Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Ante los desafíos que debemos afrontar

Butembo 20.09.2025 Jpic-jp.org Traducido por: Jpic-jp.org

Manifestaciones, flotillas, carteles, huelgas para reclamar los derechos de los palestinos, de los agricultores, de Ucrania, y la lista sería larga si quisiera completarse. De todas partes se alzan voces contra las injusticias que se cometen en el mundo, las guerras, los desastres medioambientales que se observan, pero…

Pocos se hacen responsables de dos pecados de omisión en la historia reciente: la educación para el bien común y la fraternidad, fundamentales para una sociedad justa y solidaria; la responsabilidad de no saber prever las consecuencias futuras de las acciones presentes.

Bien común y fraternidad
Como dice un proverbio africano: «Cuando cada uno piensa solo en su cántaro, el pueblo muere de sed». Educar en el bien común y en la fraternidad representa un principio fundamental para la construcción de una sociedad justa y solidaria. Alcide De Gasperi, estadista italiano y uno de los padres fundadores de la Europa comunitaria, hizo de este ideal su vida. Su visión política y su acción siempre estuvieron orientadas a la promoción de la paz y la solidaridad entre las naciones. De Gasperi creía firmemente que solo la unión de los pueblos europeos, superando las divisiones y rivalidades históricas, permitiría garantizar un futuro de estabilidad, prosperidad y justicia para las generaciones venideras.

El estadista, después de la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los protagonistas del proceso de reconstrucción de Italia y Europa. Consciente de las tragedias que habían marcado el conflicto, trabajó incansablemente para promover una visión de Europa basada en el diálogo y la colaboración, sin condiciones.

Su compromiso fue determinante para la creación en 1951 de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, uno de los primeros pasos hacia la integración europea. La CECA pretendía poner bajo control común los recursos estratégicos de la industria, asegurando que ningún país europeo pudiera utilizarlos de nuevo para fines bélicos, sino solo para el crecimiento y el bienestar colectivo.

La base de su enfoque era la fraternidad entre los pueblos, en la conciencia de que la solidaridad y la cooperación eran las claves para superar los conflictos y construir un futuro de paz. Veía Europa como una «comunidad de destino», donde cada nación debía contribuir al bien común, dejando de lado intereses particulares y privilegios nacionales para favorecer el progreso colectivo. Este concepto de unión solidaria se refleja en los principios fundacionales de la Unión Europea que, a pesar de las dificultades y desafíos, debería seguir promoviendo una cooperación basada en valores compartidos de paz, democracia y respeto mutuo.

El ejemplo de De Gasperi, hoy más que nunca, cobra gran actualidad: Europa afronta nuevos desafíos globales, como los aranceles, la crisis migratoria, las desigualdades económicas y la creciente polarización política. Educar en el bien común y en la fraternidad significa trabajar constantemente por una convivencia pacífica y próspera entre distintas culturas y naciones, valorando las diversidades y construyendo juntos un futuro mejor, sin titubeos, poniendo en el centro el principio de fraternidad en toda su amplitud.

Por desgracia, se puede dudar de que muchos políticos hoy tengan una visión del bien común digna de verdaderos estadistas.

Prever las consecuencias de las acciones presentes
Como dice otro proverbio africano: «Quien tala el árbol de la sombra, mañana no tendrá dónde descansar ni dónde sentarse con su vecino». Pensar en el futuro es fundamental para prever las consecuencias del presente sobre las generaciones futuras y sobre el desarrollo de las relaciones entre los pueblos.

Frente a las acusaciones que países, organismos y la opinión pública le dirigen por las masacres de Gaza, Netanyahu habla de «hipocresía», de «hipocresía política». La hipocresía es la actitud de quien declara valores, principios, sentimientos o intenciones que no posee o no sigue. La hipocresía política es este comportamiento en la vida pública y en el poder: proclamar ideales de justicia, paz o democracia, pero perseguir en realidad intereses personales o partidistas; prometer reformas, defender públicamente ciertos valores morales o religiosos, declarar que se actúa «por el bien del pueblo», mientras en realidad se busca el poder o los privilegios de unos pocos. La hipocresía política es la distancia entre el discurso público y la realidad de las acciones.

