Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación

Sinodalidad y ecumenismo: un vínculo necesario

Dicastero per la promozione dell’unità dei cristiani 18.01.2023 Kurt Koch Traducido por: Jpic-jp.org

Emprender y profundizar el camino de la sinodalidad es lo que "Dios espera de la Iglesia del tercer milenio". El Papa Francisco recordó este importante objetivo con ocasión de la conmemoración del 50 aniversario del Sínodo de los Obispos y expresó también su convicción de que el compromiso de construir una Iglesia sinodal está "cargado de implicaciones ecuménicas".

Por lo tanto, es útil reflexionar sobre el estrecho vínculo entre sinodalidad y ecumenismo: la sinodalidad tiene una dimensión ecuménica y el ecumenismo debe realizarse de manera sinodal. El estrecho vínculo entre sinodalidad y ecumenismo ya se desprende del hecho de que la sinodalidad es un tema importante en la agenda de los diálogos ecuménicos destinados a restaurar la unidad de los cristianos. Esto es aún más cierto en el diálogo ecuménico con las Iglesias ortodoxas, dedicado desde hace tiempo a la relación entre sinodalidad y primacía.

Sin embargo, la dimensión sinodal de la vida eclesial no sólo desempeña un papel importante en los diálogos ecuménicos. Y la dimensión ecuménica de la sinodalidad es un camino útil por el que puede avanzar el proceso sinodal en la Iglesia universal. Esta dimensión se indica explícitamente en el Vademécum del Sínodo: "El diálogo entre cristianos de diversas confesiones, unidos por un mismo bautismo, ocupa un lugar especial en el camino sinodal" (n. 5.3.7). Y el documento de trabajo para la etapa continental titulado Ensancha el espacio de tu tienda afirma incluso: "No hay sinodalidad plena sin unidad entre los cristianos" (n. 48). Por tanto, tiene sentido preguntarse por las razones de este estrecho vínculo entre sinodalidad y ecumenismo.

Estar juntos en camino

Sinodalidad y ecumenismo están indisolublemente unidos a la imagen del camino. El término sinodalidad contiene el concepto mismo de viaje. La palabra sínodo incluye los términos griegos hodos (camino) y syn (con) y expresa el hecho de ponerse en camino juntos. En el sentido cristiano, la palabra sínodo designa el caminar común de los que creen en Jesucristo, que se reveló y se llamó a sí mismo "el Camino" (Juan 14, 6). En su origen, la religión cristiana se designaba, pues, como el "camino" y los cristianos que seguían a Cristo se llamaban "seguidores del Camino" (Hechos 9, 2). En este sentido, Juan Crisóstomo ya pudo afirmar que la Iglesia es un nombre "que significa un camino común" y que, por tanto, Iglesia y sínodo son "sinónimos". La Iglesia es, en palabras del Papa Benedicto XVI, una "comunidad de fe en camino".

Para entender el ecumenismo, la idea de un camino también es crucial. El ecumenismo es el camino por el que puede restablecerse la unidad de la Iglesia, perdida en el camino de la historia. No es casualidad que Juan Pablo II comenzara el tercer capítulo de su encíclica sobre el compromiso ecuménico, Ut unum sint, con la pregunta "¿Quanta est nobis via? - ¿Cuánto camino nos separa todavía de aquel día bendito en que se alcanzará la plena unidad en la fe y podremos concelebrar en concordia la Sagrada Eucaristía del Señor"? (n. 77).

Francisco hace especial hincapié en la dimensión itinerante del ecumenismo. Para él es fundamental que los diferentes cristianos y comunidades eclesiales caminen juntos hacia la unidad: la unidad crece al caminar, y caminar juntos significa ya vivir la unidad. El Papa Francisco expresó su convicción ecuménica con palabras elocuentes: "La unidad no vendrá como un milagro al final: la unidad viene en el camino, el Espíritu Santo la hace en el camino". Para que la búsqueda de la unidad permanezca durante este caminar y pueda así avanzar de manera sinodal, todos los bautizados están invitados y obligados a emprender el viaje. El ecumenismo es un deber de toda la Iglesia, como subrayó con fuerza el Concilio Vaticano II en su decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio: "El cuidado de restablecer la unidad concierne a toda la Iglesia, tanto a los fieles como a los pastores, y toca a cada uno según sus posibilidades, tanto en la vida cristiana cotidiana como en los estudios teológicos e históricos" (n. 5).

