Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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El verdadero rostro del vudú

Rivista Africa 20.09.2025 Marco Aime Traducido por: Jpic-jp.org

A menudo malentendido y reducido a muñecos y magia oscura, el vudú es en realidad un antiguo culto africano de profundas raíces espirituales. Nacido en el sur de Benín, se basa en un pacto entre el ser humano y la divinidad, marcado por el ritmo de los tambores y la danza. Es un viaje por las posesiones rituales, los símbolos sagrados y las memorias del África más profunda.

 

Al escuchar la palabra vudú, a menudo surgen pensamientos extraños. Es una palabra que evoca inmediatamente, en la mente de muchos, muñecos y estatuillas en los que se clavan agujas largas para causar dolor, incluso a distancia, a una persona odiada. Pero más allá de esta imagen falsa, alimentada por demasiadas películas de terror de Hollywood, ¿qué significado encierra realmente este culto?

El término proviene de la lengua fon, hablada en el sur de Benín, y significa “genio” o “espíritu protector”. Desde las costas del golfo de Guinea, este antiguo culto cruzó el océano en los barcos negreros y llegó a Haití, donde alcanzó un esplendor quizá mayor que el que tuvo en su tierra natal. Aunque absorbió influencias locales y externas que produjeron algunas transformaciones, el vudú ha conservado sus características originales, y sus raíces siguen hundiéndose hoy en el fértil suelo de la tradición cultural africana.

Rito de posesión por excelencia, el vudú ha sido durante mucho tiempo presentado como un fenómeno de éxtasis colectivo. Sin embargo, estudios más recientes le han otorgado la dignidad de una verdadera religión, al reconocer en él elementos que confirman su valor teológico.

En las sociedades africanas precoloniales, las cofradías vudú desempeñaban un papel importante en la conservación del poder local. Funcionaban como instituciones muy estructuradas e integradas en la vida política, contribuyendo a legitimar la autoridad de las jefaturas locales. Los adeptos son consagrados a una divinidad y la sirven a través de estas instituciones. No eligen ser poseídos: son elegidos.

Detrás del aspecto más espectacular del vudú —el que se manifiesta durante las fiestas y las ceremonias de iniciación— se oculta un sólido pacto entre el ser humano y los dioses, un pacto basado en un intercambio recíproco: el hombre ofrece oraciones y dones, y la divinidad manifiesta su presencia y protección. Pero ha sido precisamente el aspecto ceremonial el que ha hecho famoso al vudú y ha despertado la curiosidad de muchos estudiosos.

En su base está el ritmo: el ritmo obsesivo de los tambores que acompañan las ceremonias. Cada golpe representa el nombre de un espíritu, la señal de que su presencia está cerca, y cada participante debe abandonarse al ritmo del espíritu que lo poseerá. En la raíz de este éxtasis se encuentra una concepción local del ritmo, percibido en función del movimiento que provoca. La danza se convierte así en el camino para alcanzar ese estado de serena exaltación que marca la llegada del espíritu.

El loa, el espíritu, puede manifestarse bajo diferentes formas: Agwé, señor de los mares simbolizado por un pez; Ogun, dios del hierro y del fuego; o Damballà, el dios serpiente de la fertilidad. Quien es poseído por uno de estos espíritus adopta comportamientos que reflejan sus rasgos: a veces dulces, a veces violentos, según el loa dominante. La relación entre el loa y el poseído se compara con la del jinete y su caballo: se dice que el loa “monta” al poseído.

En la posesión por los loa se reconocen las tres fases típicas de los ritos de paso: la separación del estado original, representada por la trance; el estado de transición, que se expresa en las escenas rituales en las que los poseídos actúan en seminconsciencia; y finalmente, la fase de reintegración, marcada por la salida del trance. En la primera fase, el poseído manifiesta su crisis con gestos frenéticos y gritos, mientras su cuerpo tiembla violentamente. Una vez que el loa “ha montado su caballo”, el poseído adopta el comportamiento propio del espíritu: feroz o dulce, según corresponda. En la última fase, el individuo sale del trance, dominado por el cansancio, y cae en un sueño profundo.

Al despertar, el iniciado pasa a formar parte de la cofradía y participa en la vida comunitaria, lo que a menudo recrea un sentido de pertenencia que mejora su existencia.

Algunos amigos de Benín me contaban que, en los últimos años, miembros de ciertas sectas religiosas —cada vez más numerosas en África— recorren las aldeas comprando, a precios muy altos, objetos y estatuillas rituales utilizados en los cultos vudú, con el fin de destruirlos. Los sacerdotes a menudo los venden y luego continúan sus ritos tranquilamente con otros objetos nuevos o diferentes. Este delirio iconoclasta, más allá de lo ridículo, ha identificado paradójicamente el mal en los objetos mismos. En realidad, si es la materialidad más concreta la que constituye el objeto del culto, es dando vida a una relación compleja entre la divinidad y su representación material que él actúa.

Ver , Il vero volto del Vodu

Foto di Eric Lafforgue

 

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