Justicia, Paz, Integridad<br /> de la Creación
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El Árbol que Esperaba la Lluvia

Butembo 30.11.2025 Manariho Etienne Traducido por: Jpic-jp.org

Se acerca la Navidad para las tradiciones cristianas, y el final del año civil para la mayoría de los países del mundo. Es tiempo de fiestas, recuerdos, arrepentimientos y nuevos proyectos: los corazones y las mentes se llenan de expectativas y deseos, pero tal vez no en todos los corazones habite esa esperanza verdadera que hace brotar la vida.

 

En un pequeño pueblo de la sabana, donde el sol era implacable y la tierra se había agrietado por la larga sequía, se alzaba un árbol: el Kanga. Era el más viejo y sabio, y aunque sus ramas estaban desnudas y grises, aún se extendían hacia el cielo.

Todos los habitantes del pueblo, cansados y desesperados, habían dejado de mirar hacia arriba. Sus manos estaban vacías, sus campos secos, y sus pensamientos llenos solo de preocupación por el día siguiente. El anciano Jengo, jefe del pueblo, se sentaba cada día bajo el Kanga, moviendo la cabeza con el corazón lleno de desconfianza.

Un día, una niña llamada Amara se acercó a Jengo. Amara nunca había visto la lluvia, pero sus abuelos le habían contado historias de arroyos, hojas verdes y cosechas abundantes.
“Abuelo Jengo”, preguntó con voz temerosa, “¿por qué el árbol Kanga no muere como los demás? Ha soportado tantos años de sol, ¿por qué sus ramas no se rompen ni caen como las de los otros árboles?”

Jengo levantó la vista hacia las ramas entrelazadas. “El Kanga tiene raíces profundas, hija mía. No vive solo del agua que bebe, sino también del agua que recuerda y espera”.

“¿Espera?”, preguntó Amara, confundida. “Pero la lluvia ya no viene”.

Jengo respiró profundamente y le señaló una pequeña protuberancia en la punta de una rama, apenas visible. “Mira bien. Allí hay un brote oculto. No es aún una hoja, es solo una promesa. El árbol, aunque no vea una sola nube, sabe que el agua volverá. Ha memorizado el ritmo de la vida. Sus raíces permanecen firmes, listas para absorber cada gota cuando llegue”.

Aquella noche, Amara contó a todos en el pueblo sobre el brote oculto y las raíces que recuerdan. Su voz no estaba llena de lamento ni de nostalgia, sino de una nueva visión iluminada por el deseo.

Por primera vez en meses, la gente levantó la vista. Empezaron a limpiar los viejos canales de riego, no porque vieran nubes, sino porque, como el árbol, comenzaron a prepararse para la abundancia. Empezaron a compartir lo poco que tenían, a sonreír unos a otros, a fortalecer sus raíces humanas.

No era la fe en una divinidad lo que los movía, sino la esperanza y la certeza de una verdad natural: la vida siempre regresa, pero solo quienes están preparados para recibirla pueden florecer.

Cuando, semanas después, cayeron las primeras gotas pesadas, el brote oculto del Kanga se abrió en una hoja de un verde brillante. El pueblo no se sorprendió: ya estaban afuera, con los canales limpios y la tierra preparada, listos para su renacimiento.

En todos los corazones resonaba el mensaje de esperanza: incluso en los momentos más áridos (como el final de un ciclo o la espera de un tiempo mejor), la esperanza no es algo mágico ni externo. Es una preparación interior, el recuerdo de la alegría pasada y la confianza inquebrantable de que la renovación —la lluvia— llegará, y que el compromiso de la comunidad hará que ese momento sea aún más fecundo.

Como dice un sabio proverbio swahili: “Penye nia pana njia” — donde hay voluntad, hay camino.

 

 

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