Las noticias recientes han vuelto a traer a las primeras planas este enigmático y fascinante país. Este artículo trae recuerdos de la última guerra de veinte años para entender el presente.
La vida es preciosa y sagrada. Muchas personas creen en la santidad de la persona humana, en sus derechos y dignidad que deben ser protegidos y preservados. Esto no es cierto para otros que matan, asesinan y ejecutan a sus supuestos enemigos.
Aquellos que declaran la guerra e invaden otras naciones también son culpables de traer muerte y destrucción. No hay guerra “buena”. Al final, después de millones de muertos y heridos, se negocia y se hace la paz, y la vida vuelve a su ritmo normal. ¿Por qué entonces hacer guerra y no negociar en primer lugar un arreglo de diferencias antes de tomar el camino de la violencia? Eso es porque la guerra es muy rentable para los fabricantes de armas. Una guerra “sin fin” y prolongada es el mejor negocio para el complejo militar industrial.
Esta industria domina e influye en gran medida la política y la economía estadounidense. Es sobre lo que el presidente Dwight Eisenhower advirtió a su país en 1946. Lo llamó un peligro para la nación. La industria permanente de armamento es hoy inmensamente mayor y más poderosa. Necesita, y quizás, promueve guerras continuas para vender más armas y así prosperar y crecer.
Los políticos, los fabricantes de armas y los comerciantes eligen a sus candidatos políticos que aparentemente trabajan continuamente para apoyar las intervenciones militares. Este es el gran error detrás de todas las guerras: una inmensa codicia alimentada por mentiras, ambición y poder. El pueblo estadounidense es, en su mayoría en el engaño creyendo que su seguridad nacional siempre está bajo amenazas y que necesita un ejército súper fuerte, siempre en guerra, con enemigos reales o imaginarios.
La futilidad de la guerra afgana de veinte años, que nadie pudo ganar, ha causado sufrimiento y muerte inaceptables a millones de civiles y soldados, ha generado cientos de miles de refugiados y personas desplazadas.
La invasión se lanzó principalmente para privar a los terroristas de Al Qaeda de un refugio en Afganistán, que entonces estaba controlado por los talibanes. Cuando esto fue logrado, la ocupación continuó y se prolongó principalmente para la gloria de los generales estadounidenses de carrera, para beneficio del complejo industrial-militar estadounidense y unos pocos miles de políticos afganos corruptos y sus compinches. La inmoralidad de todo esto es asombrosa. No vivimos en un mundo justo o moral. El desastre aún se estaba desarrollando mientras miles de personas se apresuraban al aeropuerto para escapar de los talibanes en aviones estadounidenses y británicos.
Según una investigación de la Universidad de Brown, el número de civiles afganos inocentes atrapados en el fuego cruzado o asesinados por terroristas suicidas es de 47.245, hombres, mujeres y niños. Muchos otros están heridos, han perdido brazos y piernas y sufrirán por el resto de sus vidas. Además, 66.000 militares y policías afganos a medio entrenar fueron asesinados. El número de talibanes y otros combatientes de la oposición muertos es de 51.191. Un total de 164.436 afganos murieron en esta guerra evitable.
En Afganistán, en esta guerra de 20 años, hasta abril de 2021 habían muerto 2.448 miembros del servicio estadounidense. A ellos cabe añadir 3.846 contratistas, civiles y mercenarios estadounidenses, y también 1.344 militares de la alianza de la OTAN. El número de cooperantes asesinados fue de 444. Setenta y nueve periodistas también fueron muertos. Un total de 8.161 muertes innecesarias.
Ahora, ¿cómo pudo una banda de guerrilleros, combatientes en su mayoría no remunerados, armados de AK-47, lanzacohetes RPG, bombas caseras, camionetas y motocicletas con radios walkie-talkie, derrotar al más grande, más poderoso, sofisticado y bien pagado ejército, con la fuerza aérea y marina del mundo, la mejor financiada y la más cara?
