Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Chita y Dassie de las rocas

Newsletter Missionari Comboniani 16.11.2023 Equipe dei Missionari Comboniani Traducido por: Jpic-jp.org

El mundo, en aquel tiempo, era un lugar muy agradable para vivir. Todos los animales eran amigos y, aunque de vez en cuando tenían desacuerdos, nunca se les ocurriría pelearse ni hacerse daño. Un buen deseo para la humanidad al comienzo de Año Nuevo y un llamado de atención para el cambio climático.

En efecto, sólo había una cosa que temer: el fuego. No el fuego seguro y cálido que el hombre alimentaba en su cueva y junto al cual a los animales les encantaba tumbarse, sintiendo cómo el calor les llenaba durante las frías noches de invierno; sino el fuego cruel y devorador que a veces se producía cuando la sabana estaba seca y color tierra; el fuego que surgía de la nada, rugiendo y crepitando por todo el suelo y destruyéndolo todo a su paso. Cuando esto ocurría, lo único que podían hacer los animales era correr, correr sin detenerse hasta haber puesto un ancho río entre ellos y las llamas.

Una tarde, cuando la mayoría de los animales dormitaba, el rinoceronte, que tenía un olfato muy agudo, levantó la cabeza preguntándose qué le había despertado. Se puso en pie con la cabeza bien levantada, olfateando de un lado a otro.

Luego se acercó a una jirafa dormida y le dio un codazo con su nariz cornuda. "Jirafa – dijo -, huelo a humo. Eres más alta que nadie. Echa un vistazo a ver de dónde viene".

La jirafa abrió bien sus largas patas y al tercer intento se puso de pies. Se estiró al máximo e incluso se puso de puntillas, pero no logró ver por encima de los árboles que los rodeaban. "Lo siento, rinoceronte – dijo -, no puedo ver, pero estoy segura de que tienes razón, yo misma puedo oler el humo".

El rinoceronte resopló y trotó hacia donde dormían los babuinos, todos juntos en un gran montón. "Eh, ¡despertad! – llamó- ¡despertad!". Los babuinos, molestos por ver perturbado su descanso, se desenredaron unos de otros y se levantaron, quejándose airadamente.

"¡Silencio! - gritó el rinoceronte, y cuando se hizo el silencio, dijo - Jirafa y yo olemos humo. Que uno de vosotros se suba al árbol más alto que encuentre a ver si localiza el fuego".

Al oír la palabra ‘fuego’ cundió el pánico entre las ruidosas criaturas, pero uno de los jóvenes, con más presencia de espíritu que los demás, se subió a un árbol cercano y, con una mano en la frente, protegiéndose los ojos del sol, escrutó el paisaje. Miró hacia el sur, hacia el oeste, hacia el norte... de nuevo hacia el norte con una mirada fija.

"¡Es un incendio! – gritó de repente -, el más grande que he visto nunca". Rápidamente, se deslizó por el árbol. "Debemos decírselo a todas las demás criaturas".

Dando saltos y brincos por el suelo, corrió hacia donde había visto dormir al elefante. Tirando de la trompa del enorme animal, cosa que nunca se habría atrevido a hacer si no hubiera sido una emergencia, lo despertó.

"Elefante", gritó mientras la gran bestia abría los ojos, "Elefante, hay un gran incendio que viene del norte. Hay que avisar a los animales para que corran al río tan rápido como puedan".

El elefante se despabiló de inmediato y, como siempre dormía de pie, sólo tuvo que levantar la trompa y lanzar un barrido que se oyó a lo lejos, en todas direcciones. Tocó su trompa una y otra vez, y cuando todos los animales se apresuraron a ver qué ocurría, el babuino les habló del incendio.

En un santiamén toda la zona regurgitaba de animales que se chocaban y brincaban camino al río. Los más grandes y rápidos llevaban a cuestas a los más pequeños y lentos. Afortunadamente, el río era poco profundo y de curso lento, por lo que les fue fácil cruzarlo. El Pájaro secretario situado en la orilla del otro lado, tachaba de su lista a cada animal a medida que cruzaban hacia un lugar seguro. Para entonces, un espeso humo negro se había extendido por encima del río: era una nube oscura y asfixiante, mas todos los animales habían sido registrados excepto el pequeño Dassie. El Pájaro secretario se lo dijo a todos los demás.

