Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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Un desafío necesario y una señal de esperanza

Butembo 22.09.2025 Jpic-jp.org Traducido por: Jpic-jp.org

En un mundo que parece dirigirse hacia un rearme generalizado, la decisión de crear una institución pública dedicada a la promoción de la paz no es sólo deseable o necesaria: es una señal de esperanza. Mientras algunos quieren transformar el Ministerio de Defensa en Ministerio de Guerra, “Fratelli Tutti” nos habla de un “Ministerio de la Paz”.

 

En una época marcada por crecientes tensiones geopolíticas, conflictos sangrientos y un preocupante regreso a la lógica del rearme, surge con fuerza una propuesta radical y audaz, pero profundamente arraigada en los principios fundacionales de la República Italiana: la creación de un “Ministerio de la Paz”. No se trata de una simple reivindicación retórica, sino de un desafío concreto, una afirmación política clara que busca proponer una alternativa estructural a la lógica del conflicto y de la fuerza.

La idea, impulsada por numerosas asociaciones cristianas y pacifistas, encuentra su inspiración profunda en la encíclica del Papa Francisco “Fratelli Tutti” y ha sido acogida por la Fundación Vaticana “Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social”, establecida por el propio Papa el 8 de diciembre de 2021, con la misión de promover iniciativas basadas en los principios de la encíclica homónima. El padre Francesco Occhetta, secretario general de la Fundación, recuerda que la creación de tal ministerio no es un gesto simbólico, sino un compromiso de promover un modo de vida diferente, basado en la justicia restaurativa en lugar de la vengativa, en la mediación de conflictos y el diálogo. Es la expresión de una voluntad colectiva que se opone al miedo y a la venganza que animan los intereses políticos de los “grandes y poderosos” y da voz a la gente común, que no quiere la guerra.

El proyecto, presentado en Roma en un evento que reunió voces autorizadas del ámbito académico, religioso y del tercer sector, busca redefinir el concepto mismo de paz, que no puede ser un pacifismo genérico, sino un compromiso concreto, institucional y estructural.

La propuesta se fundamenta sólidamente no en una ideología abstracta, sino en el corazón de la Constitución italiana, cuyo artículo 11 establece: “Italia repudia la guerra como instrumento de agresión a la libertad de otros pueblos y como medio para resolver disputas internacionales; consiente, en condiciones de igualdad con otros Estados, las limitaciones de soberanía necesarias para un orden que asegure la paz y la justicia entre las Naciones; promueve y favorece las organizaciones internacionales con este fin”.

  • No se trata sólo de un repudio formal de la guerra por un principio ético, sino de una norma jurídica que prohíbe el uso de la fuerza militar para agresión o resolución de disputas.
  • Impone una tarea activa: crear las condiciones necesarias para eliminar los conflictos e instaurar un orden internacional basado en la justicia y en relaciones pacíficas entre los pueblos, promoviendo activamente las instituciones y organizaciones internacionales orientadas a la paz y la justicia.
  • Acepta limitaciones de soberanía, porque la paz no puede garantizarse en aislamiento, sino que requiere participación en un orden internacional basado en la cooperación y la justicia, incluso a costa de ceder parte de la soberanía nacional.

Un Ministerio de la Paz encajaría perfectamente en este marco y se convertiría en el instrumento institucional para realizar la vocación “hacia la paz”, coordinando políticas públicas y proporcionando al Parlamento los medios para controlar su implementación efectiva.

El principio del repudio de la guerra y la promoción de la paz no es exclusivo de la Constitución italiana. Otros países, a menudo marcados por conflictos históricos, han incorporado principios similares en sus textos fundamentales:

