Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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El espejo de la pandemia

Omega Center (Ω Spirit) 23.03.2020 Ilia Delio Traducido por: Jpic-jp.org

El corona-virus ha arrojado al mundo en picada. El cierre de escuelas y tiendas, el aumento dramático en el desempleo, la caída precipitada del mercado de valores y las conversaciones sobre recesión han creado un clima global de pánico, ansiedad, miedo y depresión. No es improbable que la tasa de suicidios aumente, a medida que aumenta la desesperación.

Si bien los post en Facebook de amistad, poemas y declaraciones del tipo "en esto estamos juntos" son útiles, nos tranquilizan en el momento al estar solos, el hecho es que nos agobian los sentimientos de soledad existencial y aislamiento. Los estudiantes universitarios que completan sus cursos en línea, y en su casa, viven la ansiedad, la soledad y la sensación de estar desconectado de sus amigos y relaciones sociales, que es cuanto hace la vida universitaria memorable. Esta puede ser la primera vez en la historia que la graduación se hace en línea. La vida se ha vuelto distrófica y no estamos seguros de si la tecnología es nuestra amiga o nuestra enemiga.

Es difícil mirar a la cara las amenazas existenciales y discutir racionalmente de lo que va a resultar. La verdad es que el futuro es desconocido e impredecible; las cosas pueden empeoran antes de mejorar, o pueden mejorar sólo temporalmente, o simplemente permanecer en el fluir de la incertidumbre. Lo que es aún más preocupante es que estamos esperando que esta crisis "pase" para volver a la "normalidad". Convencidos  que la vida continuará "como siempre" una vez que encontremos una vacuna para el COVID-19. Pero, ¿qué es "lo normal"?

Esta es quizás la mayor realidad que nos desafía: no tenemos herramientas sociales, psicológicas, espirituales / religiosas, políticas o económicas para lidiar con el colapso, el caos y el desequilibrio que marcan nuestra era actual. Nos hemos vuelto tan completamente condicionados por el marco moderno del individualismo y de los sistemas mecanicistas newtonianos, estos sistemas objetivos, controlables, manejables y rentables, que todo desorden parece una deficiencia sin valor que debe remediarse rápidamente.

Claro, Internet nos conecta y nos conectamos también en Facebook, pero al final del día todavía nos sentimos alienados, porque hemos construido un mundo en el que somos unos solitarios-juntos. Nuestras instituciones, educación e incluso religión, no han sabido darnos los medios necesarios para vivir en un mundo de evolución y complejidad. El cristianismo insiste en que el pecado original es nuestro problema, Jesús es nuestra solución y, en alguna parte, un lugar llamado cielo nuestro destino. La Universidad se ha convertido en un lugar de sobre especialización, donde se profundiza en los detalles de una disciplina particular y se envía a la arena del trabajo unos graduados completamente desamparados para pensar en un mundo de súper complejidad. Entonces, ¿cuál es "lo normal" al que esperamos volver?

Las normas hablan por sistemas estables, cerrados, predecibles donde se conocen las reglas. Ahora vivimos en un mundo de sistemas abiertos, donde las reglas pueden cambiar espontáneamente, donde el colapso y el caos hacen parte de nuestro despertar por la mañana, donde pueden surgir cosas nuevas espontáneamente, sin advertencia o signos premonitores (como el corona-virus por ejemplo). Cómo vivir en un mundo de caos y encontrar la paz, el sentido y la felicidad, debe ser el centro de las discusiones, si queremos sobrevivir en el siglo XXI.

Es hora de abrazar nuestra nueva realidad. La concepción medieval del cristianismo está en bancarrota, los sistemas newtonianos son limitados y el individualismo una ilusión. La evolución se va acelerando mientras nosotros estamos parados en medio de los rieles del ferrocarril. La evolución más rápida hoy se da en la tecnología. Sin embargo, a pesar de todo lo bueno que Internet nos brinda durante estos días de cierre, extrañamos las relaciones humanas. Somos seres sociales por naturaleza y también religiosos, porque Dios nace de la alegría, la belleza, el asombro, en y a través de las relaciones justamente: "Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).

Quizás uno de los regalos del momento presente es la invitación a regresar a nuestro yo-interior, al núcleo más íntimo de nuestra personalidad única. La crisis actual está creando condiciones para una renovada espiritualidad del desierto. Así como las mujeres y los hombres de la iglesia primitiva salían al desierto para ayunar y orar y ser transformados por el amor de Dios, también nosotros somos impulsados a volver al desierto de nuestro corazón.

Si sentados en nuestra casa, estamos conectados a nuestros dispositivos con la esperanza de comunicarnos con el mundo, arriesgamos de perder la oportunidad única de enfrentarnos a nosotros mismos. "La falta de autoconocimiento", escribió Buenaventura, "lleva al conocimiento equivocado de todos los demás asuntos". Nuestra cultura tecnológica contemporánea ha creado seres exoesqueletos, es decir seres enchufados con dispositivos electrónicos; nos resulta difícil desconectarnos y seguir en quietud al ritmo de nuestro respiro. Sin embargo, de hacerlo podemos liberarnos del Dios de las instituciones, de los dogmas y los cánones y devolvernos al Dios vivo de la evolución. Allí encontraremos un Dios diferente, un Dios que no se molesta en convivir con el cambio, el caos y el colapso. Dios es el nombre de una vida desbordante, el nombre del Futuro, y quien vive en Dios se sabe libre y orientado hacia la plenitud futura de la vida.

