Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Las discrepancias acerca del sínodo sobre la sinodalidad

Kisangani 14.03.2022 Jpic-jp.org Traducido por: Jpic-jp.org

La Comisión Teológica Internacional en el documento La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2 de marzo de 2018) (SVM), habla de la relación entre sinodalidad y diaconía social y afirma: “La sinodalidad manifiesta el carácter 'peregrino' de la Iglesia. La imagen del Pueblo de Dios, convocado de entre las naciones, expresa su dimensión social, histórica y misionera que corresponde a la condición y vocación del ser humano como homo viator”.

La Iglesia, por tanto, se pone al lado de las personas y de los pueblos que buscan y caminan hacia la felicidad, la justicia y la paz. La expresión diaconía social, designa las obras de caridad de la Iglesia, el servicio del amor al prójimo ejercido comunitariamente, y además el ministerio social de la Iglesia que el Papa Pablo VI resumió en la espiritualidad de Justicia, Paz, a la que luego se añadió la Integridad (o defensa) de la Creación (JPIC).

Este ministerio tiene su fuente en la Palabra de Yahvé a Moisés ante la zarza “que arde y no se consume” en el desierto: Escuché el clamor de mi pueblo y decidí bajar para liberarlos. Esta es la llamada que desde entonces resuena en el corazón de los fieles que se plantean los problemas de la sociedad, la guerra, la injusticia, el desorden económico, etc., con los ojos y el corazón de Dios. La espiritualidad de JPIC es la experiencia vivida y atestiguada de la compasión de Dios por los sufrimientos y problemas del mundo.

Así lo proclama de manera llamativa el documento SVM en el n. 118: “El Pueblo de Dios camina en la historia para compartir con todos la levadura, la sal, la luz del Evangelio. Por eso, ‘La evangelización también implica un camino de diálogo’ en compañía con hermanos y hermanas de las diversas religiones, convicciones y culturas que buscan la verdad y se empeñan en construir la justicia”.   

Esta proclamación suena un poco chueca, hay que decirlo, ante lo que está pasando con la guerra en curso entre las Iglesias de Cristo, Ortodoxa de Rusia y Ucrania, y los cristianos que se autodenominan "pacifistas" en nombre del Evangelio.

El Papa Francisco, fiel a la tradición vaticana de no condenar ni apoyar a uno de los campos en guerra, nunca nombró a Rusia, aun cuando se entendía bien de quién hablaba: “El que hace la guerra se olvida de la humanidad […] y pone los intereses partidistas y el poder por encima de todo. Se basa en la lógica diabólica y perversa de las armas […]”.

El patriarca Kirill al comienzo de la invasión, el 24 de febrero, estaba de acuerdo con Francisco. “Tomo el sufrimiento de las personas causado por los acontecimientos actuales con un dolor profundo y sincero”, dijo. “Como Patriarca de toda Rusia y Primado de una Iglesia cuyos fieles están en Rusia, Ucrania y otros países, me solidarizo profundamente con todos los afectados por esta tragedia”.

Pero el 27 de febrero, seguía el ejemplo de Putin al argumentar que "los rusos y los ucranianos son esencialmente un solo pueblo, Ucrania como nación es una construcción artificial". Se distanció aún más del Papa Francisco al decir que la situación política de Ucrania "tenía la intención de permitir que las fuerzas del mal que siempre han luchado contra la unidad de Rusia y la Iglesia rusa tomen la delantera". Finalmente, el domingo 6 de marzo tomó nota de la división en las Iglesias ortodoxas, se hizo cómplice de Putin, de quien siempre ha sido un aliado cercano, calificando el conflicto ucraniano como un choque de civilizaciones, del que una de las apuestas sería la homosexualidad.

Esta división, hay que decirlo, ya había comenzado en enero de 2019, cuando aún sangraban las heridas de la guerra de 2014. El patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, reconoció una Iglesia ortodoxa independiente en Ucrania, a pesar de la oposición de la Iglesia ortodoxa rusa de la que, según ella, formaría parte la Iglesia ucraniana. El patriarca Kirill en reacción excomulgó al patriarca Bartolomé y rompió la comunión con él y sus feligreses. En Ucrania tomaron forma dos Iglesias ortodoxas: la recién reconocida y la vinculada al Patriarcado de Moscú.

