertas posiciones de privilegio debería ser subordinado constantemente al criterio de este principio (…): nuestra fe nos exige cierta moderación en el uso de las cosas y la Iglesia está obligada a vivir y a administrar sus propios bienes de tal manera que el Evangelio sea anunciado a los pobres. Si, por el contrario, la Iglesia aparece como uno de los ricos y poderosos de este mundo, su credibilidad queda menguada.

Nuestro examen de conciencia ha de afectar al estilo de vida de todos: obispos, presbíteros, religiosos y seglares. En los pueblos pobres hay que preguntarse si la pertenencia a la Iglesia no sea el modo de entrar en una isla de bienestar, en medio de un contexto de pobreza. En las sociedades de mayor consumo hay que preguntarse si el propio estilo de vida es un ejemplo de aquella moderación en el consumo que nosotros estamos predicando a los demás como necesaria, para alimentar a tantos millones de hambrientos en todo el mundo. (…)

Ver http://jpicformation.wikispaces.com/ES_20defebrero para mas oraciones.

Deje un comentario