El diálogo como estilo de sinodalidad y ecumenismo

Corresponde al carácter de camino de la sinodalidad el hecho que Papa Francisco no se preocupe principalmente de revivir y profundizar la sinodalidad a través de estructuras e instituciones: pretende, más bien promover su dimensión interior y, por tanto, dialógica, en la que el papel del Espíritu Santo y su escucha común son cruciales: "Escuchemos, discutamos en grupo, pero sobre todo prestemos atención a lo que el Espíritu tiene que decirnos".

A la luz de esta característica de la sinodalidad, fuertemente centrada en el Espíritu Santo, también se hace evidente la distinción fundamental entre sinodalidad y parlamentarismo, que el Papa Francisco ha subrayado en repetidas ocasiones. Mientras que el proceso democrático sirve principalmente para determinar mayorías, la sinodalidad es un evento espiritual que pretende encontrar una unanimidad sostenible y convincente en la fe y en los estilos de vida, derivados de ella, del cristiano individual y de la comunidad eclesial; esto presupone el camino del discernimiento de espíritus.

Por tanto, el sínodo, en palabras del Papa Francisco, "no es un parlamento, donde se negocia, se regatea o se transige para alcanzar un consenso o un acuerdo común, sino que el único método del sínodo es abrirnos al Espíritu Santo, con valentía apostólica, con humildad evangélica y oración confiada, para que Él nos guíe".

El verdadero estilo de una Iglesia sinodal es, por tanto, el diálogo. El diálogo como principio y como método no es simplemente una moda en la Iglesia de hoy, sino que representa el elemento esencial de la Iglesia, como ya observaba el Papa Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam: "La Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en el que vive. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace conversación" (n. 67). El Papa Pablo VI expresaba así lo que pretendía el Concilio Vaticano II, es decir, que la Iglesia quiere estar en diálogo con todos: en diálogo con los diversos estados de vida de los fieles y las diversas vocaciones dentro de ella, en diálogo con otras Iglesias cristianas y comunidades eclesiales, en diálogo con otras religiones, en diálogo con las diversas cosmovisiones y éticas, en diálogo con las ciencias y en diálogo con los diversos ámbitos de la vida de las personas en la sociedad actual. Así como el diálogo es el estilo de una Iglesia verdaderamente sinodal, el ecumenismo se sostiene o decae según su estilo dialógico. A este respecto, el decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio subraya la importancia de que "cada uno trate al otro como igual" para que exista la interrelación necesaria en un auténtico diálogo ecuménico, par cum pari agat (n. 9).

El diálogo ecuménico tiene lugar sobre la base de la herencia cristiana común y es, por consiguiente, un diálogo entre hermanos y hermanas bautizados. Es igualmente evidente que el diálogo ecuménico no cuestiona en absoluto la identidad de fe de los interlocutores, sino que la presupone y la refuerza. De todo ello se desprende el verdadero núcleo del diálogo ecuménico. No se trata de un mero intercambio de ideas y pensamientos, sino, más fundamentalmente, de un intercambio de dones. Para Francisco, se trata de acoger lo que el Espíritu Santo ha sembrado en otras Iglesias "como un don también para nosotros"; no es casualidad que el Papa, poniendo un ejemplo, mencione que, en el diálogo con nuestros hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la oportunidad de "aprender algo más sobre el significado de la colegialidad episcopal y su experiencia de la sinodalidad" (Evangelii gaudium n. 246). Este intercambio dialógico de dones tiene lugar en la convicción de que ninguna Iglesia es tan rica que no necesite enriquecerse con los dones de otras Iglesias, y ninguna Iglesia es tan pobre que no pueda ofrecer su propia contribución a la cristiandad más amplia.

El principio sinodal y el principio jerárquico

El estilo dialógico de la Iglesia sinodal no se entendería bien si se entendiera que la sinodalidad se opone a la jerarquía en la Iglesia, como de hecho ocurre en bastantes discusiones actuales. Sin embargo, sinodalidad y jerarquía están indisolublemente unidas. Se exigen y promueven mutuamente. Sin jerarquía no puede haber sinodalidad, y sin sinodalidad la jerarquía no puede actuar. Esto es particularmente evidente si se considera la palabra "jerarquía" desde un punto de vista etimológico y, por tanto, no se traduce como "santo señorío", sino como "santo origen". La misión de la jerarquía en la Iglesia es, por tanto, proteger y transmitir el "origen santo" del acontecimiento Cristo, para que pueda realizar su obra liberadora también en la situación actual de la Iglesia.

