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Navidad es un acontecimiento sorpresivo

Maboma 25.11.2015 Gian Paolo Pezzi, mccj Traducido por: Jpic-jp.org

Cada Navidad tiene en su Adviento un acontecimiento sorpresivo. Ese año se llamaba Stanislas, un viejo catequista.

Son las diez de la noche. Maboma está envuelta en la oscuridad y el silencio. Su única carretera termina en el patio de la parroquia. No hay luz, no hay bares, las viviendas más cercanas están a unos 100 metros. Me preparo para la cama escuchando música navideña con la carga de paneles solares. De repente una voz ronca resuena a mi ventana: “Unihurumie, padri” - Perdóname padre -. En el medio del “silencio de paz” que “todo lo cubre, en una noche casi a la mitad de su corso” me parece de entrar en un cuento de Dickens.

Stanislas arrastra sus piernas cansadas en la luz de mi cuarto. Está destruido, a hecho corriendo los 15 Km. que nos separan de Njenjekazo. Tiembla de miedo. ¿Qué ha pasado? ¿Qué hace aquí a esta hora?

- He huido – contesta tropezando en sus palabras -. Quieren matarme, dicen que es mi culpa.

Empiezo a entender. El jefe tradicional ha muerto. Mas, ¿por qué le acusan a él?

- Soy el más viejo de la familia y de la zona.

Lo dice como una cosa normal. Es la historia de siempre: brujería. Todos saben que Samuel, el jefe, ha muerto de sida siguiendo a rueda en la tumba a su tercera esposa muerta de lo mismo. De esto nadie se cura, todos saben ya que no hay muerte natural, y solo se muere por brujería, echada por un joven que quiere acapararse tus capacidades o por un viejo que pretende seguir viviendo con la fuerza vital que te quita. Lo único que importa es saber quién es el brujo y eliminarlo para que no siga haciendo lo mismo.

Stanislas, desde entonces, vive con nosotros; pasa su tiempo con sus libros de oración porque es demasiado viejo para trabajar; está declinando visiblemente, parece que se agarra a la vida solo por una razón: llegar a la Navidad, reconciliarse con Dios y regresar a los sacramentos.

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Dos años han trascurrido, y es de noche, mientras escribo, como cuando Stanislas se asomó a mi ventana. Una nueva Navidad se acerca y Dios hoy ha vuelto como adviento-evento en la pequeña aldea de Njenjekazo. Aquí Stanislas ha pasado largas décadas de apostolado y desde hace tiempo debía ser reemplazado. No era factible: un malestar del nuevo catequista habría sido interpretado como una venganza suya. Entonces cada domingo Sebastián partía de la parroquia, hacía los 15 Km. y dirigía la celebración dominical a Njenjekazo. Sebastián no es una gran cosa, ni siquiera está casado por la  Iglesia; pero Dios sabe sacar hijos suyos hasta de las piedras y ha hecho maravillas: la comunidad ha renacido y hoy, Fiesta de Cristo el Señor, he celebrado una de mis más bonitas eucaristías, con cantos, flores y un nutrido grupo de pigmeos que viven en un campamento junto a la aldea: estaban allá ellos también con sus danzas y su alegría, aun casi sin vestidos. Hemos dado las gracias a Stanislas y Sebastián, e instalado al nuevo catequista responsable de la comunidad, recordando también una página de historia. Cuando Stanislas quedó viudo, para buscar a otra mujer se procuró una cabra. No era suficiente para satisfacer todas las exigencias de la tradición local y celebrar una verdadera boda: con la cabra, sin embargo, una mujer hubiera llegado. La cabra se la robaran antes que la entregara. Compró otra: sana estaba por la mañana al mercado y por la noche se murió de manera misteriosa. Sin cabra, Stanislas quedó sin mujer y ha llevado adelante una vejez de privaciones y fatigas, pero feliz de vivir en fidelidad su vida cristiana y manteniendo así en vida la llama de fe en su comunidad. Signo de esperanza. Mas no del todo.

La capilla se había caído y ha sido reconstruida, linda, aunque sólo en paja y barro. Stanislas tenía su casita junto a la capilla y ella también se derrumbó, pero nadie hizo nada y el vive en una minúscula chabola, que tienen de pié algunos trozos de bambú y dos tejas: a las próximas lluvias se le caerá encima. Poniéndole al cuello un bonito crucifijo, señal de agradecimiento por las décadas de trabajo desarrollado, he recurrido a la comunidad: devolvemos el bien recibido, démosle una casita, aunque sea pequeña pero digna de este venerable anciano que mantuvo en pie a la comunidad. Sería la señal que la Navidad llega también este año a Njenjekazo. 

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Los comentarios de nuestros lectores (1)

Anna Louise 08.01.2020 E molto bello il racconto ma diventa un po' ripetitivo