"Dios mío", tosió el león, con los ojos irritados por el humo, "¿dónde puede estar Dassie? Si no se da prisa, nunca escapará. Miren, las llamas ya han llegado al borde del bosque y pronto estarán junto al río".

De repente, el águila, animal de mirada aguda, despegó en vuelo, planeó sobre el fuego que se acercaba, subió en lo alto, de pronto bajó en picada; se elevó de nuevo y dando dos vueltas en el aire voló de vuelta hacia los demás. "He visto a Dassie – gritó -. Está sentado sobre una gran roca junto a la linde del bosque y parece demasiado aterrorizado para moverse. Y ahora las llamas están ya lamiendo el pie de la roca. Alguien tendrá que rescatarlo".

Los animales se miraron temerosos. Todos estaban asustados por el fuego y no querían arriesgarse a quedar atrapados en el intento de rescatar al animalito de las rocas. "Deprisa - gritó el águila-, o será demasiado tarde".

De golpe, como un destello de pelo leonado, Chita, cuyo pelaje en aquella época era de un solo color, se destacó rápido de ese grupo de animales asustados y, sin decir palabra, se zambulló en el río, brincando por las aguas hasta llegar a la otra orilla. Se lanzó derechito hacia el fuego, lo fue atravesando, a veces desapareciendo de la vista en el remolino de humos, sin parar hasta llegar a la roca donde el águila había visto a Dassie.

Las chispas, rezagando por delante de las llamas, ya habían llegado allá y pequeños fuegos ardían por todas partes. Allí, en lo alto de la roca, con los ojos llenos de lágrimas estaba el pobre animalito aterrorizado. "Rápido - gritó Chita el valiente-. Salta sobre mi lomo. Deprisa, no hay tiempo que perder".

Mirando a través del humo, Dassie vio a Chita y con un poderoso brinco aterrizó sobre su espalda y se aferró fuertemente a ella. A través de las chispas, las llamas y el humo, Chita corrió como nunca antes lo había hecho. Justo antes que llegaran al río, el fuego con un rugido hueco explotó por delante como una bola y a los animales que observaban les pareció que iba a englutir a los dos fugitivos. Pero Chita, imprimiéndose una fantástica aceración, llegó al río una fracción de segundo antes que el fuego.

Depositando al pequeño Dassie a los pies de los demás, Chita se puso derecho ante ellos, con los pulmones soplando agitados por su noble esfuerzo.

"Bien hecho, bien hecho - gritaron los animales-. ¡Qué rápido has corrido! Ningún otro animal podría haber corrido así. Pero, mira, tu hermoso pelaje leonado. Las chispas lo han chamuscado en cientos de lugares. Oh, querido, ¡oh, querido Chita!"

Era cierto. Había tantas marcas de quemaduras que su pelaje tenía un aspecto muy diferente. Al principio, Chita estuvo bastante disgustado, pero en los días siguientes, cuando vio que los animales se señalaban las chamuscadas, se sintió orgulloso de poseer un pelaje con marcas tan distintivas.

Las marcas de quemaduras siguen ahí y cualquiera que haya visto correr a Chita estará de acuerdo en que sólo él podría haber rescatado a Dassie en aquel fatídico día. Los demás animales no se dieron cuenta de que Dassie también estaba chamuscado por una gran chispa. Por supuesto, estaban demasiado ocupados alabando a Chita, pero si alguna vez tiene usted la suerte de ver al tímido Dassie de las rocas, se dará cuenta que, justo en medio de su espalda, una mancha negra causada por la chispa, sobresale en su pelaje marrón. (Cuento del pueblo Lango - Uganda)

Ver, Cheetah and the Rock Dassie

(foto: Pixabay)

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