Sin embargo, la jerarquía no puede emprender su misión sola; debe recorrer este camino junto con todos los creyentes, de manera sinodal. En efecto, syn-hodos indica el camino común en la comunidad de fe de la Iglesia. Desde el punto de vista de la eclesiología católica, es de fundamental importancia que los principios sinodales y jerárquicos interactúen de tal manera que se haga visible la naturaleza misma de la Iglesia, tal como la define el teólogo Medard Kehl: "La Iglesia católica se concibe a sí misma como sacramento de la comunión con Dios; como tal, forma la comunidad de creyentes reunidos por el Espíritu Santo, conformados con el Hijo Jesucristo y llamados a entrar en el reino de Dios Padre con toda la creación, una comunidad que se constituye sinodal y jerárquicamente al mismo tiempo".

Es crucial comprender cómo debe entenderse y realizarse este "al mismo tiempo". El Papa Francisco, a este respecto, no sólo está convencido de que la sinodalidad, "como dimensión constitutiva de la Iglesia, nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el propio ministerio jerárquico", ya que quienes ejercen la autoridad en la Iglesia son llamados "ministros", "según el significado original de la palabra". También está convencido de que "el examen atento de cómo se articulan en la vida de la Iglesia el principio de la sinodalidad y el servicio de quien preside" puede aportar una contribución significativa a la reconciliación ecuménica entre las Iglesias cristianas. Por lo tanto, es comprensible que los esfuerzos teológicos y pastorales para construir una Iglesia sinodal tengan también ricas implicaciones para el ecumenismo, como queda particularmente claro en el diálogo entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto.

Sin embargo, la relación entre sinodalidad y jerarquía necesita ser estudiada y explorada más a fondo en todos los diálogos ecuménicos, especialmente porque la cuestión del ministerio es el verdadero quid de las discusiones ecuménicas. Sobre cómo entender la relación entre la vida sinodal de la Iglesia y el ministerio jerárquico en la Iglesia, Cipriano de Cartago, un importante obispo africano de la Iglesia primitiva, proporcionó indicaciones claras, que pueden ser fructíferas incluso hoy desde un punto de vista ecuménico: “Nihil sine episcopo, nihil sine consilio presbyterii, nihil sine consensu plebis”: 'nada sin el obispo, nada sin el consejo de los presbíteros, nada sin el acuerdo del pueblo'. Con esta elocuente fórmula, Cipriano no sólo sugiere que el ministerio episcopal debe realizarse y probarse de tres maneras -sinodal, colegial y personal-, sino que también y sobre todo apunta a aquellos comportamientos que deben excluirse porque ponen en peligro la convivencia fructífera en la Iglesia: formación de grupos separatistas (de ahí nihil sine episcopo), obispos autocráticos que pretenden hacerlo todo ellos (de ahí nihil sine consilio presbyterii) y diversos tipos de clericalismo (de ahí nihil sine consensu plebis).

Desde un punto de vista ecuménico, en primer lugar, debemos dejarnos orientar juntos, una vez más, por el Concilio Apostólico, en el que se puede reconocer el arquetipo paradigmático de las asambleas sinodales. A este respecto, se nos dice que, tras minuciosas discusiones en la comunidad de Jerusalén y después de escuchar el testimonio autorizado y el credo de Pedro, la decisión fue tomada por Santiago, jefe de la Iglesia de Jerusalén, en estos términos: "Así se decidió, por el Espíritu Santo y por nosotros" (Hechos 15, 28). El importante asunto fue decidido por Santiago y el poder del Espíritu Santo; luego esta decisión fue aceptada por toda la asamblea de Jerusalén y más tarde también por la asamblea de Antioquía.

La profundización espiritual de la sinodalidad

La clara distinción entre el proceso de reflexión orientado a la propuesta de decisiones, en el que deben participar todos los bautizados en la medida de lo posible, de acuerdo con el principio ya extendido en la Iglesia primitiva de que lo que concierne a todos debe encontrar también el consenso de todos (Quod omnes tangit, ab omnibus tractari debet), y el proceso de toma de decisiones que compete a la autoridad eclesiástica, sólo puede tener lugar si se profundiza de forma espiritual en lo que es la esencia de la sinodalidad.

