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La bolsa o la vida, el falso dilema en Brasil ante el coronavirus

Rio de Janeiro - IPS 26.03.2020 Análisis de Mario Osava Traducido por: Jpic-jp.org

“Van a morir 300, 400, 500 mil personas en los próximos dos años en Brasil a consecuencia del daño económico” derivado de las restricciones con que se busca combatir al coronavirus, pronosticó el empresario Junior Durski. Paralizar la economía nacional “a causa de 5000 o 7000 personas que van a morir” a causa del covid-19 no es realista, protesta el dueño de unos restaurantes, en un video difundido por Instagram, ante el cierre de las actividades que aglomeran personas.

Los efectos del aislamiento social y la suspensión productiva serán peores que la epidemia, coinciden el presidente Bolsonaro y muchos empresarios que, como Durski, quieren mantener abiertos sus negocios.

Pero abusan de datos cuestionables o claramente irreales en sus argumentos. Por lo que ya se conoce, sin acciones para contener el ritmo de la epidemia, Brasil tendría mucho más que 7000 muertes, cifra superada por Italia, que tiene una población 70% menor y mejores condiciones económicas, y que adoptó radicales medidas para contener la expansión del virus.

Brasil tiene 210 millones de habitantes y un desempleo de 40 millones de trabajadores. Mitigar las secuelas de la recesión económica, inevitable también en caso de restricciones más laxas a las aglomeraciones que favorecen el contagio, es una tarea a que están dedicados todos los gobiernos.

Estados Unidos aprobó un paquete de tres mil millones de dólares para ayudar a las industrias, pequeñas empresas, al sector de salud, gobiernos locales y personas afectadas por la crisis. Un cheque de 1200 dólares fue destinado directamente a millones de adultos y uno de 500 dólares a niños y adolescentes. En Brasil, el gobierno también decidió amparar empresas, gobiernos locales y personas en dificultades, con el aplazamiento de deudas e impuestos, créditos de bajos intereses, inversiones en salud y bonos personales. Los trabajadores informales o autónomos más pobres recibieron vales por unos 60 dólares mensuales durante tres meses, suma evidentemente insuficiente para asegurar la sobrevivencia. La propuesta inicial del gobierno era de 40 dólares, elevada por presión del legislativo Congreso Nacional.

La crisis encontró un gobierno doblemente inhábil, tanto para combatir la epidemia como para impulsar una política para la defensa y la recuperación económica.

Bolsonaro ha desdeñado el covid-19 como una “gripecita” que solo afectaría a los mayores y personas vulnerables, acusando a la prensa de provocar “histeria” y “pánico” que llevarían a la parálisis de la economía y defendiendo el retorno a la vida normal, incluida la vuelta a las aulas, opiniones contrarias a lo que se practica en casi todo el mundo y de su propio ministro de Salud.

Bolsonaro, opositor a su gobierno

El ministro dictó recomendaciones generales tras registrarse el primer contagiado en el país, el 26 de febrero, tales como salir lo menos posible a la calle, evitar aglomeraciones, consejos de higiene o proteger a la población de más de 60 años.

Las medidas concretas, con crecientes restricciones, fueron impulsadas por gobiernos de los estados, empezando por los más afectados, São Paulo, Río de Janeiro y el Distrito Federal donde está Brasilia: suspensión de las clases en escuelas y universidades, de los espectáculos, de actividades masivas, luego reducción de vuelos, transportes urbanos e interurbanos, empresas industriales y de servicios no esenciales.

La adopción de las restricciones fue desordenada y a veces contraproducente, pero buscaban enlentecer el pico de contagios y mitigar el colapso del sistema de atención sanitaria, que se esperaba a fines de abril.

“En ese frente Bolsonaro lidera la oposición a su propio gobierno”, ironizó un comentarista de televisión. Acusa los gobernadores de “destruir empleos y a Brasil”, al cometer el “crimen” de imponer a la población un aislamiento social casi total. Sus posiciones, reiteradas en sus mensajes televisivos a la nación y en rápidas entrevistas, provocaron rechazo en todo el país, expresado en cacerolazos todas las noches en las grandes ciudades brasileñas.

La actitud del presidente ante la crisis del coronavirus ha agravado de forma aparentemente irreversible su propio aislamiento político. Han crecido pedidos para su inhabilitación, inviable porque exige mayoría de dos tercios en la Cámara de Diputados y en el Senado, o por su destitución basada en desequilibrio mental.

“Bolsonaro, enemigo de la salud del pueblo”, profiere un “discurso de la muerte”, manifestaron ocho organizaciones de médicos y profesionales de la salud, encabezadas por la Asociación Brasileña de Salud Colectiva.

Jugar con la vida de la población le está costando caro en términos de popularidad. Su acción ante la crisis la aprobaron solo 35% de los entrevistados en una encuesta del Instituto Datafolha, hecha entre 18 y 20 de marzo, mientras 55% aprobaba la gestión del ministro de Salud y 54% la de los gobernadores.

Priorizar la economía responde a su pretensión de reelegirse en 2022, una obsesión de Bolsonaro. Había un cierto consenso de que una recuperación económica, tras un 2019 decepcionante en que el producto interno bruto creció solo 1,1%, favorecería su fuerza electoral. Pero ahora, con el impacto del coronavirus, una recesión es inevitable, por eso el mandatario defiende una pronta reanudación de las actividades productivas, aunque reconozca su imposibilidad. Lo que busca es apuntalar su posición para eximirse de la culpa por el desastre económico y achacar a los gobernadores responsables de la parálisis. Pero pierde adeptos en la amplia mayoría favorable a la contención del virus.

“Primero la vida”, la economía se puede recuperar, pero los muertos no se resucitan, contestan representantes de todos los sectores, especialmente médicos e incluso economistas. Además, los desafíos económicos que impone la pandemia no se adecuan a las ideas del liberalismo radical adoptadas por el gobierno. La austeridad fiscal perdió sentido en ese momento.

La crisis exige ampliar los gastos, emitir moneda y expandir la demanda, una política opuesta, cercana a la consagrada por John Keynes (1883-1946), el economista británico cuyas ideas permitieron superar la depresión de 1929 desatada por la quiebra de la Bolsa de Nueva York.

Habrá que romper los dogmas del neoliberalismo, aumentar el déficit fiscal y la deuda pública para ofrecer ingresos a los estimados 40 millones de trabajadores del sector informal, los 12 millones de desempleados, subsidiar algunas actividades, sueldos de empleados amenazados de despido, las pequeñas empresas.

Eso exige una sensibilidad social del que el equipo económico carece. Entre las medidas que llevó el 23 de marzo a la aprobación parlamentaria para zanjar la crisis incluyó la autorización para que las empresas puedan suspender contratos de trabajo por cuatro meses, sin pago de salarios.

La posibilidad de dejar a millones de trabajadores sin ingresos cuando más lo necesitan ha provocado un rotundo rechazo y críticas generalizadas. El gobierno retiró la medida para negociar una alternativa aceptable para los actores.

La bolsa o la vida, el falso dilema en Brasil ante el coronavirus. Ver también Coronavírus: existe uma lógica genocida por trás do falso dilema entre a economia e vidas
Foto. Trabajadores en un cementerio de Manaos © Ansa

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Los comentarios de nuestros lectores (1)

M.H. 06.07.2020 A very clear exposition of what is happening in Brazil, something that is not usually covered in depth by the British press.