Las consecuencias psicosociales no se hicieron esperar: la Iglesia Ortodoxa Independiente se puso del lado del pueblo ucraniano y condenó la invasión rusa. El clero de la Iglesia ucraniana vinculada a Moscú consideró “trágica” la situación y expresó su disconformidad con su Patriarca rezando por los soldados ucranianos que “protegen y defienden nuestra tierra y nuestro pueblo”. La Iglesia Ortodoxa de Rusia adscrita a su Patriarca consideró por el contrario que “Dios no permita que entre Rusia y Ucrania se dibuje una terrible línea manchada con sangre de hermanos” (Guerre en Ukraine, la diatribe du patriarche russe Kirill contre les « valeurs occidentales »). 

Estamos lejos del espíritu y de las palabras del Concilio Vaticano II que, bajo el subtítulo Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal afirmaba que “Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en [su] corazón” de los cristianos (Gaudium et Spes n. 1). Nada de lo humano es ajeno a la Iglesia. Como la de Cristo, la acción de la Iglesia está llamada a poner a la humanidad en marcha hacia ese mundo nuevo que los movimientos sociales llaman "Un mundo diferente que es posible" y que el Evangelio llama "El Reino de Dios". Este es el verdadero significado de un sínodo en el siglo XXI (Aquel "sínodo" de los primeros cristianos hacia la humanidad).

Esta realidad, aun sin profundizarla en todos sus aspectos, parece pues contradecir la afirmación un tanto enfática del mismo documento SVM n° 119. “La vida sinodal de la Iglesia se ofrece, en particular, como diaconía en la promoción de una vida social, económica y política de los pueblos bajo el signo de la justicia, la solidaridad y la paz […]. La práctica del diálogo y la búsqueda de soluciones compartidas y eficaces en quien se empeña en construir la paz y la justicia son una absoluta prioridad en una situación de crisis estructural de los procedimientos de participación democrática y de desconfianza en sus principios y valores inspirativos, por el peligro de que se deriven en autoritarismo y tecnocracia".

¿De dónde viene esta discrepancia entre lo dicho y el hecho, entre lo proclamado y lo vivido? Los cristianos decepcionados por las divisiones en curso que oscurecen aún más el horizonte, piensan en la afirmación tan repetida: “Su doctrina social es el secreto mejor guardado de la Iglesia”, incluso entre los cristianos de todas las creencias.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado en 2004, decía en su introducción al n° 10: Este “documento se propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como un subsidio para los fieles sobre la enseñanza de la moral social […]. El texto se propone, por último, como ocasión de diálogo con todos aquellos que desean sinceramente el bien del hombre”.

Y en el n° 13, “Este documento es un acto de servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a quienes ofrece el patrimonio de su doctrina social, según el estilo de diálogo con que Dios mismo, en su Hijo unigénito hecho hombre, habla a los hombres como amigos, y trata con ellos”. La persona “cuerpo y alma, corazón y conciencia, pensamiento y voluntad en su unidad y su totalidad” es el eje de la doctrina social de la Iglesia. Sin embargo, “La transformación del mundo se presenta también como una instancia fundamental de nuestro tiempo. A esta exigencia, la doctrina social de la Iglesia quiere ofrecer las respuestas que los signos de los tiempos reclaman, indicando ante todo en el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social” (n. 55).

“Hoy, que la toma de conciencia de la interdependencia entre los pueblos obliga a pensar el mundo como la casa común, la Iglesia está llamada a manifestar que la catolicidad que la cualifica y la sinodalidad en la que se expresa son fermento de unidad en la diversidad y de comunión en la libertad. Esta es una contribución de relieve fundamental que la vida y la conversión sinodal del Pueblo de Dios puede ofrecer para la promoción de una cultura del encuentro y de la solidaridad, del respeto y del diálogo, de la inclusión y de la integración, de la gratitud y de la gratuidad” (SVM n° 118).

John Steinbeck dijo una vez: “Para el hombre sin conciencia, el hombre torturado por su conciencia debe parecer ridículo. Para el ladrón, la honestidad es solo una debilidad. No olvidemos que el monstruo es solo una variante y que, a los ojos del monstruo, lo normal es monstruoso”. Si la sinodalidad quiere ser “la forma histórica de su camino en comunión” y si la Iglesia, Pueblo de Dios, quiere estar “en camino hacia el fin de los tiempos y hasta los confines de la tierra” (ib. 50 -51) es de lamentar su fracaso en formar la conciencia de sus fieles y en “convertir las estructuras de pecado” de la sociedad (Juan Pablo 2). Porque ante la realidad actual, parafraseando a Pascal, “La conciencia [siendo] el mejor libro del mundo”, es el que deberíamos haber consultado para que el conflicto en curso encuentre soluciones en el diálogo y no en la guerra.

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