La Iglesia naciente se dio a sí misma el nombre de ekklesia. En la terminología griega secular, esta palabra se refería a la asamblea popular de una comunidad política, pero en el lenguaje de la fe significa la comunidad de creyentes reunidos. Esta última comunidad se diferencia de la primera principalmente en el hecho de que en la polis griega la gente se reunía para tomar decisiones importantes, mientras que la comunidad de fe no se reunía para tomar ella misma las decisiones, sino para escuchar lo que Dios había decidido, darle su consentimiento y trasladarlo a la vida cotidiana. Se comprende entonces por qué la palabra ekklesia designa el culto cristiano y, por tanto, la reunión de la comunidad de fe convocada para celebrar la Eucaristía. La esencia más profunda de la Iglesia como sínodo es la asamblea eucarística. La Iglesia como sínodo vive sobre todo allí donde los cristianos se reúnen para celebrar la Eucaristía, como subraya la Comisión Teológica Internacional: "El camino sinodal de la Iglesia se configura y se alimenta de la Eucaristía". El hecho de que el origen y la cumbre de la sinodalidad se encuentren en la participación consciente y activa en la asamblea eucarística se expresa todavía hoy en la costumbre de iniciar las asambleas sinodales, como los concilios o los sínodos de obispos, con la celebración de la Eucaristía y la entronización del Evangelio, como ya se ha prescrito desde los Concilios de Toledo en el siglo VII hasta el Ceremoniale Episcoporum de 1984. Dado que la sinodalidad de la Iglesia necesita siempre una profundización espiritual, puede aprender mucho del movimiento ecuménico, y en particular del ecumenismo espiritual, definido por el Decreto sobre el ecumenismo del Concilio Vaticano II "el alma de todo el movimiento ecuménico" (n. 8).

La oración por la unidad de los cristianos es, en efecto, la forma básica del ecumenismo en la que todos pueden participar sinodalmente. A través de la oración, los cristianos expresamos nuestra convicción de fe de que los seres humanos no podemos forjar la unidad por nosotros mismos, ni siquiera decidir su forma y momento. Al contrario, somos capaces de producir divisiones, como demuestra la historia pasada y presente. Sólo podemos recibir la unidad del Espíritu Santo, que es la fuente divina y el motor de la unidad. Del mismo modo que el ecumenismo espiritual es el fundamento espiritual del movimiento ecuménico, el proceso sinodal requiere siempre una profundización espiritual, en la que la oración desempeña un papel de guía y acompañamiento. También y especialmente en la perspectiva del compromiso ecuménico, es significativo que la sinodalidad, incluso antes que las diferentes estructuras e instituciones, tenga una dimensión espiritual subyacente, en la que el papel del Espíritu Santo y su escucha común son cruciales. Este aspecto se puso de relieve en los simposios ecuménicos internacionales titulados Escuchar a Oriente, en los que se abordaron conceptos y experiencias de la sinodalidad en las Iglesias ortodoxas orientales. Estos simposios dejaron claro una vez más que la Iglesia católica puede aprender mucho de las experiencias de otras Iglesias cristianas en el esfuerzo por construir una Iglesia sinodal. Pero mostraron al mismo tiempo que la profundización de la dimensión sinodal en la teología y en la praxis en la Iglesia católica es una contribución importante que la Iglesia católica debe aportar a los diálogos ecuménicos, también y sobre todo con vistas a una mejor comprensión de la teología y del ejercicio del ministerio petrino, que, en la convicción del Papa Francisco, podrán recibir mayor luz en una Iglesia sinodal: "El Papa no está, solo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella como bautizado entre bautizados y dentro del Colegio episcopal como obispo entre obispos, llamado al mismo tiempo - como sucesor del apóstol Pedro - a guiar a la Iglesia de Roma quien preside en el amor a todas las Iglesias". Esto demuestra lo mucho que la teología de la sinodalidad y del ecumenismo pueden aprender la una de la otra, acompañando a la Iglesia y a la causa de la unidad hacia un futuro fecundo. Sinodalidad y ecumenismo permanecen en estrecha interdependencia, y juntos ayudan a la misión creíble del cristianismo en el mundo de hoy. 

Véase, Sinodalità ed ecumenismo: un legame necessario

Deje un comentario