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El Covid19 pone a la OMC en una encrucijada

IPS 13.03.2020 Gustavo Capdevila Traducido por: Jpic-jp.org

Al cabo de unos meses de implacable expansión del coronavirus por el planeta, uno de sus rasgos más característicos ha quedado en evidencia: se ensaña con los organismos más debilitados, no solo personales sino también internacionales. Y eso es lo que acaba de ocurrir con la Organización Mundial del Comercio (OMC).

La OMC reconoció la imposibilidad de concretar su conferencia ministerial que debía sesionar del 8 al 11 de junio en la ciudad de Nur-Sultán, capital de Kazajistán.

La OMC no figura entre las venerables y lozanas instituciones multilaterales con sede en la ciudad suiza, como la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que cumple 101 años, o la admirable Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), que en mayo llegó a los 155 años de vida. La OMC fue concebida tan solo el 15 de abril de 1994, por la conferencia de ministros de comercio realizada en Marrakesh, en Marruecos, y dio sus primeros pasos el 1 de enero de 1995, en su actual sede a orillas del lago de Ginebra.

Cuando alcanzó los 25 años, las celebraciones fueron apagadas pues había poco para festejar en una historia de compromisos quebrantados. El resultado de Marrakesh había sido posible porque los países industrializados obtuvieron cuanto pretendían de rebaja en aranceles sobre mercancías, de rigurosidad en propiedad intelectual, de apertura en el comercio de servicios, entre otras formas de liberalización de los intercambios y de la economía en general.

A cambio, prometieron que en 2001 iniciarían negociaciones para liberalizar también la agricultura, el rubro vital para los países en desarrollo. Estas negociaciones comenzaron sí en 2001, pero desde el inicio fue ostensible que los países industrializados no cederían en abrir sus fronteras al ingreso de productos de los países pobres, el llamado acceso a los mercados, ni en reducir las subvenciones a los agricultores ineficientes, la denominada ayuda interna.

La única materia en que aflojaron, y a regañadientes, fue en la eliminación de las subvenciones a las exportaciones agrícolas en que cometían abusos flagrantes de arbitrariedad comercial.

Para enmendar esos incumplimientos, los países ricos prometieron impulsar una agenda comercial favorable al desarrollo en la conferencia ministerial que se celebraría en Doha, Qatar, en noviembre de 2001. Pero en septiembre de ese año sobrevinieron los ataques de las Torres Gemelas, en Nueva York, y la escena internacional se descalabró más aún con la invasión en diciembre a Afganistán y los preparativos de la acometida contra Iraq de dos años después.

La Agenda de Doha se adoptó finalmente con algunos propósitos favorables a los países en desarrollo que tampoco se han materializado en acuerdos definitivos. Lo único destacable que queda de Doha es la declaración que consagra a la salud por encima del comercio.

Desde entonces, la balanza de la OMC siguió inclinándose siempre a favor de los países industrializados mientras que las aspiraciones de los países del Sur en desarrollo tropiezan con la intransigencia de la contraparte industrializada y el clima en las negociaciones se ensombrece por la incertidumbre dominante.

A este recorrido, resta agregarle dos hitos más: la incorporación en 2001 de China y el advenimiento de Donald Trump en 2017 a la presidencia de Estados Unidos (EEUU).

China promovió beneficios para países del Norte y del Sur, mientras que Trump profundizó la inseguridad en las relaciones comerciales y paralizó actividades esenciales de la OMC como el sistema de solución de diferencias, una especie de tribunal de justicia comercial internacional.

EEUU nunca habían sido muy abiertos a las aspiraciones de los otros países, en particular de los del Sur, que conspirasen contra sus intereses dominantes. La UE que procura los mismos fines, suele usar en la OMC métodos menos tajantes. Por ende, las arremetidas de Trump han desconcertado a todos así como su acción contra el Órgano de Apelación, la instancia máxima del tribunal, hasta conseguir su práctica desaparición, sin explicar que propone para reemplazar ese cuerpo que ha sido esencial durante más de dos décadas para mantener una cierta armonía en el sistema comercial.

Trump practica el proteccionismo, con un conjunto de aumentos arancelarios contra China, en particular, y sus aliados europeos y sudamericanos, aunque no está solo en algunas de sus políticas. Con la Unión Europea (UE) y Japón han resucitado la alianza que tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) dominaba las actividades económicas. Los une el afán por recuperar el predominio industrial ante la amenaza de la afirmada China y de las ascendientes India, Rusia, Brasil y Sudáfrica.

La UE también apoya las intenciones de EEUU de eliminar el tratamiento especial y diferenciado, un sistema que favorece los países en desarrollo heredado del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, en inglés), antecesor (de 1947 a 1995) de la OMC.

Ese trato preferencial para los países pobres fue recogido en los textos jurídicos que conforman el basamento legal de los acuerdos multilaterales de la OMC. La pretensión de EEUU de ignorarlo encuentra el apoyo de algunos países en desarrollo, como Brasil y Costa Rica. Jair Bolsonaro acordó con Trump tal respaldo a cambio de la influencia de EEUU para que Brasil ingrese al club de las naciones ricas: la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Otra incertidumbre para la OMC proviene del fracaso de la negociación sobre subvenciones que impedirían la meta 6 del Objetivo 14 para el Desarrollo Sostenible (ODS), el dedicado a la vida submarina. Esta meta pretendía para el 2020, que se eliminaran las formas de subvenciones a la pesca excesiva, a la pesca ilegal, no declarada y no reglamentada y abstenerse de introducir nuevas subvenciones de esa índole. Se pedía también de “incluir un trato especial y diferenciado, apropiado y efectivo para los países en desarrollo y los países menos adelantados”, algo que EEUU, la UE y otros pretenden ahora desconocer.

La negociación sobre las subvenciones pesqueras está trabada por las posiciones encontradas de países que defienden a millones de pescadores artesanales, como China e India, y naciones industrializadas, como la UE, que tiene planes para las grandes flotas de pesca en ultramar. Otros países, como EEUU y algunos de América del Sur, apoyan propuestas diferentes.

El problema para la OMC es que los plazos fijados por el mandato de los jefes de estados y de gobiernos al aprobar los OSD ya están todos vencidos. La OMC pensaba como alternativa de alcanzar un acuerdo en la conferencia ministerial de Nur-Sultán, usando una agenda solida y con los negociadores y la misma secretaría de la OMC puestos en primera fila.

Ahora, el director general de la OMC, Roberto Azevêdo, ha anunciado que, en consulta con el neozelandés David Walker, presidente del Consejo General de la OMC, el órgano de gobierno durante los recesos de la conferencia ministerial, y también con la delegación de Kazajistán en Ginebra, han considerado “no factible” realizar esta conferencia en la fecha establecida en Nur-Sultán y que llamarán “tan pronto como sea posible” a una reunión del Consejo General para revisar los acuerdos respecto a la realización de la conferencia ministerial.

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