“Ciertamente el odio que se ha acumulado es grande y pesa sobre los corazones: hay personas y grupos que se alimentan de él como de un veneno que mientras mantiene en vida, mata. Para superar el ídolo del odio y de la violencia, es muy importante aprender a mirar el dolor del otro. El recuerdo del sufrimiento acumulado durante tantos años alimenta el odio cuando es un recuerdo sólo de uno mismo, cuando se refiere exclusivamente a uno mismo, al propio grupo, a la propia justa causa. Si cada pueblo sólo se fija en su propio dolor, siempre prevalecerá la razón del resentimiento, del desquite, de la venganza. Pero si la memoria del dolor es también memoria del sufrimiento del otro, del extraño e incluso del enemigo, entonces puede ser el comienzo de un proceso de comprensión. Dar voz al dolor ajeno es un requisito previo para cualquier futura política de paz”.

                                                              ***

Gracias al Teatro Oscar (Giacomo Poretti, Luca Doninelli y Gabriele Allevi), han resonado recientemente las palabras de Esquilo en Los persas, llevadas a escena por Silvio Castiglioni. Se trata de la tragedia más antigua que haya llegado hasta nosotros (472 a.C.). El hombre, que presenció con sus propios ojos la atroz derrota del ejército de Jerjes en la batalla de Salamina, relata su horror.

Lo que no deja de sorprender es que Esquilo cuenta la victoria de su pueblo, los griegos, a través de los ojos de los persas, a través de la historia del dolor de ellos, los persas. A través de los ojos del otro. Esquilo da voz al dolor ajeno, como advertencia a los atenienses, y a nosotros, señalando así el camino hacia una paz posible. Como si el poeta no quisiera plegarse a la idea de hacer de su texto un manifiesto de la grandeza de Atenas. Como si al elegir contarnos el dolor de un pueblo desde el punto de vista del vencido quisiera sugerirnos la idea de que, al otro, al enemigo, hay que protegerlo de la tentación de burlarse de él y humillarlo, de deshumanizarlo. Puede que siglos y costumbres nos separen de la cultura griega. Pero lo escenificado por Esquilo es un ejercicio de humanidad que debemos hacer nuestro, como nos recuerda el cardenal Martini: dar voz al dolor ajeno es un requisito previo para cualquier futura política de paz.

Vivian Silver (en la foto), pacifista de 74 años, fue la fundadora de Women wage peace, uno de los mayores movimientos pacifistas de Israel, creado en 2014. "Nos hicieron creer que sólo la guerra traería la paz. Pero ocurrió lo contrario. ¿Por qué debemos seguir así?", solía repetir.

Fue asesinada por los milicianos de Hamás durante un asalto a su casa en el kibutz Be'eri, donde residía desde 1990, dieciséis años después de trasladarse desde Canadá.

"Gaza no era una idea ni un valor abstracto. Formaba parte de su vida", lamentaron sus amigos el día en que sus restos fueron identificados mediante pruebas de ADN, entre los últimos en ser nombrados.

Su hijo, Yonatan Zeigen, en una entrevista en el periódico Avvenire, criticó duramente la ofensiva sobre Gaza: "De esta guerra no saldrá un futuro mejor, ni para la Franja ni para Israel. Al contrario. Cuando estalla, un conflicto lo destruye todo, por eso hay que prevenirlo, no exacerbarlo. Además, ¿para qué bombardeamos la Franja? La idea de Hamás y las causas que la sustentan no pueden ser derrotadas por medios militares. ¡Nos atacan cobardemente y nosotros atacamos cobardemente!”

“Lo que veo me da un miedo terrible", afirma Sari Nusseibeh, intelectual palestina, en una entrevista en Il Corriere della sera. "Estoy preocupada por el presente y también por el futuro. Sólo puedo esperar que volvamos a pensar racionalmente. Porque no excluyo en absoluto una guerra generalizada en Medio Oriente. Los dos radicalismos se alimentan mutuamente. En Israel, los colonos y la derecha religiosa predican la necesidad de expulsar a los palestinos, lo que para ellos es también la realización de un plan divino. Hamás hace lo mismo en nombre del islam, y esto se profundiza ahora con las desgarradoras masacres perpetuadas en Gaza".