  • Japón, cuyo artículo 9 de la Constitución establece: “El pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o uso de la fuerza como medio de resolver disputas internacionales. Las fuerzas terrestres, marítimas y aéreas, así como cualquier otro potencial bélico, nunca serán mantenidas.”
    Es probablemente el ejemplo más radical de pacifismo constitucional, aunque su interpretación ha sido objeto de debate.
  • La República Federal de Alemania, cuya Ley Fundamental afirma: “La Federación puede, para la protección de la paz, adherirse a un sistema de seguridad colectiva que implique limitaciones de su soberanía” (art. 24) y “Las acciones que puedan perturbar la convivencia pacífica entre los pueblos y emprendidas con la intención de preparar una guerra de agresión son inconstitucionales” (art. 26).
    Esta Ley Fundamental, redactada tras la Segunda Guerra Mundial, prohíbe específicamente la guerra de agresión y promueve activamente la participación en sistemas de seguridad colectiva destinados a mantener la paz.
  • La Constitución noruega, art. 111: “El Rey y el Gobierno no pueden declarar la guerra ni entrar en ninguna unión o alianza militar sin el consentimiento del Parlamento”. Aunque no repudia explícitamente la guerra, impone una fuerte limitación, reflejando un principio de precaución y no beligerancia.
  • La Constitución de la Federación de Rusia, art. 79: “La Federación Rusa no acepta unirse a organizaciones interestatales cuyos objetivos sean contrarios a los intereses de la Federación Rusa, incluida la amenaza a la independencia e integridad territorial”.
    Este artículo pide respeto a la soberanía y apertura a la cooperación internacional, aunque con un claro énfasis en la defensa de los intereses nacionales.

Estos ejemplos muestran que el principio del “pacifismo constitucional” no es aislado, sino una elección consciente de varias naciones que, tras experiencias históricas dramáticas, desean anclar su política exterior en valores de paz, cooperación y justicia internacional.

Sin embargo, los principios operativos de la política exterior rusa, como evidencia la guerra en Ucrania, y de otros países, a menudo contrastan con los principios de paz. Además, como en Italia, la “voluntad institucional de paz” está fragmentada: la Presidencia del Consejo se ocupa del servicio civil, el Ministerio de Asuntos Exteriores de la cooperación internacional, el Ministerio de Justicia de la justicia restaurativa y el Ministerio de Educación de la educación en la no violencia. Esta fragmentación, aunque guiada por la buena voluntad, dificulta un enfoque holístico e integrado.

Además, la verdadera paz, como subraya Occhetta, se construye mediante el desarme, entendido no sólo como reducción de armas, sino como un “desarme de los espíritus, del lenguaje y de la cultura del miedo” más profundo. Este enfoque, centrado en la dignidad humana y la fuerza de la no violencia, representa un verdadero “nuevo humanismo institucional”.

Un Ministerio de la Paz unificaría estos esfuerzos, promoviendo una visión coherente que no se limite a la mera ausencia de guerra, sino que abarque la gestión de conflictos, la creación de condiciones de justicia y la prevención de hostilidades.

La creación de este ministerio también ofrecería una oportunidad única para valorar y coordinar el enorme compromiso político y social ya llevado a cabo en cada país por miles de organizaciones. Actuando con perspectiva de subsidiariedad, el Estado podría apoyar y promover esta “vitalidad social”, dotando de recursos estables a proyectos de pacificación y haciendo transparentes las actividades relacionadas. La paz no es un evento fortuito, sino el resultado de un trabajo constante y organizado.

El camino hacia la paz requiere un compromiso cultural y generacional. Los jóvenes ya están profundamente involucrados en las dramáticas realidades de nuestro tiempo, desde la guerra hasta los desafíos climáticos. Es fundamental apoyarlos mediante la promoción de momentos de fraternidad e intercambios internacionales, acompañados de la construcción de condiciones de vida y trabajo dignas y justas. La cultura de la paz debe arraigarse y florecer en las nuevas generaciones, que representan la esperanza de un futuro diferente.

Un Ministerio de la Paz, si existiera en algunos países, sería un ejemplo concreto y tangible de democracia comprometida, que ofrecer a la comunidad internacional como testimonio de que otro camino es posible. Un ejemplo de esa paz “desarmada y desarmante” que necesitamos urgentemente y que, como desea el Papa León XIV, puede convertirse en nuestra brújula en un mundo a la deriva. Esta propuesta no es solo una respuesta a las crisis actuales, sino una inversión a largo plazo para construir un futuro donde la justicia, el diálogo y la no violencia sean los verdaderos pilares de las relaciones humanas e internacionales.

Ver, Un ministero della Pace, alternativa concreta alla logica della forza y La sfida di un ministero della pace

 

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