Lo que Netanyahu entiende exactamente por esta acusación de «hipocresía» es difícil saberlo; sin embargo, se evidencia una gran hipocresía histórica. Si la acusación de genocidio es discutible, la voluntad de hacer de Palestina el único Estado de Israel, con la consiguiente diáspora global de los palestinos, resulta en cambio evidente.

Pero ya en la Edad Media, corrientes judías rezaban y esperaban el retorno a Sion; el sionismo, como movimiento político y cultural, nació a finales del siglo XIX, en un contexto de nacionalismos y creciente antisemitismo. La fecha simbólica de su nacimiento es 1897, cuando Theodor Herzl organizó en Basilea (Suiza) el Primer Congreso Sionista.

¿Y cuál era el objetivo del sionismo? Desde siempre: reconstruir la identidad judía fundando una patria para los judíos en Palestina. Palestina estaba entonces bajo el Imperio otomano. Turquía, heredera del Imperio otomano, favoreció este proyecto vendiendo a los judíos tierras ocupadas por los palestinos.

Después, Inglaterra, que obtuvo el mandato sobre Palestina, y los países árabes no se preocuparon demasiado por el sionismo, que el antisemitismo creciente fortaleció y que la Shoah confirmó como proyecto político preciso: el Estado de Israel.

El estudio Una «cuestión judía» italiana en el frente oriental 1941-43 - Una "questione ebraica" italiana al fronte orientale 1941-43 - demuestra que fue solo el papel preponderante desempeñado por los alemanes en la Shoah lo que llevó, por ejemplo, «a descuidar el de los aliados italianos», y que, en Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, «unos 1,5 millones de judíos fueron físicamente eliminados».

Cuando en 1947 la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 181, que preveía la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo régimen internacional, la mayoría de los países árabes se opuso, rechazando un Estado judío.

Y tras la proclamación de Israel (14 de mayo de 1948), los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak, apoyados por contingentes y voluntarios de otros países árabes, entraron en guerra contra el nuevo Estado. Este conflicto, conocido como la Primera Guerra árabe-israelí o guerra de 1948, tenía como objetivo declarado impedir el nacimiento y la consolidación de Israel. El resultado fue, por el contrario, la victoria israelí y la ampliación del territorio respecto a lo previsto por el plan de la ONU.

Desde entonces, las guerras de los países árabes, las amenazas de Irán, de Hamás y de Hezbolá encerraron el conflicto «Israel-Palestina» en un callejón diplomático sin salida, condenándolo a la única solución de la violencia.

Dice un proverbio africano: «Si has perdido el camino, no lo corriges corriendo hacia adelante, sino volviendo al buen punto de partida». Quizá era esto lo que algunos países árabes buscaban promover aceptando los Acuerdos de Abraham, que Hamás e Irán quisieron destruir con el ataque del 7 de octubre.

¿Qué espacio queda entonces para el diálogo y la paz? Quizá la intuición, retomada con fuerza por el papa Francisco, de que todo está interconectado porque todo tiene una base y un origen comunes, plantea la cuestión: ¿no tienen el cambio climático, la guerra de Israel en Gaza y tantos otros problemas de nuestra sociedad actual sus raíces en el hecho de que el «bien común» de los pueblos no sea el fundamento para que las sociedades sean justas y solidarias? ¿No está la incapacidad de prever las consecuencias futuras de ciertas decisiones en el origen de tantos males actuales?

Quien olvida el bien común, siembra desiertos y guerras, y sin mirada hacia el futuro, las acciones de hoy se convierten en los desastres de mañana. La tierra herida y los pueblos en guerra tienen la misma raíz: el egoísmo ciego. Si no se busca el bien común, se avivan tanto las llamas de la guerra como las del clima.

Como dicen los proverbios africanos: «Quien enciende el fuego para quemar la de su enemigo olvida que el viento puede también quemar su propia choza». «Quien no cuida la tierra y la paz deja a sus hijos polvo y lágrimas».

Véase también: Le nuove sfide globali che deve affrontare l’Europa

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