En nuestra sociedad, ¿cuál es el estilo de trabajo que es conveniente para aquellos que se comprometen con la Justicia, la Paz y la integridad de la Creación (JPIC)?
Nuestro fundador, Daniel Comboni, en su florido lenguaje del siglo XIX decía (Escritos N° 2701) que "El Misionero de África debe a menudo reflexionar y meditar, que trabaja, sí, en obras de alto mérito pero extremadamente arduas y laboriosas porque es una piedra oculta y bajo tierra que tal vez nunca saldrá a la luz". Y explica que el afecto y la estima que un sacerdote recibe en ciertos entornos, el misionero nunca debe esperarlos. Sus palabras siguen siendo válidas y proféticas, pero los tiempos han cambiado y tienen diferentes resonancias. Vivir entre los pobres, ser recibido con los brazos abiertos por aquellos a quien hiciste el bien, incluso "ensuciarse y cansarse", compartir una frugal comida en fraternidad, cantar libres de vacuidades con alegría en el corazón, en tierras que parecen lejanas pero que han entrado en tu corazón, son signos de estima y afecto, son valores humanos, son "recompensas".
Visto desde lejos, cuando uno allí nunca se ha ensuciado las manos, el trabajo en ciertos areópagos nuevos, como las Naciones Unidas o las organizaciones internacionales, puede hacer pensar en prestigio, confort y lustre: el misionero al servicio del Evangelio, de la Iglesia, de los pobres allí no ve que corredores fríos, vacíos de fe y, a menudo, de humanidad, donde él solo es un número y su palabra y presencia no cuentan para nada. Ser una presencia del Evangelio entre los burócratas y la gente que creen ser importantes, exige capacidad de silencio y humildad. Ocurre, como el otro día, que durante una asamblea, la cámara interna enfoque a la jovencita simpática y fotogénica, última llegada, a la que el orador concede la palabra descuidando el tema y la experiencia, solo interesado en la imagen. Es un conjunto de experiencias de vida que invitan a volver a ser o ser por primera vez una piedra oculta y bajo tierra: entonces se vive con paz y certeza de servir al Reino incluso si surgen recuerdos llenos de nostalgia.
La visibilidad es un requisito del Evangelio en la sociedad actual, pero también es una tentación la de poner signos llamativos que irán en primera página o la de dar entrevistas provocativas. Por supuesto, existe la necesidad de denunciar, pero hacer alarde de slogan y declaraciones es fácil. Más difícil es ser piedras ocultas, mantener un perfil bajo para formar las conciencias primero y la opinión pública luego.
Navidad - dice un Mensaje a los Misioneros Combonianos - es un misterio que siempre está presente en nuestra vida como fuente de inspiración. Como Jesús, el misionero debe pasar "a través de un proceso de encarnación que implica volverse pequeño" y hacerlo hoy y aquí, porque vivimos en el tiempo y en el espacio. Hoy y aquí es donde y cuando Dios se hace presente: en este pueblo y esta cultura, en esta situación concreta, donde vivimos nuestros "momentos de alegría y tristeza, de esperanza y decepción, de paz y guerra", resistiendo. a la tentación de buscar en otra parte "el lugar de Dios".
"Aunque el nacimiento es más alegre que la muerte", sin embargo, escribe Comboni en su lenguaje del siglo XIX, en la cueva de Belén "me quedé más conmovido que en el Calvario, al pensar en la condescendencia de un Dios que se humilló hasta el punto de nacer en ese establo" (S 111).
El 2019 nos llega lleno de esperanza como todas las cosas nuevas y nos pide hacernos "piedras escondidas y bajo tierra ", para que seamos una presencia de ese Dios oculto quien desde el corazón de la historia construye un Mundo Nuevo, su Reino.
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