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La guerra y los champiñones

Kelebeklerblog 02.12.2021 Miguel Martinez Traducido por: Jpic-jp.org

No será la geoingeniería u otra intervención de alto nivel por parte de los estados lo que marcará la diferencia. La lucha contra el cambio climático pasa en primer lugar por nuestra vida cotidiana, incluso desde nuestro “no hacer”, por ejemplo desde el no dañar el suelo. Después de todo, ya existe un dispositivo capaz de abordar el problema de las emisiones de CO2, que de hecho ya resolvió el problema hace eones, transformando por completo la atmósfera en la que vivimos: se llama red de hongos micorrízicos.

Como ya saben incluso los propietarios de vehículo todoterreno, se está produciendo un cambio climático peligroso, estrechamente relacionado con las emisiones de CO2 en la atmósfera.

Hasta que el Covid los mandó a todos de vuelta a intercambiar mensajes por WhatsApp, unos cuantos millones de jóvenes protestaron en las calles del mundo al grito de "¡Hagan algo!".

No se culpe a nadie, nuestra especie es así: la última manifestación por el clima a la que asistí, estaba lloviendo, era el Black Friday, y mientras una docena de activistas hacían megafonía en la Piazza della Repubblica (Roma), algunos miles de jovencito que se habían dado de baja en la escuela entraban en la tienda de Apple para ver el último modelo de teléfono inteligente. Las intenciones son indudablemente buenas, y de hecho el infierno, al estar pavimentado con ellas, goza de una infraestructura de última generación.

"Hacer algo" significa hacer la guerra, la guerra significa inmensas cantidades de dinero público vertidas en bolsillos privados bajo condiciones de control mínimo ("¡a qué estás juzgando, es una emergencia!"). Los estatistas más entusiastas, apasionados por las novedades revolucionarias, siempre han sido los grandes capitalistas.

Una serie de propuestas se refiere a la geoingeniería, con soluciones tan creativas como la bomba de Hiroshima. Por ejemplo, ya que el blanco refleja, hacemos el mundo más blanco cortando todos los bosques en las áreas nevadas, o llenamos los campos con trigo genéticamente modificado para hacerlo albino. Otra propuesta es oscurecer literalmente el cielo, llenando la atmósfera con partículas de dióxido de azufre, disparadas con cañones o lanzadas desde aviones militares. Proyectos lejos de concretarse por ahora, pero que revelan una actitud mental inmediatamente reconocible.

Ahora, ya existe un dispositivo capaz de abordar el problema de las emisiones de CO2: de hecho, ya resolvió este problema hace eones, transformando por completo la atmósfera en la que vivimos. Llamada red de hongos micorrízicos, ha estado en funcionamiento durante quinientos millones de años, absorbe tanto CO2 cada año como la que produce Estados Unidos y no cuesta nada. Un buen artículo de Toby Kiers y Merlin Sheldrake en The Guardian habla de ello.

Debo confesar una cosa: aunque en la escuela nos enseñaron que las setas son un reino aparte, yo por lo menos cuando siento hablar de la naturaleza pienso en arbolitos con todas sus hojas verdes. Tal vez con algunos pequeños hongos de colores debajo. Por otro lado, las setas no son plantas y ni siquiera son verdes, y viven casi en su totalidad bajo tierra, por lo que las ignoramos por completo. No estoy seguro de recordar mañana el término red de hongos micorrízicos, que indica la íntima asociación entre los hongos (mykos) y las raíces de las plantas, de las que depende prácticamente todo.

Entonces, me quedo boca abierta al saber que en los diez centímetros superiores del suelo, esta red es tan larga como la mitad de nuestra galaxia. Y absorbe carbono incesantemente, alimentando todo el sistema de vida del único planeta del universo donde sabemos que hay (por ahora) vida.

Nuestro planeta parece muy grande, pero la vida depende del suelo, y el suelo es una corteza muy delgada, y no sabemos casi nada al respecto. Excepto que el mismo tecno-sistema que pretende bombardear el cielo lo está envenenando con pesticidas, fertilizantes y fungicidas, lo está cimentando, y está eliminando las innumerables variedades de plantas que interactúan con la red fúngica. Y si la red de hongos micorrízicos explota, todo lo que crece en ella está condenado a terminar mal, incluidos los transgénicos híper-productivos o los bosques de soldaditos de juguete estrictamente idénticos plantados por millones.

La mayoría de los suelos del mundo ahora están profundamente degradados; y la liberación del 0,1 por ciento del carbono almacenado del suelo europeo equivale a las emisiones de cien millones de automóviles.

En ese momento comprendemos que es absurdo bombardear el cielo y aniquilar los bosques siberianos, o por el contrario plantar un billón de árboles, como alguien propone; también es absurdo pensar en abordar el tema partiendo únicamente de la reducción de las emisiones de los automóviles. Toda la lógica de esta guerra es absurda.

Se me ocurre lo de un día, en el campo cerca de Siracusa, cuando había un pastor que hacía ricota. Lo que es un trabajo largo y complejo. A un hombre de la ciudad que intentaba ayudarlo, el pastor le dijo: "lassa u munnu com’è", deja las cosas como están.

Ver La guerra e i funghi | Kelebek Blog (kelebeklerblog.com)

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