Una de las ideas de la espiritualidad del desierto que ha perdurado a través de los siglos es el espíritu de pobreza. Francisco de Asís fue profundamente marcado por el espíritu de pobreza y enseñó a sus seguidores a vivir sine proprio (sin nada propio), no necesariamente sin cosas materiales sino sin poseer nada. El individuo moderno, que se quiere autónomo, ha aprendido a poseerlo todo, creando condiciones de separación y división; pero la vida que fluye de Dios nos llama a vivir sine propio, en el espíritu de completa desposesión. El individuo autónomo moderno está asustado por la idea del desposeer porque el desposeer recuerda la impotencia. Pero esto es de lo que San Francisco se dio cuenta, las cosas materiales pueden crear una ilusión de poder que van a vaporizarse como llega la explosión de un virus. Quien siente necesidad de Dios, encontrará todo lo que necesita. Como oraba Santa Teresa, "solo Dios basta".

Esto no es un discurso espiritual; esta es la raíz más profunda de nuestra realidad. La naturaleza vive sine proprio porque la naturaleza es sim-poiética (Del griego sún, juntos, y poíēsis, crear), es decir se da por capas de interconexión profunda y límites fluidos. La naturaleza no se realiza "con dientes y garras rojas de sangre" sino por encuentros de grupos, intercambios comunitarios y cooperaciones espontaneas. La anticuada noción neo darwiniana de la supervivencia del más apto (toma lo que puedas por ti mismo) sustenta nuestro sistema económico y consumista del comprar la vida a cualquier costo. Bajo estas condiciones, pereceremos a menos que regresemos a las raíces de la naturaleza y nos volvamos a conectar para ser parte de la naturaleza. Porque pertenecemos a la naturaleza. La naturaleza no nos pertenece. Las formas más simples de vida nos sobrevivirán porque ellas viven para ser ellas mismas y no otra cosa, como escribió Thomas Merton, "un árbol no hace nada más que ser un árbol, y al ser árbol, le da gloria a Dios". El espíritu de pobreza está arraigado en la naturaleza.

Teilhard de Chardin anticipó el colapso en el siglo XX. Veía la incapacidad de percibir la convergencia evolutiva como la base de la aniquilación. "Unificarse o morir", es el lema que aparece en sus escritos sobre religión y evolución. El Centro Omega está comprometido a enfocar un nuevo paradigma de vida evolutiva sostenible y a apoyar la realización de este nuevo paradigma orientando in modo distinto las velas religiosas, políticas y económicas de nuestra vida. Tenemos que reconstruir nuestro sentido de identidad personal, religiosa, social y política en un mundo de cambios y complejidad, un mundo en evolución y en una evolución tecnológica. No solo esto es posible; es el tiempo más emocionante en la historia de nuestra existencia.

Sí, la muerte es real; hay sufrimiento y seguiremos sufriendo. Pero en lo más interior del corazón, hay un poder inquebrantable, una profundidad misteriosa que nutre nuestras vidas, y que se conoce por varios nombres: Dios, Presencia, Compasión, Amor o simplemente Ser. El nombre es la forma en que nos relacionamos con esta profundidad misteriosa de nuestra vida y, por lo tanto, con la vida del todo; porque la profundidad de cada una de nuestras vidas es la profundidad del todo del que somos parte.

Nuestro desafío en el siglo XXI es aprender de nuevo a vivir en la unidad.

Al considerar quiénes y qué somos en este espejo que es la pandemia del corona-virus, hay que preguntarnos, ¿quiénes somos y qué esperamos? Si nos pensamos como individuos pequeños, débiles e insignificantes, crearemos un mundo pequeño, insignificante e individualista que no puede sobrevivir. Si nos pensamos como holones, algo pequeño que es a la vez un todo y parte de un todo más grande, pensamos en términos de participación, evolución y futuro. En este momento, casi se puede escuchar al autor de Deuteronomio: “He puesto ante ti la vida y la muerte; escoge la vida”(Dt. 30,15). Tenemos la oportunidad de reconectarnos para una nueva existencia, pero debemos comenzar a vivir de una manera nueva. Aquí entonces algunos consejos que nos ofrece la sabiduría tradicional y que pueden iluminar nuestras elecciones.

  • Vive cada momento como si fuera el último porque la eternidad habita en cada respiro.
  • Vive sine proprio sin contar tus posesiones sino contando los regalos del momento.
  • Perdona con una abundancia de bondad porque el futuro es nuestra única realidad.
  • Ama sin remordimientos, confía en el poder divino presente en tu interior y vive hasta el punto de llorar.

Dios es el nombre del flujo dinámico de la vida, orientado hacia un más de la vida, es el futuro. Donde hay Dios, hay cambio y donde hay cambio, hay vida futura. Es hora de dejar de lado el mundo previsible de Newton y la idea de que volveremos a "los negocios como siempre". No hay "lo habitual", se han perdido las reglas de lo que es normativo. Estamos en un avance global de la evolución y si queremos un mundo diferente, debemos convertirnos en personas diferentes.

      Veas el original inglés The Pandemic Mirror

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