Según los cálculos de la Universidad de Brown, Estados Unidos gastó 2,26 billones de dólares en Afganistán, o sea 300 millones de dólares al día. Las 29.950 tropas estadounidenses, con 300.000 militares y policías afganos, fueron neutralizadas por una fuerza mucho más pequeña. Los Estados Unidos ya bajo Donald Trump habían reconocido su derrota pidiendo la paz.
Parece que los talibanes tenían a su favor algo más que armas y bombas. La religión por empezar. Fueron derrotados en 2001 y expulsados de Afganistán, pero se escondieron en las montañas y se reagruparon. Su profunda fe radical, que algunos pueden llamar fanática, los mantuvo en camino.
Su creencia inquebrantable de que Alá estaba realmente de su lado y su esperanza de establecer en su tierra natal un estado aunque fuera misógino, estricto, incluso cruel, era un sueño inquebrantable. Además, la muerte en una Guerra Santa les traería su recompensa instantánea en el paraíso. Eso es por lo que lucharon, no por un cheque como pago.
Su dura fe religiosa medieval los motivó fuertemente y se convirtieron en feroces luchadores, que tomaban riesgos volviéndose en combatientes formidables contra un invasor extranjero que, en el campo de batalla, tenía todas las ventajas en armamento y en número. Habían derrotado a los rusos, estaban convencidos de que podían derrotar a los Estados Unidos.
Crucial para la victoria fueron, también, sus buenas negociaciones con los líderes tribales locales al fin de ganarse los corazones y las mentes de la población local. Esto lo hicieron introduciendo infiltrados en pueblos y municipios. Cuando sus combatientes se acercaban a un pueblo, a una ciudad o hasta una capital de provincia, sus infiltrados ya habían preparado el camino y salían al descubierto.
Atraían a su lado a los líderes tribales locales para que los apoyaran, sin conflictos al hacer tratos y pagando en efectivo su apoyo. El trato funcionó. Permitieron el cultivo de amapola y la producción de heroína y ganaron millones de dólares para financiar su guerra. Capturaron puntos fronterizos y recaudaban impuestos sobre todo lo importado o exportado.
Los talibanes tenían una táctica clara para negociar con las tropas del gobierno y la policía y persuadirlos de que no mataran a otros afganos sino que cuidaran a sí mismos y a sus familias. Les dejaban pocas opciones: aliarse con ellos o morir con sus esposas e hijos. Miles de soldados no remunerados cambiaron de bando y entregaron a los talibanes las armas también aquellas recibidas de los Estados Unidos. Muchos comandantes del ejército afgano eran corruptos y brutales con sus tropas, por lo que el desertor no necesitaba de mucho estímulo para cambiar de bando.
Se gastaron 85 mil millones de dólares estadounidenses en entrenarlos para pelear, según la Universidad de Brown. Una rendición pre negociada parece explicar cómo los talibanes tomaron las capitales de provincia tan rápidamente y, en el caso de Kabul, sin disparar un tiro. Todo estaba arreglado de antemano. Pareció que los Estados Unidos habían sido tomados por sorpresa a menos que hubieran aceptado una rendición secreta que para la mayoría llegó demasiado rápida.
El costo humano es inmenso como se ya se ha dicho. El costo financiero para los Estados Unidos es gigantesco. Está obligado a pagar los costos de salud y discapacidad de casi 4 millones de veteranos de guerra de Afganistán e Irak que le cuestan casi $ 2 billones, por guerras que ya le han costado a los EE.UU. $ 2,6 billones, la mayor parte prestado con intereses. Para 2050, se estima que ese interés le costará al contribuyente estadounidense 6,5 billones de dólares. Los bancos y los prestamistas están encantados: les encanta prestar para financiar guerras.
Bien, alguien puede preguntar: ¿a dónde fue a parar la mayor parte de los 2 billones de dólares en costos de guerra? Dónde más sino al complejo industrial-militar y a las empresas que de él dependen. Y todos ellos están muy contentos por eso. Por eso aman las guerras. Y, ¿qué se logró con estas guerras? Nada más que sufrimiento humano, devastación y miseria.
Ahora, los talibanes están de vuelta con promesas de un régimen menos duro que hace 20 años. ¿Las mantendrán? Eso está aún por verse.
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