Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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¿Derrota psicológica o miseria moral?

Butembo 16.08.2025 Jpic-jp.org Traducido por: Jpic-jp.org

En la vida, hay muchas personas como la gallina de esta historia. Personas que lo dan todo por los demás, que luchan para hacer felices a los otros, que cargan con los problemas de todos mientras su propia vida es un caos. Personas que sonríen de día, pero por la noche inundan su almohada de lágrimas. Y aquellos que, como el burro de la historia, viven atados a la ignorancia y la ilusión. Historias que muchos viven en silencio y otros sin siquiera ser conscientes de lo que pasa.

 

El toro invitó a sus amigos a un banquete. «No traeré nada porque ya estoy prestando mi casa», dijo. El perro aprovechó para añadir: «Yo traeré un hueso que encontré el otro día». El caballo también intervino: «Yo puedo contribuir con un trozo de queso que queda del carnaval del año pasado. Está un poco rancio, pero aún no se ha puesto verde».
Todos miraron a la gallina, esperando que anunciara su contribución. «Ah, claro… Entonces, ¿me toca a mí traer todo lo demás? – balbuceó –. Supongo que sí… la leña, el arroz, los frijoles y el trabajo. Solo faltaba yo…».
El día del banquete, la gallina llegó temprano con un pañuelo atado a la cabeza y un machete en la mano. Estaba sudando, cubierta de cenizas, cargando la leña que le había costado mucho cortar. También trajo arroz, frijoles y maíz. El trabajo era inmenso. Tanto que, al momento de poner la sal en los frijoles, se le fue un poco la mano. ¡Quedaron demasiado salados!
Los invitados llegaron por la tarde, cuando todo ya estaba listo. El caballo dio su queso, se sirvió un gran plato y, después de probar los frijoles, se quejó: «¡Oh no, gallina, esto es sal con frijoles o frijoles con sal? ¡Jajaja!».
La gallina se aclaró la garganta, contuvo las lágrimas y fingió estar alegre mientras seguía trabajando.
Luego llegó el perro con su hueso, que apenas tenía un pedazo de piel. Lo colocó, se sirvió un gran plato y también se quejó: «¡Eh! ¿Crees que somos toros para lamer sal así?». El único que no se quejó fue el toro (porque a los toros les gusta la sal).
La gallina corrió a su casa y trajo más frijoles, frijoles de calidad. Los sazonó con la cantidad exacta de sal, y el aroma que salió de la olla llenó toda la casa. El caballo y el perro repitieron dos veces. Comieron con gusto, pero ni siquiera pensaron en agradecer a la gallina.
Durante toda la fiesta, la gallina se quedó en la cocina trabajando, mientras los demás reían y contaban historias sin pensar nunca en ella. Cuando terminó la fiesta, se fueron uno a uno. Se despidieron entre ellos, pero nadie entró a la cocina para agradecer a la gallina.
Exhausta, la gallina buscó algo para comer, pero no quedaba nada. Solo encontró en el fondo de la olla una costra de frijoles secos. Con el estómago vacío, se ajustó el cinturón y comenzó a lavar los platos y a limpiar el desorden que habían dejado.
Así era en cada fiesta. Venían, se divertían y se iban. Nunca pensaban en la gallina, porque ella siempre estaba en la cocina dándolo todo. Hasta que un día, en una fiesta como esas, la gallina no vino.
Ese día, solo había queso mohoso y huesos secos. No había comida sabrosa, ni leña, ni nadie para cocinar. No había frijoles de calidad como ella sabía preparar. La fiesta perdió todo su encanto y, por primera vez, se acordaron de ella. Fueron a buscarla, no porque la extrañaran, sino porque la necesitaban.
«¡Vamos a su casa! ¿Sabes dónde vive?». «No…». «Yo tampoco…». Después de varias horas, pasaron por una cueva fría y abandonada. Desde el fondo, escucharon una voz murmurando: «Perdóname, mamá… Solo quería proteger a la familia…».
Fueron las últimas palabras de la gallina antes de desaparecer. Su voz quedó atrapada en el eco de la cueva. Los animales entraron con la esperanza de encontrarla, pero ella ya no estaba allí. Solo el eco de su voz resonaba una y otra vez. Los animales corrieron a casa del chivo, su único amigo, en busca de respuestas. «¿Dónde está la gallina? ¿Por qué vivía en una cueva? ¿Por qué nunca nos dijo que no tenía hogar? ¿Por qué su voz sigue resonando pidiendo perdón a su madre?»
El chivo suspiró y respondió: «¿De verdad no lo sabían? Ella trabajó para ustedes todo este tiempo y ni siquiera notaron que no tenía hogar. ¿Qué clase de amigos son ustedes? Ni siquiera sabían que no tenía familia».
El toro, el caballo y el perro se miraron, incapaces de decir una palabra.
Entonces el chivo les reveló la verdad: «Hace tiempo, vivía en un gallinero y tenía una familia feliz. Un día, entró una serpiente y la gallina luchó valientemente para proteger a los suyos, mientras sus hermanas huían a los árboles. La serpiente la mordió. En lugar de agradecerle, su familia la echó, temiendo que el veneno se propagara. Desde entonces, no tuvo más hogar ni familia. Vivía en esa cueva y, mientras sostenía sus comodidades, su propia vida se derrumbaba. Les brindaba alegría, les ofrecía consuelo, pero por la noche, solo su almohada sabía cuántas lágrimas derramaba».
El toro, el caballo y el perro abrieron los ojos asombrados y bajaron la cabeza.
«¿Quieren saber dónde está? – preguntó el chivo –. Cayó en una profunda depresión y ya no tiene fuerzas para trabajar. La saqué de la cueva y estoy cuidando de ella».
Cuántos toros, caballos y perros viven así y reaccionan como el burro de la fábula.
Un día, un campesino fue a casa de su vecino a pedirle una cuerda para atar su burro. El vecino le dijo que no tenía cuerda, pero le dio un consejo: «Haz los mismos gestos alrededor del cuello del burro, como si lo ataras, y no se moverá».
El campesino siguió el consejo y a la mañana siguiente, encontró a su burro en el mismo lugar. Lo acarició, quiso llevarlo al campo, pero el burro se negó a moverse. El hombre intentó moverlo con todas sus fuerzas, pero fue en vano, hasta desanimarse. Regresó a casa de su vecino para pedirle consejo, y este le preguntó: «¿Has fingido desatar al burro?»
El campesino, sorprendido, respondió: «¡Pero no hay cuerda!». Su vecino le dijo: «Para ti, pero para el burro, la cuerda sí está allí». El hombre regresó junto al burro, fingió desatarlo, ¡y el burro lo siguió sin la menor resistencia!
No te burles de ese burro. Muchas veces somos prisioneros de nuestros hábitos o creencias ilusorias y no vemos la cuerda invisible que rodea nuestra mente, nos impide ver la realidad de los demás e incluso avanzar en nuestra propia vida.

 

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